domingo, 29 de mayo de 2022

El (¿irresistible?) atractivo de la retórica soberanista

Hoy he ido con mi hija a una feria de productos basados en plantas. Sin ser un ejemplo de nada, creo que puntúo relativamente alto (en comparación con la mayoría de personas de mi entorno) en alimentación sostenible y de proximidad.

Pero no creo que haga falta recurrir a la retórica propia de los movimientos populistas para justificar que sea necesario, por racionalidad individual y colectiva, cambiar nuestros hábitos alimenticios. El otro día vi que alguien defendía supongo que el mismo cambio de hábitos apelando a la “Soberanía alimentaria” y al “derecho de los pueblos a elegir su alimentación”. 

El presidente mexicano Andrés Manuel López Obrador es uno de los dirigentes que más a menudo apela al concepto de soberanía en sus discursos, en su caso para poner de manifiesto el derecho entiendo que de los países latinoamericanos a tomar sus decisiones al margen de la presión histórica de los Estados Unidos. El primer ministro británico Boris Johnson no pierde oportunidad de apelar a la soberanía de las naciones, especialmente para defender su contraproducente Brexit con algún concepto que parezca positivo. Distintos líderes apelan al mismo concepto con significados matizadamente distintos, pero todos aprovechándose del halo positivo que confiere una palabra que sugiere libertad de decisión.

En su brillante último libro (“Breve historia de la igualdad”), el economista francés Thomas Piketty hace una defensa que comparto de lo que él llama socialismo participativo y federalista, como lógica continuación universalista del estado del bienestar nacional. Pero al final del libro no puede evitar defender algo que él llama “soberanismo universalista”. Parece que detrás de este aparente oxímoron, Piketty justifica que a veces los colectivos necesitan tomar decisiones unilaterales cuando las normas son injustas, y así ha ocurrido a lo largo de la historia con revueltas y revoluciones que con el paso del tiempo se han demostrado justas. Querer llevar esta lógica a la Europa de nuestros días, quizás para justificar el euroescepticismo de Melenchon, quizás sea algo excesivo.

El soberanismo se puede justificar como principio ante las injusticias del colonialismo, pero en sus aplicaciones prácticas contemporáneas tropieza con el irresoluble problema de quien es el sujeto de soberanía. La forma de evitar (que no de solucionar, porque carece de solución) el problema la dió del embajador de Kenya en las Naciones Unidas recientemente, como ya expliqué en un post anterior.

Aunque hay unos usos de la retórica soberanista más nocivos que otros, no creo que haya un soberanismo bueno, aunque sí puede haber actos justificables que usen a favor de una causa justa una retórica soberanista, como serían las luchas anticoloniales. No creo que a Macron le haga falta utilizar una retórica soberanista (europea) para defender que el estado federal europeo debe garantizar el suministro en determinados mercados. Además, no basta con una Europa soberana para asegurar la libertad y el bienestar de la ciudadanía en Europa: necesitamos una Europa integrada en un mundo que se coordine y que busque soluciones cooperativas, no en un mundo cada vez más fragmentado, como argumento en mi blog en inglés. Y también creo que Zelensky podría movilizar perfectamente a su ciudadanía sin utilizar una retórica nacionalista y soberanista.

En sociedades democráticas donde respetar los derechos humanos forma parte del marco legal reconocido, ¿de verdad tenemos que saltarnos las reglas en la UE en lugar de aceptar el laborioso camino de reformarlas? ¿Por qué no nos saltamos las normas en la pandemia, sobre máscaras, vacunas, confinamientos, todo en nombre de la libertad y la soberanía individual o de grupos predefinidos? ¿Por qué no dejamos que Rusia se salte las normas internacionales en nombre de su nación soberana y del “demos” ruso previamente definido por Putin?

En los sectores progresistas y demócratas en Italia, por ejemplo en el merecidamente prestigioso diario La Repubblica, a los nacionalpopulistas se les llama “soberanistas”, sin ninguna connotación positiva, como deberíamos hacer aquí con los ultranacionalistas españoles, catalanes o de otros pelajes. 

Como decía ayer Andrea Rizzi, el proyecto de Yolanda Díaz puede ser un valioso contrapunte europeísta al modelo con aroma soberanista y populista de Mélenchon. El problema de Yolanda Díaz es no ser soberanista/populista sin ser como el PSOE, para poder añadir votos a los que ya aporta la socialdemocracia.

Cataluña muestra las consecuencias de entender el soberanismo como unilateralismo que se salta las reglas. Cuando las reglas son para los demás pero no para uno mismo, en una democracia se pierde la capacidad de convencer a potenciales aliados. Jordi Amat afirma acertadamente hoy en El Pais que "A más demanda retórica de soberanía, menos capacidad de participar en los centros de decisión real", frase que debería hacer reflexionar a quienes complementaron la demanda retórica de soberanía con su participación activa en un referéndum ilegal donde simulaban estar “decidiendo el futuro del pueblo catalán” en un ejemplo supuestamente imbatible de democracia.

Para ser individuos más libres, necesitamos compartir nuestra capacidad de elección, hacerlo además a distintos niveles, y para algunas cuestiones a nivel incluso global.

Menos derivados de soberanía y nación, y más derivados de federación. Mi preferencia es por grandes agregados democráticos, más multiculturales que plurinacionales, donde la retórica soberanista pase a la papelera de la historia, y podamos convivir compartiendo nuestra capacidad de decisión.


viernes, 20 de mayo de 2022

Póngase corbata, señor presidente

Si hubiera podido, yo hubiera votado por Gabriel Boric, el actual presidente, en Chile; quizás no en la primera vuelta, pero en la segunda seguro. Ojalá su presidencia sea un éxito; lo deseo de todo corazón. Conozco a personas muy razonables y bienintencionadas del centroizquierda chileno (a grandes rasgos, mi ideología), que no le votaron, aunque otras contribuyeron de forma decisiva a su victoria final.

Sin embargo, su popularidad ha bajado muy rápidamente en los primeros meses de su presidencia.

Aunque intento seguir de lejos sus propuestas, no me atrevo a formular consejo alguno en lo que se refiere a las políticas públicas. La complejidad de la situación es enorme, se requiere información detallada,  y en su gobierno hay personas muy capacitadas.

Mi único consejo se refiere a una prenda de vestir, que por supuesto no tiene una importancia más que simbólica (excepto que los símbolos en política son muy importantes).

Le puedo ofrecer mi humilde experiencia, salvando todas las distancias, que son enormes. En 1991, entré a formar parte como concejal del Partido Socialista en el gobierno municipal del Alcalde Pasqual Maragall en Barcelona, pocos meses antes de los Juegos Olímpicos que nuestra ciudad organizó en verano de 1992. Con 25 años, yo era la persona más joven del gobierno municipal, y todavía era estudiante (sobre el riesgo de poner a personas tan inexpertas en cargos importantes, hablaremos otro día... en mi defensa diré que no pasó nada grave y solo duró cuatro años).

Recuerdo que en una de mis primeras conversaciones con el Alcalde, me dijo que vistiera como quisiera, pero que cuando tuviera que ir a barrios pobres, que me asegurara de vestir elegante y ponerme corbata como muestra de respeto a la ciudadanía. Las personas con más problemas (urbanos, sociales, económicos) no querían ver a un estudiante ocupándose de sus asuntos, querían ver a un gobernante.

Todavía hoy, a mí no me gusta nada llevar corbata, pero a veces me la pongo, cuando creo que seguir determinadas convenciones me puede ayudar a mí o las causas que defiendo, o puede ser una forma de mostrar respeto. Y si tuviera el gran honor de ser presidente electo de Chile (algo que por supuesto es imposible), me la pondría mucho más.

Si pudiera, le diría a Boric: “la ciudadanía, especialmente las personas que se enfrentan a más problemas, no espera ver en usted a un estudiante, sino a un gobernante con toda la autoridad del Estado detrás, para resolver sus problemas”.


Salvador Allende, de quien Boric se siente heredero, llevaba corbata (ver foto). Eran otros tiempos, pero hoy los presidentes de las grandes repúblicas (Biden, Macron…) llevan corbata, porque deben pensar que es lo que esperan de ellos sus votantes y sus interlocutores, con quienes deben negociar, colaborar y discutir, con cuestiones muy importantes en juego.

El actual presidente chileno lo es porque en la segunda vuelta de las elecciones consiguió apelar a votantes que iban mucho más allá de su círculo político original. Puso el broche de oro con un extraordinario discurso en la noche electoral, donde ponía las luces largas hacia un Chile más inclusivo, con una democracia más fuerte, contando con todo el mundo. Esas son las cosas importantes, y lo de la corbata no es más que una anécdota simbólica. Pero a veces los símbolos sirven para transmitir mensajes y cambiar tendencias.

jueves, 19 de mayo de 2022

Irlanda del Nord i Israel, dos casos emblemàtics

Qualsevol persona que vulgui participar en el debat sobre federalisme i nacionalisme hauria d’estar alfabetitzada en la història i els problemes actuals d’Irlanda del Nord i Israel. Són dos casos emblemàtics del combat per la pau i contra l’ultranacionalisme i les divisions entre “nosaltres” i “ells”. Les solucions i els problemes que troben aquestes societats tenen incidència en altres societats afectades per problemes semblants, encara que sigui en menor escala.

Les recents eleccions a Irlanda del Nord i els tripijocs del govern nacional-populista britànic de Boris Johnson (obsessionat amb seguir-se barallant amb la UE encara que ja no hi siguin) han posat de manifest les distorsions que el Brexit ha generat en el que va ser l’acord exitós de Divendres Sant a finals dels anys 1990. El partit de l’Aliança (que intenta obrir una escletxa intercomunitària) va ser el que va créixer més, i per primera vegada el Sinn Fein va resultar el partit més votat. El resultat suposa un rebuig a la perillosa demagògia de Johnson i dels unionistes (aquests sí que ho són), que, tal com era de preveure, no se ne’n surten de fer quadrar el Brexit amb els acords de Divendres Sant: aquests estaven basats en l’evaporació de les fronteres en el marc de la Unió Europea, fronteres que el Brexit ha fet reemergir.

L’acord de Divendres Sant no era perfecte, entre altres raons perquè donava un gran pes al consociassionisme, a l’obligació de conviure al govern de partits prèviament etiquetats de catòlics o protestants, sense preveure la hipòtesi que un dia l’electorat no vulgui etiquetar-se. En qualsevol cas, el Brexit dificulta tant el consociassionisme com la convivència, en un territori que va votar majoritàriament per seguir a la UE.

Johnson es queixa del paperam que han d’omplir els qui comercien amb béns entre Irlanda del Nord i Gran Bretanya a resultes del protocol que ell mateix va signar per tirar endavant el Brexit, com si ell no hagués imposat precisament aquest problema entre tota Gran Bretanya i la resta d’Europa (incloent tota l’illa d’Irlanda).

A Israel l’assassinat de la prestiogiosa periodista d’Al-Jazeera Shireen Abu Akleh mentre informava sobre una incursió de l’exèrcit israelià a Cisjordània i l’atac de la policia israeliana al seu funeral, han obert els ulls a força gent sobre el que Amnistia Internacional qualifica d’appartheid de la ciutadania àrab per part de l’estat israelià. A casa nostra, el ressò de la notícia va ser mínim, comparat amb el que va rebre als grans mitjans anglosaxons, com la BBC i la CNN. Només el periodista i columnista del diari El País Enric González, es va molestar per dir les coses pel seu nom, tal com ho van fer nombroses personalitats i organitzacions jueves de defensa del drets humans.

Ambdós casos il·lustren el carreró sense sortida a què condueixen el sobiranisme, els murs i la sacralització de les fronteres. La independència d’Irlanda fa un segle havia d’acabar amb els problemes del poble irlandès. Però va ser una feina incabada, perquè Irlanda es va dividir i L’Ulster va continuar al Regne Unit, i violentament dividit. El referèndum del Brexit de 2016 havia de resoldre per sempre la relació entre el Regne Unit i la UE, que avui és més incerta que mai. La creació de l’estat d’Israel havia de resoldre per sempre els problemes del poble jueu, que ni s’han resolt ni ha contribuit a pacificar una zona que és un polvorí esquinçat per murs i divisions, que no es resoldran tampoc amb la creació de més estats, com cada vegada reconeixen més israelians i palestins.

I per tot això no hauríem de deixar de parar atenció a cap dels dos casos, ni deixar de posar de manifest les contradiccions insalvables dels nacionalismes.

domingo, 8 de mayo de 2022

La hora del capuchino para todos (si no quieren llamarle federalismo)

El sabio belga Philippe Van Parijs (un federalista, y uno de los padres de la idea de la "renta básica universal"), en su libro "Belgium. Une utopie pour notre temps" (la mezcla de idiomas en el título no es un error... lean el libro), recurre a la metáfora del capuchino para referirse al diseño de un modelo federal de gobierno en su país: una parte de los recursos serían comunes a todas las jurisdicciones, sería la base, el café fuerte que ocupa la parte baja de la taza. Esta parte sería aportada de forma mutualizada por el conjunto de las jurisdicciones, a modo de un suelo común organizado en instituciones democráticas comunes. Y cada jurisdicción le puede añadir la parte más visible del capuchino a su gusto: cremas de distinto tipo, canela, cacao... en función de sus preferencias y necesidades.

La clave está en poner riesgos en común, para alcanzar una misma dignidad, a partir de la cual poder gozar del derecho a la diferencia sin diferencia de derechos. Se trata de hacer realidad en territorios cada vez más extensos (los estados, Europa, el mundo entero algún día) el principio igualitarista de "a cada cual según sus necesidades, de cada cual según sus capacidades", manteniendo a la vez el incentivo a diferenciarse, a experimentar, a innovar en el terreno social, político, económico.

Esta idea tan básica y tan poderosa a la vez, poco a poco va abandonando los márgenes del debate político, y se abre paso en los espacios más centrales y mayoritarios, aunque tiene poderosos enemigos. La última personalidad que ha defendido el federalismo ha sido Mario Draghi, primer ministro de Italia, uno de los países fundadores de la Europa unida, y ex-presidente del Banco Central Europeo. No estamos hablando de un personaje marginal, sino de uno de los agentes clave de la Europa del presente. Dijo en concreto que necesitamos un "federalismo ideal" y también un "federalismo pragmático, que abarque todas las áreas afectadas por las transformaciones que están ocurriendo" a raíz de las sucesivas crisis financiera, sanitaria, bélica y climática. No lo decía un oscuro, obseso y pesado profesor en Barcelona, lo decía Mario Draghi. y tras sus palabras no había el vacío, sino planes concretos para una mayor integración federal europea en seguridad, energía, deuda, inversiones, relaciones exteriores, etc.

Andrea Rizzi decía ayer en El Pais que "federalismo" es una palabra anatema para los nacional-populistas, pero añadía que "el vocablo toca un nervio muy profundo, y en algunos países hay europeístas convencidos que tienden a evitarla porque genera gran rechazo". Pues parece que a Draghi le da igual; quizás ha visto que la potencia de lo que representa la palabra vale más que cualquier reparo, y que las batallas de ideas no se ganan renunciando a los conceptos que las encarnan.

En España, cuando algunos soberanistas quieren minimizar el cambio que ha supuesto el estado autonómico, se refieren a este como el "Café para todos", como aquella versión reducida y jacobina del federalismo que no satisface sus aspiraciones. Esta noción homogeneizadora nunca ha sido real, pero en cualquier caso la metáfora de Van Parijs nos sugiere una noción más realista, y más adaptable a la extensión del federalismo no sólo a España, sino a toda la Unión Europea, y de forma progresiva a algunos aspectos de la gobernanza global, como la armonización del impuesto de sociedades y la lucha contra los paraísos fiscales.

Recientemente, no sólo ha sido Mario Draghi quien ha pronunciado la palabra prohibida. El gobierno de coalición alemán habla en su documento programático de dar pasos hacia una federación europea. El economista autor de los libros más exitosos mundialmente sobre ciencias sociales en los últimos años, Thomas Piketty, habla en todos sus best-sellers, de avanzar hacia un socialismo federalista y multicultural, muy alejado de los tonos soberanistas de algunos compatriotas suyos. En fin, editoriales y columnistas de medios ampliamente respetados, como El Pais en España o La Repubblica en Italia, no le tienen miedo a la palabra y abogan por la idea y la palabra federal como mejor antídoto contra el nacionalpopulismo.

Estamos luchando contra las sucesivas crisis de la pandemia y la guerra con co-gobernanza en España, con los fondos Next Generation, con deuda común, con un plan europeo público de vacunas gratuitas, y la guerra que federa a Europa (como decía recientemente Joaquim Coll) va a requerir planes comunes de defensa, de absorción de personas refugiadas, de racionamiento mancomunado de determinadas fuentes de energía, y de despliegue coordinado de nuevas fuentes.

No me hago ilusiones, no habrá un día de proclamación del federalismo que se celebrará en aniversarios y días festivos, porque el federalismo ya está entre nosotros y evoluciona de forma gradual. Y como toda buena idea, está sometida a los errores y debilidades de las personas y organizaciones que la defendemos.


Pero los que venimos de la tradición política de Jordi Solé-Tura, Ernest Lluch, Pasqual Maragall y Raimon Obiols (hoy bien representada por Josep Borrell al frente de la diplomacia europea, enlazando con la tradición del federalismo europeo de Altiero Spinelli y el Manifiesto de Ventotene), de una tradición cuya publicación orgánica hablaba ya en los años 1940 (y lo sigue haciendo) de "Federació, Democràcia i Socialisme" en su frontispicio, tenemos derecho a decir, ni que sea con la boca pequeña, que teníamos razón. Pero ni nos felicitarán, ni tenemos tiempo para celebrarlo.

domingo, 1 de mayo de 2022

No era culpa de la "invasió" alemanya al Camp Nou

Just abans que es produís la darrera mala ratxa del Barça masculí de futbol (ara hi ha un Barça bo, que és el femení), vaig convidar a la meva classe d'Economia i Futbol del programa Study Abroad de la UAB a Simon Kuper, autor del darrer assaig de gran èxit sobre el Barça, darrerament traduït horrorosament al castellà (per exemple, traduint federalist per unionista). Aquí es pot llegir la meva ressenya de la versió original del llibre per a Política i Prosa. Kuper també és co-autor del llibre Soccernomics, una obra que citem a bastament al curs. Va ser una xerrada molt agradable, i l'alumnat (majoritàriament provinent dels Estats Units) va poder fer tota mena de preguntes al distingit convidat, un dels millors periodistes del món, columnista habitual del diari Financial Times.

Destaco que això va ser abans de la darrera ratxa negativa, quan el Barça tot just havia guanyat al camp del R. Madrid, perquè si no semblaria que el que diré és purament oportunista, basat en aquesta ratxa negativa recent. 

Una de les preguntes va ser si creia que Xavi podia ser un gran entrenador com ho ha estat Pep Guardiola. Kuper va contestar que no es podia saber encara, que podia ser que sí, però que Xavi no tenia cap experiència en un club o lliga grans (ni els seus assitents, un germà entre ells, tampoc), i que no hi havia cap correlació entre haver estat un bon jugador (Xavi ho va ser) i ser un bon entrenador. 

També va dir que creia que ara el millor futbol hereu del futbol total holandès no es feia ja a Barcelona sinó a Alemanya o Anglaterra, i que observava en el Barça una excessiva tendència a mirar cap al passat, "recuperant" personatges d'una altra època com Laporta (en un retorn que cada vegada té més connotacions tragicòmiques), Koeman, Xavi... En algun moment havia comparat el retorn de Dani Alves amb el retorn del grup musical Abba quan tots els cantants del grup tenen ja una certa edat, com podria comparar el retorn del doctor Pruna amb el retorn de Rocky Balboa, a la darrera pel·lícula de la saga, salvant les distàncies. Potser en comptes de mirar al passat gloriós, el Barça hauria de mirar què funciona avui al món, i fer com va fer als 1970, 1980, 1990: mirar d'imitar-ho.

Després va venir la ratxa negativa. Quan el Barça va empatar a Frankfurt, en comptes de guanyar com tothom esperava, es va deixar caure que la gespa estava massa alta. Una setmana després, amb la gespa impecable del Camp Nou, el Barça va perdre, i van ser les grades majoritàriament ocupades per espectadors alemanys les noves "culpables". 

Aquí m'aturo, perquè, a part de fer-ho servir com excusa, em va semblar lamentable el to de les crítiques del mateix Barça i de la majoria de mitjans informatius. A l'Europa del mercat únic i la ciutadania comuna, on hi ha llibertat de moviments de persones, mercaderies i capitals, les persones alemanyes poden venir quan vulguin a Barcelona (i sort que venen), com nosaltres a Alemanya. És gràcies a aquesta llibertat de circul·lació que el Barça ha pogut importar jugadors alemanys, holandesos o d'altres nacionalitats sense limitacions des de la sentència Bosman als anys 1990. Els alemanys poden omplir el camp del Barça, exactament igual que els afeccionats del R. Madrid poden omplir el camp de l'Espanyol, o els del Barça viatjar lliurement per Espanya i Europa i omplir els estadis que vulguin. L'únic requisit és que comprin una entrada i que la seva preferència sigui més intensa que la d'altres persones, afanyant-se a comprar-ne una o pagant més. Seria estrany que ara el Barça es posés exquisit amb els mecanismes de mercat, quan ven al mercat la seva samarreta, el seu estadi, els seus jugadors... Quan es va dir que alguns alemanys havien tingut comportaments agressius (crec que no hi ha evidència de cap lesió de ningú per actes de violència) no es va recordar que fossin comportaments minoritaris, que és el que habitualment es diu quan part del públic local incorre en actes racistes o llença caps de porc al camp.

Després la ratxa negativa va continuar, ja sense alemanys a la graderia, perdent contra el Cadis i el Rayo. Xavi va anar canviant el discurs, i ho atribuïa a la falta de motivació dels jugadors, o a les dificultats d'implantar el seu nou "projecte", suposadament tan diferent del de Koeman, entrenador holandès (no massa bo pel meu gust, i també molt donat a buscar excuses, a diferència del gran Luis Enrique) que havia jugat amb Cruyff d'entrenador i que havia estat assistent de Van Gaal. I si és tan diferent (cosa difícil de creure), potser hauria de preguntar-se si és tan bona idea canviar tant un sistema de joc un cop ja començada la temporada, com es podria preguntar si és bona idea canviar de metge (pensant que les lesions que hi havia a la tardor es podien solucionar portant del passat un metge amic -avui torna a haver-hi els mateixos o més lesionats).

Kuper també va dir que establir relació de causalitat entre bons entrenadors i bons resultats és difícil. En el cas de Xavi, la ratxa positiva posterior a gener es podia deure al fet que la directiva li va aconseguir una nova davantera completa al mercat d'hivern, encara que en la darrera mala ratxa aquesta davantera s'ha anat desinflant.

Preguntat sobre qui tenia la culpa de la mala situació financera del Barça, el brillant periodista no va dubtar a culpar el pare de Messi i l'ex-president Bartomeu. Jo aquí discrepo parcialment. Aquests dos personatges tenen part de culpa sens dubte, per la seva avarícia i la seva incompetència. Però segurament van fer el que era racional des del punt de vista individual, el que la majoria de persones haguessin fet en el seu lloc. El sistema dóna molt de poder de negociació a les grans estrelles i els seus representants, i els presidents electes democràticament estan sota gran pressió d'una premsa i opinió populistes que s'agenollen davant de les grans estrelles. A això han sucumbit els presidents Laporta, Rosell i Bartomeu (i tornem-hi, que ara igual que Laporta, Rosell pensa donar el salt a la política). Sense una seriosa reflexió sobre com pot el club salvar-se de les seves pròpies tendències populistes, serà impossible sortir del present endimoniat i preparar el futur.