La mayoría de las ligas nacionales de fútbol, y en especial las europeas, son ligas abiertas. Lo son en un doble sentido. En primer lugar son abiertas en cuanto a su composición, porque la disputan cada año equipos en parte distintos debido a los mecanismos de ascensos y descensos. Y en segundo lugar, son abiertas porque los equipos y sus deportistas pueden “salirse” puntualmente para disputar otras competiciones, como los torneos de Copa o las competiciones continentales. Nada de esto ocurre en ligas norteamericanas como la NBA en baloncesto o la NFL en fútbol americano, donde las ligas son cerradas, en el doble sentido de no estar sometidas a ascensos y descensos (proporcionan una dosis parecida de emoción final a través de los playoffs), y en el sentido de monopolizar casi totalmente el tiempo y los derechos sobre clubs y deportistas. La principal consecuencia de la existencia de ligas abiertas es que los clubs de fútbol basados en el modelo europeo están sometidos a un riesgo financiero mucho mayor, ya que las diferencias de ingresos entre una categoría u otra, o entre jugar o no las competiciones europeas, son enormes.
Las ligas profesionales de deportes en Estados Unidos, en fútbol americano, béisbol o baloncesto, están sometidas a muchas más restricciones competitivas que las ligas europeas de fútbol o aquellas que se basan en su modelo. Los clubs no compiten con absoluta libertad por los jugadores en el mercado de fichajes, sino que se someten al sistema del draft, por el que los equipos más débiles de la temporada anterior son los primeros en elegir a los nuevos jugadores disponibles en el mercado. O existe un reparto mucho más equitativo de los derechos de retransmisiones televisivas, y en algunos casos incluso se comparten los ingresos por taquilla. Los límites salariales son mucho más estrictos que en Europa y sirven de elemento de colusión entre los grandes clubs.
Estos dos paquetes de características son complementarios. Las restricciones a la competencia, por ejemplo, son más fáciles de acordar cuando no se teme perder la categoría, porque suponen renunciar a instrumentos para derrotar a los rivales. Debido a esta complementariedad, es difícil pretender introducir un elemento del paquete institucional y no otros, porque se refuerzan mutuamente. Algunos han interpretado las diferencias entre ligas europeas y norteamericanas como la paradoja de una Europa más capitalista y una América más socialista en el deporte, pero en realidad estamos hablando de dos formas distintas de combinar mercado con organización colectiva. En Estados Unidos, una serie de organizaciones con ánimo de lucro se ponen de acuerdo para introducir elementos igualadores y colectivizantes, para conseguir un tamaño mayor de la tarta. En el caso europeo, una serie de organizaciones que tienen sus orígenes en el deporte aficionado, basadas en principios igualitaristas que conducen a la noción casi sagrada de la posibilidad para todos de llegar a lo más alto mediante los ascensos (y a la pervivencia de los torneos de copa), prefieren mantener el carácter abierto de las ligas, lo que dificulta mucho más los acuerdos colusivos.
No existe un modelo mejor que el otro, sino que son dos realidades que han evolucionado en paralelo para satisfacer las preferencias de los aficionados partiendo de realidades distintas en contextos diferentes, y donde cada una ha ido resolviendo los problemas que se iba encontrando por el camino.
Otra diferencia es la distinta escala de las ligas. Las ligas norteamericanas tienen escala continental, mientras que la mayoría de ligas nacionales europeas tienen una dimensión territorial mucho más pequeña. Las competiciones europeas, y en especial la exitosa Champions League, se solapan con las nacionales y están a medio camino entre una competición por eliminatorias y una auténtica liga, y excepto en la final de la Champions, están relegadas a jugarse entre semana. Además, siguiendo criterios de distribución territorial, el acceso a la Champions League no es totalmente meritocrático, porque el sistema sigue garantizando una cuota de presencia para equipos relativamente débiles que vienen de ligas menos competitivas. Curiosamente o no, los dirigentes europeos del fútbol, tanto de las federaciones nacionales como de la UEFA (el organismo de gobierno europeo), se han resistido (desde los inicios de la Copa de Europa) a los distintos esfuerzos por introducir una competición europea potente, pese al enorme potencial en términos de creación de un producto altamente demandado. Y también se han resistido a los esfuerzos por debilitar el carácter balcanizado de las competiciones nacionales, con la creación de ligas como la Atlántica o la del Benelux, que agruparía a equipos históricos que ahora juegan en ligas demasiado pequeñas para ser competitivos en el mercado global de fichajes. Esto permitiría a estos equipos históricos (como el Celtic o el Ajax) recuperar el músculo financiero necesario para luchar de nuevo de forma creíble por los títulos europeos, con lo que se corregiría la tendencia reciente hacia una mayor polarización continental. No sería el primer terreno en el que se crean jurisdicciones que se solapan con las fronteras de las administraciones tradicionales por razones de eficiencia. En el sector eléctrico, por ejemplo, los operadores del sistema que gestionan redes de alta tensión y los intercambios que las utilizan, se han organizado de modo regional superando fronteras administrativas. Es el caso del sistema PJM en los Estados Unidos (que agrupa a territorios de varios estados), del NordPool que agrupa a varios países escandinavos, o del sistema eléctrico irlandés, que agrupa a toda la isla de Irlanda (y que es una de las eficiencias que se perderían en caso de un Brexit duro). La idea de crear jurisdicciones por razones de eficiencia, separadas o solapadas respecto al resto del mapa administrativo-territorial, está también detrás de la propuesta del economista suizo Bruno Frey, que propone extender la idea a cualquier sector donde haya una masa crítica de ciudadanos dispuesta a organizarse para servicios concretos, en lo que llama FOCJ (Functional, Overlapping, Competing Jurisdictions, jurisdicciones competidoras solapadas y funcionales). Algo parecido viene funcionando desde hace décadas en Estados Unidos con los llamados distritos especiales, que gestionan la educación, el agua o el transporte público, y que raramente coinciden con las fronteras administrativas territoriales. Estos distritos especiales tienen la ventaja de la funcionalidad y la eficiencia de escala, pero tienen los inconvenientes de la posibilidad de duplicar costes fijos entre administraciones, y de las dificultades de rendición de cuentas al atraer sólo la atención de aquellos sectores cuyos intereses están más directamente vinculados a las decisiones del distrito especial. En el caso europeo, estos inconvenientes podrían quedar mitigados si las ligas regionales nuevas que se crearan fueran supervisadas por las autoridades europeas para garantizar su rendición de cuentas, y si compartieran el poder y por tanto los costes fijos de gestión con la UEFA y las federaciones nacionales.
Todos los deportes tratan de organizar competiciones donde participen los mejores deportistas, de ahí por ejemplo el gran éxito del Mundial de fútbol o los Juegos Olímpicos. En Europa no hay duda de que hay margen para caminar en esta dirección en el fútbol, ya sea con la creación de una superliga europea que no tendría por qué ser cerrada para respetar la tradición del deporte europeo; o mediante la ampliación de una de las ligas nacionales actuales, como la Prmier League; o mediante la ampliación del Mundial de Clubs. En una liga europea que jugaran ocho equipos, por ejemplo R.Madrid, Juventus. Liverpool, Manchester City, Manchester United (o Sevilla), Bayern de Munich, FC Barcelona y AS Roma (o At. Madrid), a dos vueltas (con la Navidad y el mes de enero entre ellas), habría los mismos partidos que tienen que jugar aquellos de estos equipos que lleguen hasta la final que han jugado en la Champions League o en la Europa League en la temporada 2017-18, pero a diferencia de lo que ocurre ahora, todos los partidos serían al más alto nivel, con lo que la calidad de los partidos aumentaría, y por lo tanto lo haría también la generación de valor y riqueza, que se podría distribuir entre los protagonistas y redistribuir hacia el resto del mundo del fútbol y a la sociedad en general. Los mismos equipos mencionados más arriba, más los mejores equipos de otras regiones del mundo, participarían en un Mundial de clubs ampliado cada cuatro años por el que la FIFA parece haber recibido recientemente una gran oferta financiera por parte de un grupo de inversores. Este movimiento parece demostrar que existe “dinero encima de la mesa”, es decir, una ineficiencia en el sentido de que existen hoy los medios para crear valor para los consumidores pero el proyecto no termina de llevarse a cabo de momento por razones distributivas e institucionales. El reto para el mundo de fútbol es crear los mecanismos institucionales que solventen los conflictos por el reparto del valor creado y así hacer posible la creación de dicho valor. Si se optará por transformar una liga nacional en una liga europea, o por ampliar la actual Champions League, o por ampliar el Mundial de clubs, dependerá de cuál de las instituciones existentes impone su modelo. A la lucha distributiva por repartir el valor entre los potenciales perdedores relativos (los clubs modestos) se une la lucha sin cuartel por ver cuál de las actuales grandes instituciones (la Premier League, los grandes clubs, la UEFA o la FIFA) se hará con los derechos de propiedad de los nuevos formatos de competición. Lo que es difícil de discutir es que la estructura de competiciones del fútbol global no está cerrada, sino en permanente evolución. En el pasado se han creado competiciones como la Champions League y han desaparecido competiciones (como la Recopa, que reunió en Europa a los campeones de Copa), y otras han tenido una existencia efímera (como la Copa de la Liga en España). En el futuro seguirá siendo así.
El debate sobre la estructura de las ligas se centra mucho en la cuestión del equilibrio competitivo entre equipos. A los clubs se les deja cooperar en ligas (es decir, se les exime de la aplicación rigurosa de la defensa de la competencia) porque se supone que con la liga y sus restricciones a la libre competencia (pactos de horarios, negociación conjunta de derechos de televisión) crean un producto mejor. Aunque ya se ha dicho cuando más arriba se ha hablado de la demanda que no está muy claro el impacto del equilibrio competitivo en el bienestar de los consumidores, lo que sí está bastante claro es que este bienestar aumenta con la calidad de los partidos, y ésta aumentaría con una super-liga europea de cómo mínimo ocho equipos que se enfrentan todos contra todos a dos vueltas en las mismas jornadas que ahora ocupa la Champions League (algunas de las cuáles podrían trasladarse al fin de semana para aumentar las audiencias y la disponibilidad a pagar de los espectadores que van al estadio). Lo que genera ineficiencia ahora en el fútbol europeo no es la falta de más restricciones a la competencia como las que existen en Estados Unidos (como el draft inicial de jugadores), sino las barreras institucionales que impiden la creación de ligas supranacionales, con una liga por encima de todas ellas, que debería ser la última aspiración de cualquier equipo, como sería una super-liga europea. Lo que se conoce en la teoría económica del deporte como la invariance proposition (proposición de invariancia, un anticipo en los años 1950 de lo que sería llamado poco tiempo después el Teorema de Coase, un razonamiento parecido pero de carácter más general) sugiere que las formas de organizar las ligas al final no alteran la distribución de talento entre los equipos, porque los buenos jugadores tienden a ir a los buenos equipos, y en general los jugadores se asignan por medio de mecanismos de intercambio a aquellos equipos que encajan más con sus características. Distintos mecanismos de restricciones a la competencia o su ausencia lo que hacen cambiar es quien se lleva las ganancias finales de los intercambios (por ejemplo, si los jugadores o los clubs), pero no alteran la asignación de talentos y por lo tanto el grado de polarización. Lo que impide en este momento que se cree valor adicional en Europa es la estructura balcanizada de ligas y la ausencia de una super-liga europea, y no las reglas institucionales internas de cada liga.
Las ligas abiertas favorecen la emoción en el doble sentido del suspense por los ascensos y descensos, y porque debido a la pluralidad de competiciones, cuando una pierde emoción, la emoción subsiste en las otras. Si en primavera de 2018 la Premier League estaba totalmente decidida desde mucho antes de que terminase, no lo estaba la FA Cup, donde el líder de la liga fue eliminado, ni lo está la Champions League, donde sobrevivieron hasta la fase de eliminatorias un total de cinco equipos ingleses. Y todo eso sin contar que el Mundial estaba a la vuelta de la esquina, con su sistema de grupos y eliminatorias con emoción hasta el final, posibles tandas de penaltis, y la presencia de los grandes astros del balón. Es difícil pensar que el sistema de ligas monopolísticas de Estados Unidos, pese a los playoffs, pueda ofrecer el mismo nivel de dramatismo y emoción, aunque por supuesto hay margen de mejora en el diseño de muchas competiciones, como la Copa del Rey española, que inexplicablemente sigue jugándose con eliminatorias a doble partido. La diversidad de ligas y competiciones favorece la generación de ideas e innovaciones institucionales y la selección y expansión de las mejores prácticas. Por ejemplo, en la actualidad la liga española estudia implantar un sistema de dos vueltas asimétricas como el de la liga inglesa, por el que el orden de los partidos en la primera y segunda vuelta no es el mismo, sino que se decide en función de maximizar el interés de los espectadores. Existe competencia entre ligas: la española vs la inglesa vs la china, por ejemplo. Esta competencia en los últimos años ha ido acompañada por una ampliación de los mercados y una mejora de la calidad, aunque como todo proceso competitivo a gran escala genera zonas de sombra y opacidad, como las asociadas al mercado global de fichajes.