En los últimos días, Steven Forti en una entrevista, María Jesús Cañizares en un texto en Crónica Global, y Albert Branchadell en El Periódico han realizado comparaciones entre el proceso independentista catalán y la ola populista y nacionalista de la que forman parte el Brexit y Donald Trump. La ola global de nativismo agresivo y desestabilizador de la democracia tiene otros exponentes, en Hungría, Polonia, Turquía, Francia, Italia, India, Filipinas, Brasil y otros países. Entre estas versiones hay diferencias, pues cada una resulta de la evolución y el ensayo y error de fuerzas en juego con sus propias raíces históricas. Pero hay parecidos, no porque estén coordinados (aunque hay elementos de contacto), sino porque responden en parte a factores comunes de "demanda" (características socio-demográficas comunes en países desarrollados, impacto de la globalización y el cambio tecnológico), y también de "oferta" (fuerzas políticas que utilizan en parte en repertorio común de técnicas para intentar alcanzar mayorías).
Branchadell encuentra que el parecido principal entre el independentismo catalán y el trumpismo está en la negación de la verdad que muestran al no reconocer su carácter minoritario, a pesar de la claridad de los datos electorales y demoscópicos. Sin embargo, dice que el "procés" no es "técnicamente populista", sin detenerse a explicar qué entiende por tal expresión. Un estudio técnico que conozco, donde mide el grado de populismo de forma continua y multidimensional con modernas técnicas estadísticas, pone a ERC y PdeCAT (no mide todavía al más reciente JxCat, probablemente todavía más populista que los otros dos) a la altura de los que están asumidos como principales partidos populistas europeos.
Entre estas tres versiones del nacional-populismo existen por supuesto diferencias. El trumpismo es más proteccionista que los otros dos, y el procesismo tiene menos apoyos entre la clase trabajadora tradicional que los otros dos, por ejemplo. Es curioso que ese menor apoyo entre la población obrera no le impida haber reclutado, probablemente y en términos proporcionales, más aliados provenientes de partidos de izquierdas, que en los casos del trumpismo y el Brexit. Es posible que Donald Trump presente grados de frikismo que los líderes de los otros dos movimientos no alcanzan. El procesismo se caracteriza por un abuso descarado de los medios públicos de comunicación, utilizados como máquinas propagandísticas, lo cual no está al alcance de los otros dos movimientos. Fox News, aunque no es un medio público, ha venido funcionando como órgano de propaganda del trumpismo, pero parece que se está desmarcando en las últimas semanas.
Pero los tres movimientos tienen un fuerte carácter nacionalista, abusan de la retórica binaria nosotros contra ellos, erosionan constantemente las instituciones formales e informales, expulsan de su noción de pueblo a una gran parte (en realidad mayoritaria demográficamente y abrumadora en las ciudades) de la sociedad, realizan un uso partidista de las instituciones que controlan, se enfrentan (Trump y Torra) a las autoridades electorales, participan de lo que Obama ha llamado "declive de la verdad" (propagando mentiras, incluso cuando se han demostrado falsas: "hemos ganado las elecciones", "Madrid nos roba 16.000 millones", "Europa nos recibirá con los brazos abiertos", "la tiranía de Bruselas"...). El abuso de la mentira alcanza tintes grotescos en el caso del subvencionado Institut de Nova Historia en Cataluña (que asegura que todo tipo de célebres personajes históricos son catalanes) o el movimiento QANon en USA, que asegura que Biden es un pederasta, entre otras aberraciones y teorías conspiranoicas. Los tres han mostrado ribetes racistas (contra los mexicanos, los negros, los españoles, los europeos orientales...) sin disimular demasiado. Practican la demonización del adversario (o su distorsión, llamando socialistas/comunistas a los Demócratas en USA, unionistas o botiflers a los federalistas en Cataluña, o quislings o traidores a los europeistas en Inglaterra), la división de la sociedad y una relación ambigua con la violencia, evitándola, pero mostrando simpatías con grupos armados del presente o del pasado, especialmente en el caso americano y el catalán. En ninguno de los tres casos, como se dice a veces, puede decirse que sean movimientos antielitistas, pues son apoyados por las elites de sus partidos y de sectores importantes de las clases altas. En el caso del trumpismo y del "procés" se les acusa de practicar un golpismo postmoderno, de intentar subvertir la democracia representativa sin recurrir a las insurrecciones militares tradicionales (hoy por hoy inviables).
Los tres han mostrado una gran ineficacia con la pandemia (lo que se añade al coste económico y social que conllevan en general), sin que en el procesismo y el brexitismo se haya llegado a los extremos de negación de la ciencia a los que ha llegado Trump. Pero también en Cataluña y el Reino Unido las autoridades han sido incapaces de gestionar la pandemia de forma rigurosa y en colaboración franca con otras instituciones, y su personal político ha mostrado su pésima selección cuando ha tenido que enfrentarse a un problema social de enorme gravedad.
Me centro en las tres versiones que conozco mejor, una porque la vivo de cerca todos los días, y las otras dos porque las sigo bastante intensamente desde los medios de comunicación. Las tres están viviendo momentos de declive (como los está viviendo Salvini en Italia), después de años de auge. En el caso de Trump, por haber perdido las elecciones (en el voto popular, por segunda vez), en el caso del Brexit por haber alcanzado sus dirigentes, y en especial Boris Johnson, cotas sin precedentes de impopularidad, y el proceso catalán porque también vive momentos de descomposición y división graves. En su declive juega que su proyecto choca precisamente contra la fortaleza de otras instituciones a las que se enfrentan, como la judicatura, la prensa, el multilateralismo o el federalismo. Pero también dan muestras de resistencia dentro del declive, por lo que no es de esperar que vayan a desaparecer abruptamente. Nunca hay que infravalorarlos. Trump podría estar contemplando resistir reinventándose como el "presidente legítimo", en este caso no en Waterloo, sino organizando su propio Palmar de Troya quizás en Mar-a-Lago (su mansión de Florida). Sin embargo, la movilización de Biden junto con los sectores progresistas y el Black Lives Matter en USA muestra el camino a seguir: una campaña de amplio espectro, basada en valores, tranquila, pero contundente y bien organizada, puede derrotar al nacional-populismo.
Timothy Snyder en "The Road to Unfreedom" (traducción castellana en Galaxia Gutemberg) habla de las fuerzas internacionales geoestratégicas, que juegan a favor de estos movimientos desestabilizadores. En particular, pone el énfasis en los intereses de Putin por desestabilizar el proceso de integración europea, y por desestabilizar las instituciones multilaterales globales. En este libro, el historiador norteamericano cita las conocidas interferencias rusas en Estados Unidos, pero también en los referéndums de Escocia y el Brexit. Citando los artículos en El País de David Alandete, también menciona las conexiones del procesismo catalán con la dirigencia rusa. La preferencia por el referéndum dicotómico y divisivo por mucho que choque con la existencia de deseables constituciones escritas (en lugar de buscar acomodo, igualmente difícil, a referéndums de ratificación de acuerdos como en Irlanda con el Acuerdo de Viernes Santo), se ha comprobado en el Reino Unido y Cataluña (y Crimea), y no en Estados Unidos porque, aunque ahí hay muchos referéndums en los estados, los de autodeterminación están prohibidos, tras los intentos secesionistas que llevaron a la Guerra Civil en el siglo XIX. Ello no ha impedido intentos apoyados por los medios rusos como una plataforma por la secesión de Texas, según Snyder, que llegó a tener más adheridos que la suma de miembros del Partido Republicano y el Demócrata en el Estado. Hay intereses internos (el populismo plutocrático local para distraer de las desigualdades y la corrupción) y externos por mantener bien vivo el nacional-populismo, por lo que habrá que seguir plantándole cara. En Cataluña y en buena parte también en el Reino Unido (si se aleja de un Brexit duro), donde no tenemos una coalición tan amplia como el Partido Demócrata en USA, la clave estará en ofrecer reformas en una dirección social-federalista (à la Piketty), que superen la noción estrecha de la soberanía nacional (la que defienden no sólo Trump, el Brexit y el "Procés", sino también Salvini, Marine Le Pen y Vox) con el objetivo de resolver problemas sociales de forma sostenible y cooperativa, como se desea hacer con los (federales) fondos Next Generation EU.