La democracia está en peligro, y la lucha contra el cambio climático y la convivencia interracial, también. En sus distintas variedades, las propuestas disruptivas que nos amenazan ya no son meras anécdotas, sino una epidemia global en toda la regla de la que hay que defenderse en todas partes. La epidemia tiene diferentes manifestaciones, pero parecidos síntomas.
Allí donde fracasa y allí donde triunfa (aunque como vemos en el Reino Unido y en Estados Unidos, el triunfo hoy puede ser el fracaso mañana y viceversa), vemos la importancia de presentarle a este neo- o post- fascismo, una alternativa que mire al futuro y que sea creíble. Y la alternativa buena hace 4 años (Biden en 2020) puede no serlo ya cuatro años después (Biden en 2024). Estamos ante una lucha sorda y constante, que por supuesto a los de mi generación nos llevará el resto de nuestra vida.
Tras una presidencia demencial y haber apoyado un golpe, con varios juicios pendientes y condenas ya reales, el Partido Republicano y una parte importante de la élite empresarial apoyan a Trump por tercera vez, y con más firmeza que nunca. Quizás los Demócratas pueden ser acusados de no dar con la fórmula definitiva, pero a quienes la historia juzgará más severamente por no defender la democracia (y el Planeta, y la convivencia) es al Partido Republicano y a sus irresponsables apoyos empresariales. Y lo mismo en otros países (no cabe la equidistancia con la AfD alemana, que se dedica a la bromita de pintar de nuevo esvásticas en las ruinas de los campos de concentración).
El Partido Demócrata en Estados Unidos debería unirse detrás de una candidatura ganadora que abarque el máximo espacio posible, desde el centro-derecha a la extrema izquierda, con un discurso firme, pero sensato y elegante. Y si no lo hace, habrá que apoyar igualmente a quien se presente.
En Francia, la extrema derecha (que propone la discriminación abierta de los hijos de inmigrantes) también es apoyada por una parte de la élite empresarial. No cabe la equidistancia, ni es una cuestión de políticas económicas. O no lo es en un sentido inmediato. No está en juego la gestión del ciclo económico, están en juego las bases institucionales que hacen posible (aunque no aseguran) la convivencia y el bienestar en nuestras sociedades, incluida nuestra relación con el medio ambiente.
Eso no impide criticar a algunos líderes de la izquierda. Se han unido, sí, pero no han sido capaces en Francia de proponer un candidato claro a primer ministro. No está claro que con la fórmula del Nuevo Frente Popular apunten al futuro. Más bien suena a oxímoron: o hacemos algo nuevo, o hacemos el Frente Popular. El estilo sectario y la sustancia euroescéptica de Melenchon, y la incapacidad de la coalición de izquierdas para proponer un candidato de consenso a primer ministro que sea europeísta y dialogante, limita su atractivo para unir a una gran coalición social.
En el Reino Unido vemos las ruinas de 14 años de aplicación de todas las recetas de la derecha para intentar defender sus intereses y su hegemonía social, todas ellas con todavía importantes apoyos empresariales: el thatcherismo del núcleo veterano del Partido Conservador, el austericidio de Cameron y Osborne, el secesionismo populista de Johnson, el anarcocapitalismo de Truss. El próximo jueves serán barridos por su temeridad, irresponsabilidad, egoísmo, incompetencia y oportunismo, pero también porque el Partido Laborista, tras el fracaso de su versión propia de Melenchon llamada Jeremy Corbin en 2019, ha presentado una propuesta sensata de amplio espectro: Keir Starmer es el Salvador Illa del Reino Unido. Avanzamos en algunos sitios, retrocedemos en otros, resistimos donde podemos.