Con ocasión del último Congreso de PSOE, el ex dirigente de Podemos Ramón Espinar escribió un tuit que decía que, pese a las discrepancias, había que aprender de las organizaciones que perduran, de su capacidad de cerrar heridas y remar en la misma dirección. Joan Coscubiela también hizo una comparación entre las organizaciones que funcionan por Telegram y las que tienen raíces sólidas basadas en lazos humanos estables.
Algunas organizaciones tratan de sobrevivir incluso cuando sufren graves escándalos, cambiando de nombre para parecer distintos, como es el caso de Facebook o de Convergencia (el partido político catalán). Sólo cambia de nombre quien tiene algo muy grave de lo que avergonzarse, pero veremos cómo les va.
Mi experiencia es que efectivamente en el Partido Socialista se tolera bien la discrepancia, por muy fuertes que sean a veces las discusiones. En el próximo verano se cumplirán 40 años de mi militancia socialista (y 40 años de tantas cosas) y nunca nadie me ha regañado por expresar mi opinión, ni cuando hice campaña contra la OTAN discrepando de la cúpula, ni cuando formé parte de grupos críticos, ni cuando apoyé a candidatos que a toro pasado puedo decir que eran los equivocados… Ahora habré estado dos años en la Ejecutiva del PSC, y la dejaré para volver a la base (mi sitio natural, dado que desde 1995 para mí la política es un hobby) en el Congreso de diciembre, tras haber dicho exactamente lo que se me pasaba por la cabeza en todas las reuniones que he podido. Y creo que mis compañeras y compañeros lo han agradecido, independientemente de si estaban de acuerdo con todo lo que decía. Las personas que se han ido del PSC dudo que puedan decir que alguien les ha echado, y han acabado siempre siendo más los que entraban que los que salían.
Además de la tolerancia por la discrepancia, las razones de la permanencia se hallan en la existencia de unas raíces (en el caso del PSC, muy bien explicadas en el libro de memorias de Raimon Obiols, “El mínim que es pot dir”), una implantación, una ideología reconocible a nivel internacional (que permite compensar los obvios errores con una reputación por políticas que a grandes rasgos han sido útiles en muchos países, incluido el nuestro).
Que una organización perdure no la convierte necesariamente en una organización deseable per se, claro, pero sí que habla de su capacidad de adaptación a los cambios, y de no depender de un liderazgo coyuntural. La Iglesia Católica y la Mafia italiana están entre las organizaciones más duraderas de la historia, y si tengo dudas sobre el balance de la primera, no las tengo sobre la segunda (ojalá no existiera). El Partido Conservador Británico creo que es el más antiguo del mundo, y el Nacionalista Vasco uno de los más antiguos de España. Quien quiera perdurar, debería estudiar estos casos, al margen de su mayor o menor cercanía ideológica.
El Barça y los grandes clubs de fútbol son otro ejemplo de resistencia al paso del tiempo. Los grandes clubs de cada país son los mismos década tras década, con pocas excepciones. Veremos si la incapacidad de las familias de la burguesía catalana por gestionar los ciclos del Barça puede más que la existencia de una comunidad de sentimientos y el atractivo de la ciudad condal para los grandes talentos del fútbol.
El problema no es cómo hacer que las organizaciones perduren, sino que perduren las buenas organizaciones, y que las malas se hundan lo antes posible.