Hace una semana, la ciudadanía de Kiev circulaba en paz por su ciudad, utilizaba el metro, sacaba dinero de los cajeros para hacer su compra, descansaba en su casa… Como nosotros. Hoy no puede hacer nada de todo esto: la invasión decretada por el déspota Putin ha generado el reguero de destrucción, muerte, desplazamientos de población y disrupción de los intercambios, que acompaña a toda guerra, mientras alegres ciudadanos pro-rusos conducen sus vehículos ondeando su bandera por la ventana en las autopistas de las regiones separatistas del Donbás. La paz, ese bien público que varias generaciones en España damos ya por descontado, es historia en Ucrania, y con ella la libertad. Las estaciones de metro son ya refugios, la supervivencia dependerá cada vez más del trueque y las ayudas humanitarias, y cientos de miles de personas huyen ahora mismo de sus hogares, a los que no saben si podrán regresar. Imagínate que te pasa eso a ti, amigo lector o amiga lectora. Porque te puede acabar pasando (y si no a ti, a tus hijos o hijas), por muy inimaginable que resulte hoy.
Como ha explicado Javier Cercas, el conflicto (ese es el principal conflicto hoy) entre democracia y nacionalpopulismo ha entrado en una fase militar, de momento circunscrita a Ucrania, pero con dramáticas posibilidades de expansión, pues ya el sátrapa ha amenazado a Suecia y Finlandia, dos países miembros, como nosotros, de la Unión Europea. En el mismo medio y en la misma lógica, Mariam Martínez Bascuñán no tiene dudas sobre cuál es el baluarte que puede hacer frente a las fuerzas antidemocráticas que explotan los sentimientos identitarios y la mala organización institucional del mundo: "El boicoteo existencial de China y Rusia a posibles revoluciones democráticas es un impulso federalizante para Europa".
Quienes en Cataluña y España homenajeamos cada año a las Brigadas Internacionales de George Orwell y Albert Hirschman, entre muchos otros, quizás ahora tenemos como mínimo la obligación de rendir homenaje a quienes luchan por la libertad en las calles de Kiev. “Ayuda permanente a Madrid” rezaban los carteles republicanos en la Barcelona de nuestra Guerra Civil. Ucrania no puede esperar como esperaron en vano los demócratas españoles ante las dudas de los gobiernos aliados, que reaccionaron contra el fascismo demasiado tarde para la libertad de nuestros padres y abuelos. Entonces por lo menos en Estados Unidos los intentos de levantar fuerzas fascistas quedaron relegadas a las ucronías de libros como el de Philip Roth. Esta vez, en 2022 y ominosamente en 2024, las fuerzas aliadas de Putin pueden prevalecer en Estados Unidos. Estaremos solos si es así.
Kiev tardará más o menos en caer. O no caerá. Pero su presidente elegido democráticamente, una persona judía ruso-parlante que tiene que escuchar como Putin llama a desnazificar Ucrania (en el ejemplo más claro de esquizo-fascismo visto hasta ahora), ya se ha erigido en símbolo de la defensa de una sociedad democrática, multi-cultural y bilingüe. En defensa de una democracia basada en reglas, habrá que frenar, en Ucrania y donde haga falta, a quienes quieren imponerse por la vía unilateral y el control del territorio, apelando a falsificaciones históricas y referéndums a lo Juan Palomo.
El actual régimen ruso representa hoy lo peor del capitalismo (cómo puede alguien de izquierdas no mostrarle su absoluta condena es para mí un misterio), aliado por supuesto con lo peor del capitalismo fuera de Rusia, con aquellos que han protegido sus formas de lavado de dinero en el deporte, en el sector inmobiliario, en los medios de comunicación, y con quienes se han dejado comprar en los órganos de Gazprom y otras grandes empresas. Rusia es actualmente uno de los países del mundo, si no el país del mundo, donde el 0,01% de la población (no el 1%, ni siquiera, el 0,1%, sino el 0,01%), concentra un porcentaje mayor de la riqueza de su sociedad, superando el 12% del total de esta riqueza, y con una mayoría de los activos fuera de su país, y por la tanto con protección o aquiescencia de vecinos nuestros.
La lista de líderes nacionalpopulistas europeos y norteamericanos que han flirteado más o menos abiertamente con Putin es larga (Trump, Salvini, Le Pen, Orbán, Abascal, Salmond, Puigdemont...). Ante la obviedad del asalto de Putin a la paz y la libertad, algunos han intentado pedalear hacia atrás o disimular, a veces con poco éxito. Oriol Junqueras no pudo aguantarse de comparar la España democrática y europea con la Rusia de Putin. La CUP con VOX fue incapaz de condenar la agresión rusa en el Parlament de Catalunya.
Víctor Terradellas, el ex-responsable de Relaciones Internacionales de Convergencia Democrática de Cataluña (CDC) que el 26 de octubre de 2017 pedía al entonces presidente de la Generalitat Carles Puigdemont que lo recibiera porque iba acompañado de un enviado de Vladimir Putin, escribió el pasado 24 de febrero el siguiente mensaje en Twitter sobre la invasión de Ucrania por parte del ejército ruso: “Creo sinceramente que la clase política en favor de la creación de un estado catalán debería callar y no posicionarse. Cuando se acabe el conflicto, todo el mundo será amigo y podremos seguir trabajando en favor de nuestros intereses. El nuevo orden se dibuja y debemos tener buena relación con todos”.