Los elogios de
Vicente del Bosque y Julen Lopetegui a Angel M. Villar pese a las graves
acusaciones de corrupción que pesan sobre quien ha sido durante 30 años
presidente de la Federación Española de Fútbol, y colega del alma de Sepp
Blatter y Michel Platini, sólo son un ejemplo más de una variante del síndrome
de Estocolmo que impide a personas aparentemente inteligentes darse cuenta (o
reconocer que se dan cuenta) de que están en manos de personajes o sistemas
completamente deleznables. Otro ejemplo serían los elogios de otros deportistas
al régimen de Qatar: “pues a mí y a mi familia nos trataron muy bien”. Da igual
que al mismo tiempo los inmigrantes sean explotados, los derechos humanos más
elementales violados, y las desigualdades (incluidas las de género) llevadas a
un extremo insoportable. Es obvio que los corruptos y dictadores tratan bien a
personajes famosos para lavar su imagen y desviar la atención de la gravedad de
sus crímenes. Igual que cada individuo es responsable de su declaración de la
renta aunque no la entienda, cada persona debería ser responsable de evaluar
con un mínimo de objetividad el comportamiento público de las personas a su
alrededor.
Otro ejemplo de
esta actitud lamentable lo he conocido leyendo un libro sobre la historia de James Buchanan, el economista norteamericano y premio Nobel que hizo de la
crítica a la intervención pública en la economía el eje de su carrera
intelectual. Aunque Buchanan nunca presumió demasiado en público de haber asesorado
a la dictadura chilena de Pinochet (si los milicos de ese régimen asesino encargaron
a la Escuela de Chicago el diseño de políticas económicas, es menos conocido
que el diseño de los amarres institucionales y constitucionales del “modelo”
fue encargado a la Escuela de Virginia de Buchanan), en privado sí se mostró
agradecido por el trato recibido. Por ejemplo (p. 161) escribió al ministro
Sergio de Castro agradeciéndole “el buen almuerzo ofrecido en mi honor” y
compartió lo mucho que había “disfrutado la totalidad de su visita en Chile”.
La Sra. Buchanan, que le acompañaba, apreció “los bonitos regalos, las bellas
flores, las joyas chilenas y el vino”. Mientras, los opositores eran torturados
a miles y muchos de ellos desaparecían misteriosamente. Los detalles de todo
ello quizás eran desconocidos por los Buchanan, pero lo que siendo gente culta
no ignoraban es que los regímenes militares que gobiernan tras echar del poder
a un gobierno democráticamente constituido suelen caracterizarse por el uso arbitrario
de la violencia.
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