La pandemia que estamos viviendo va a cambiar muchas cosas. Y mejor que lo haga, porque seguramente es el aperitivo de algo mucho más dramático, que es el cambio climático, que requerirá cambios drásticos en las políticas públicas. Igual que la Gran Depresión de 1929 y la Segunda Guerra Mundial fueron episodios traumáticos que cambiaron la sociedad, la economía, y la política, lo que está ocurriendo en estos momentos en todo el mundo va a acelerar cambios copernicanos, algunos de los cuales ya se estaban produciendo a paso de tortuga. Se percibe una necesidad de intervención mucho mayor del Estado en la economía, se siente una urgencia más clara por combatir las desigualdades, y se hace más imperativo desarrollar una acción cooperativa a todas las escalas, donde los diferentes niveles de gobierno se apoyen, y lo hagan con el sector privado y contando con los agentes sociales. A medio plazo, dado que debe aumentar la intervención del Estado en la economía, deberá aumentar la presión fiscal, especialmente en aquellos países, como España, donde lo que ingresa el Estado mediante impuestos en relación al PIB, está por debajo de la media europea, y muy por debajo de los países más adelantados del continente.
En este contexto, se está produciendo ya una lucha por imponer narrativas sobre qué agentes tendrán el control último de esta mayor intervención de lo público en la economía. En el marco de esa lucha evolutiva (no necesariamente consciente) interpreto lo que me parecen voces cada vez más numerosas y audibles que lamentan las insuficiencias de nuestro personal político y los partidos que lo representan. Estas críticas a veces tienen más credibilidad, y a veces tienen menos. A veces las pronuncian personas que han tenido responsabilidades políticas, sin haber destacado especialmente, o que están en cómodas poltronas en consejos de administración y, parapetados en columnas de medios prestigiosos, disparan contra una política sobre la que tienen más influencia que la mayoría de políticos profesionales.
Personas expertas podrán aportar datos sistemáticos que complementen mis impresiones subjetivas. Pero en lo que yo he vivido, en el contexto del socialismo catalán y español, y de la izquierda y el centro-izquierda en general, no me parece nada obvio que nuestra clase política, o nuestros partidos, sean peores ahora que cuando yo me afilié en 1982. El primer gobierno de Felipe González, junto a personalidades indiscutibles como Ernest Lluch y Enrique Barón, no incluía a ninguna mujer, y sí incluía a un ministro de agricultura que tenía miedo de ir en avión e iba en tren a las reuniones de Bruselas, cuando España estaba negociando la entrada en el club europeo. La mayoría de ministros no sabía inglés, y alguno terminó en prisión. De esos gobiernos surgieron grandes logros, como la expansión de la educación y la sanidad, y la entrada en las instituciones europeas, pero también fueron los gobiernos asociados a personajes como Juan Guerra o Luis Roldán.
No hay duda que la política se enfrenta a grandes retos, y que a todos interesa que haya más Obamas que Trumps. Por eso me parece positivo que los últimos gobiernos de España tengan mujeres y hombres, más personalidades cualificadas que hablen inglés, personas experimentadas en alcaldías y otras instituciones, personas viajadas y con experiencia europea, profesionales con cualificación... Seguramente alguien podrá encontrar algún ministro que no reúne este perfil, pero son una minoría. Por lo menos, no es nada obvio que, comparando el último gobierno de Sánchez, y el primero de González, la clase política haya empeorado. A no ser que se comparta esa opinión de los viejos profesores holgazanes, que creen que los alumnos cada año son peores, cosa que parece que ya se decía en tiempos de Aristóteles. También, comparativamente, el actual me parece un gobierno más representativo de la sociedad, no solo por razones de género, sino también por integrar en las instituciones a representantes de una fuerza política que, con todos sus defectos, representa a los sectores que se movilizaron en el movimiento del 15-M.
Entre las personas que acceden a la actividad política los hay mejores y peores, como en todas las actividades; los hay mejor intencionados y peor, como ha ocurrido siempre. Y reflejan las tendencias del conjunto de la sociedad. Tenemos a los representantes políticos que produce la sociedad, y surgen de la misma colectividad humana de la que surgen las profesiones docentes, médicas, legales, religiosas, etc. El discurso anti-política, aunque se haga desde posiciones de prestigio y con educación, encierra enormes peligros. Quien crea que la política debe mejorar, que se arremangue, que se afilie a un partido, o que cree uno nuevo, pero que no les haga el juego a los desestabilizadores desde el sofá de su casa.