Se podría decir que el federalismo tiene tres fases: practicar el federalismo, saber que se es federalista, y decir que se es federalista.
Primera fase: practicar el federalismo. Esta es la fase más importante y necesaria, aunque no sé si es suficiente en una sociedad democrática donde hay que persuadir. En la práctica del federalismo nos va la supervivencia de la especie humana y la solución de los grandes problemas de la humanidad, que sobrepasan totalmente el potencial de los instrumentos del viejo y fatigado estado-nación. En España, el actual gobierno lo practica, tanto internamente como en Europa. No me refiero solo a la Declaración de Granada (una declaración que recoge la vigente política del PSOE de hacer evolucionar nuestro modelo autonómico), sino a cómo el Gobierno de Pedro Sánchez y Salvador Illa gestionó la pandemia a partir del principio del estado compuesto, y a como la Unión Europea, con el empuje decisivo de España, abordó la administración de las vacunas del Covid y puso en marcha, con deuda mancomunada, los fondos Next Generation, o cómo aborda, con una perspectiva integrada, la solución a los retos de la energía o la inmigración. En algunos de los grandes conflictos violentos de nuestro tiempo, cuando se practica el federalismo (incluso sin decirlo), la paz se construye sobre bases más sólidas y justas, relativizando las fronteras y buscando la cooperación entre comunidades. Mejor lo que ha ocurrido en Irlanda del Norte que lo de Israel o Yugoslavia.
Segunda fase: saber que se es federalista. Los derivados de la palabra que empieza por F son conceptos abstractos y complejos. No siempre quienes practican el federalismo son conscientes de ello, sobre todo si nadie se lo recuerda. Es como el enfermo de Molière, que hablaba en prosa sin saberlo. Igual que la prosa es el lenguaje de la cotidianeidad, nos puede pasar desapercibido que la realidad tiene un fuerte sesgo federal. Que ya vivimos en un mundo de soberanías compartidas y solapadas; que la soberanía nacional, especialmente en Europa, es un mito. Resistirse a la fuerza del federalismo, o no ponerle suficientes ganas, nos puede dejar estancados en un mundo que confiaba casi únicamente en la fuerza del estado-nación, sin ser conscientes de todas las posibilidades institucionales a nuestro alcance. Ser federalista no es menos, sino más, que ser soberanista o partidario de la España plurinacional (sin negarla). Es mucho más ambicioso, moderno y prometedor.
Tercera fase: decir que se es federalista. No todo el mundo que dice que es federalista lo es sinceramente (recuerdo a Oriol Junqueras o a Umberto Bossi invocar el federalismo), o lo es en la línea de, digamos, Altiero Spinelli, uno de los autores del Manifiesto de Ventotene. Pero también hay un subgrupo de líderes que practican el federalismo, que saben que lo son, y que sin embargo creen que es imprudente decirlo, o decirlo mucho, o decirlo con la boca abierta. Algunos de ellos son personas que saben más que yo sobre cómo ganar elecciones, y quizás calculen que es mejor no liarse en conceptos abstractos e ideológicos, y que no son "trending topic", y que en cambio hay que “hablar de lo que le interesa a la gente”. Yo como soy una especie de hooligan del federalismo, lo diría todo el rato sin parar (porque creo que sin federalismo no se solucionan los problemas de la gente), pero claro, sería para darme el gusto, y no soy un político profesional que sepa cómo se ganan elecciones. Ahora bien, parece que tras las dudas que ha merecido el relato del pacto con Junts, y el reequilibrio de fuerzas en la izquierda en Galicia, o el descenso del poder autonómico del PSOE, no soy yo quien recuerda, por ejemplo en varias columnas y editoriales del diario El País, que hay algo ahí, llamado federalismo, que ofrece un relato mejor que el del nacionalismo y una alternativa a éste mejor fundamentada en los principios de la democracia y el progresismo, sin que impida pactar con fuerzas nacionalistas que acepten la realidad. Y que, además, es algo que ya se practica en muchos ámbitos.
Veremos si, ante lo que está en juego en las elecciones europeas, nos quedamos en la primera fase.