El “no tinc por” (no tengo miedo), que salió espontáneamente
de la ciudadanía, ha disciplinado a los responsables políticos. Ha sido efectivo,
por lo menos de momento, como fue efectivo el “Quien ha sido” en la
manifestación tras los atentados en los trenes de Madrid de Marzo de 2004. Teníamos
cierto derecho a no estar seguros de que fuera así: entre los responsables
políticos actuales hay personas que intentaron mentir para sacar provecho político
de los atentados de Atocha, y también hay personas que han estado hasta hace
unos días utilizando el poder institucional para saltarse la ley y gobernar
sólo para una parte de la población.
No es obvio que la lógica del “no tengo miedo” y de la libertad solidaria tengan que imponerse necesariamente, aunque creo que quien lo impida pagará un alto coste político por ello. A riesgo de simplificar, creo que a grandes rasgos hay tres posibles narrativas en disputa en estos momentos, incompatibles entre ellas, compitiendo en el debate político y mediático-social: la narrativa de la soberanía nacional, la narrativa islamofóbica y la narrativa solidaria que emergió espontáneamente de la Rambla.
La narrativa de la soberanía nacional tiene dos versiones, la española y la catalana, pero están basadas en principios parecidos. A ellas creo que se refiere el editorial de hoy de La Vanguardia cuando menciona que banderas que hasta recientemente han sido utilizadas para dividir a la población no tuvieron el protagonismo deseado en la manifestación del minuto de silencio en la Plaza Cataluña. Unidad, unidad, unidad, dicen unos dando vivas al rey. Otros creen que “La independencia nos daría todos los instrumentos para ser más eficaces contra el terrorismo”. Un importante responsable político que escribió este tuit el día después del atentado fue obligado a borrarlo, pero se pueden leer mensajes parecidos en los medios independentistas. No sólo el mensaje es absurdo, puesto que los países supuestamente “independientes” están pidiendo más, y no menos coordinación policial y compartir instrumentos y no monopolizarlos, sino que además aquí han cometido un grave error: si la ANC hubiera tenido los reflejos adecuados, podía haber liderado la reacción de voluntariado espontáneo tras el atentado olvidándose de mensajes políticos. Pero ni tienen tanta capacidad logística en el área de Barcelona ni debían tener puesto el chip de la solidaridad con todo el mundo, fuera cual fuera su origen.
La narrativa islamofóbica es muy poco sofisticada: “Hay que echar a los moros”. Anglada (el líder de la extrema derecha racista en Cataluña, no necesariamente españolista) ha vuelto a asomar su siniestra cabeza. Nada vacuna a Cataluña contra el racismo anti-musulmán, ya que en la legislatura anterior nuestra comunidad tuvo muchos más concejales de candidaturas racistas que el resto de España. En los últimos años por suerte ha venido a menos, pero habremos hecho un mal negocio si una parte de los adictos a las fobias pasan de la hispanofobia (o la catalanofobia) a la islamofobia. Como ejemplo del riesgo real de derivas racistas, el actual líder del PP en Cataluña, siendo alcalde de Badalona, hizo campaña bajo el lema “Limpiemos Badalona”, y de eso hace menos de tres años. La mayoría de víctimas del terrorismo de ISIS son personas musulmanas, y como explica Andreu Claret, estos terroristas en concreto o sus líderes e inspiradores persiguen el objetivo precisamente de generar racismo para poder justificar su proyecto.
La narrativa del “No tenemos miedo” (la portada que comparten hoy desde el diario ABC hasta el diario Ara), es la que afortunadamente para todos se ha impuesto de momento. La ciudadanía (los habitantes de Barcelona y sus visitantes) lo dice muy mayoritariamente: “no queremos odiar”. Yo no soy de los que creen que “la gente” o “el pueblo” siempre tienen razón, pero celebro con gran alivio y satisfacción que éste haya sido el grito dominante que ha emergido de la ciudadanía tras los atentados de Barcelona. Es algo enormemente positivo y es responsabilidad de todos construir sobre ello.
Ahora hay que traducir los deseos de la ciudadanía en hechos concretos en el terreno de las políticas y las instituciones públicas. Y para lograrlo habrá que hacer con tiempo y sosiego un análisis previo. Existen una serie de hechos analizables sobre la coordinación policial y política de los que poco a poco, insisto que con responsabilidad y prudencia, habrá que ir sacando lecciones:
-¿Funcionaron y funcionan suficientemente bien las recomendaciones y advertencias entre cuerpos policiales y de inteligencia? Las polémicas sobre los pilones y la supuesta advertencia sobre un posible atentado en las Ramblas, así como el rumor de que el gobierno catalán rechazó la experiencia de los Tedax de los cuerpos de seguridad españoles en Alcanar, deben aclararse.
-¿Fue suficiente la coordinación política? Los gobiernos catalán y español tardaron 20 horas en reunirse y casi un día entero en ofrecer una comparecencia conjunta, y cuando la hicieron olvidaron poner la bandera más importante, la de nuestra nueva patria común, que es Europa. Y no es mera retórica, pues es en el espacio europeo donde hay que coordinar mejor la inteligencia y la seguridad. El déficit de coordinación de nuestra necesaria diversidad institucional pone hoy en riesgo la vida de una ciudadanía solidaria que quiere seguir viviendo en libertad, y ello ocurre ante enormes desafíos geoestratégicos que van a agravarse en las próximas décadas con el cambio climático.
En casos de grandes atentados, como de grandes catástrofes no anunciadas, un gran foco se coloca encima de los gobernantes y sus mecanismos institucionales, y nos permite aprender más sobre su calidad humana y política (en democracia, también hay que solidarizarse con ellos por la gran presión a la que están sometidos). Es legítimo el debate sobre qué tipo de reformas políticas e institucionales minimizarían las descoordinaciones, que ponen en riesgo la vida de las personas, aunque sea verdad que la prioridad ahora sea socorrer a la víctimas, detener a todos los responsables y esclarecer los hechos. Es legítimo el debate democrático sobre qué tipo de reformas políticas, no sólo en Cataluña y España, sino en toda Europa y el mundo, pueden hacer posible que la naturaleza de la Rambla (su libertad y su solidaridad) y su grito (no tengo miedo) se expandan de forma institucionalizada. La Rambla y el mundo que emerge de ella son de todas y todos. Y más temprano que tarde (lo están haciendo ya) volverán a andar sobre ella hombres y mujeres libres de todos los orígenes para construir una sociedad mejor.
No es obvio que la lógica del “no tengo miedo” y de la libertad solidaria tengan que imponerse necesariamente, aunque creo que quien lo impida pagará un alto coste político por ello. A riesgo de simplificar, creo que a grandes rasgos hay tres posibles narrativas en disputa en estos momentos, incompatibles entre ellas, compitiendo en el debate político y mediático-social: la narrativa de la soberanía nacional, la narrativa islamofóbica y la narrativa solidaria que emergió espontáneamente de la Rambla.
La narrativa de la soberanía nacional tiene dos versiones, la española y la catalana, pero están basadas en principios parecidos. A ellas creo que se refiere el editorial de hoy de La Vanguardia cuando menciona que banderas que hasta recientemente han sido utilizadas para dividir a la población no tuvieron el protagonismo deseado en la manifestación del minuto de silencio en la Plaza Cataluña. Unidad, unidad, unidad, dicen unos dando vivas al rey. Otros creen que “La independencia nos daría todos los instrumentos para ser más eficaces contra el terrorismo”. Un importante responsable político que escribió este tuit el día después del atentado fue obligado a borrarlo, pero se pueden leer mensajes parecidos en los medios independentistas. No sólo el mensaje es absurdo, puesto que los países supuestamente “independientes” están pidiendo más, y no menos coordinación policial y compartir instrumentos y no monopolizarlos, sino que además aquí han cometido un grave error: si la ANC hubiera tenido los reflejos adecuados, podía haber liderado la reacción de voluntariado espontáneo tras el atentado olvidándose de mensajes políticos. Pero ni tienen tanta capacidad logística en el área de Barcelona ni debían tener puesto el chip de la solidaridad con todo el mundo, fuera cual fuera su origen.
La narrativa islamofóbica es muy poco sofisticada: “Hay que echar a los moros”. Anglada (el líder de la extrema derecha racista en Cataluña, no necesariamente españolista) ha vuelto a asomar su siniestra cabeza. Nada vacuna a Cataluña contra el racismo anti-musulmán, ya que en la legislatura anterior nuestra comunidad tuvo muchos más concejales de candidaturas racistas que el resto de España. En los últimos años por suerte ha venido a menos, pero habremos hecho un mal negocio si una parte de los adictos a las fobias pasan de la hispanofobia (o la catalanofobia) a la islamofobia. Como ejemplo del riesgo real de derivas racistas, el actual líder del PP en Cataluña, siendo alcalde de Badalona, hizo campaña bajo el lema “Limpiemos Badalona”, y de eso hace menos de tres años. La mayoría de víctimas del terrorismo de ISIS son personas musulmanas, y como explica Andreu Claret, estos terroristas en concreto o sus líderes e inspiradores persiguen el objetivo precisamente de generar racismo para poder justificar su proyecto.
La narrativa del “No tenemos miedo” (la portada que comparten hoy desde el diario ABC hasta el diario Ara), es la que afortunadamente para todos se ha impuesto de momento. La ciudadanía (los habitantes de Barcelona y sus visitantes) lo dice muy mayoritariamente: “no queremos odiar”. Yo no soy de los que creen que “la gente” o “el pueblo” siempre tienen razón, pero celebro con gran alivio y satisfacción que éste haya sido el grito dominante que ha emergido de la ciudadanía tras los atentados de Barcelona. Es algo enormemente positivo y es responsabilidad de todos construir sobre ello.
Ahora hay que traducir los deseos de la ciudadanía en hechos concretos en el terreno de las políticas y las instituciones públicas. Y para lograrlo habrá que hacer con tiempo y sosiego un análisis previo. Existen una serie de hechos analizables sobre la coordinación policial y política de los que poco a poco, insisto que con responsabilidad y prudencia, habrá que ir sacando lecciones:
-¿Funcionaron y funcionan suficientemente bien las recomendaciones y advertencias entre cuerpos policiales y de inteligencia? Las polémicas sobre los pilones y la supuesta advertencia sobre un posible atentado en las Ramblas, así como el rumor de que el gobierno catalán rechazó la experiencia de los Tedax de los cuerpos de seguridad españoles en Alcanar, deben aclararse.
-¿Fue suficiente la coordinación política? Los gobiernos catalán y español tardaron 20 horas en reunirse y casi un día entero en ofrecer una comparecencia conjunta, y cuando la hicieron olvidaron poner la bandera más importante, la de nuestra nueva patria común, que es Europa. Y no es mera retórica, pues es en el espacio europeo donde hay que coordinar mejor la inteligencia y la seguridad. El déficit de coordinación de nuestra necesaria diversidad institucional pone hoy en riesgo la vida de una ciudadanía solidaria que quiere seguir viviendo en libertad, y ello ocurre ante enormes desafíos geoestratégicos que van a agravarse en las próximas décadas con el cambio climático.
En casos de grandes atentados, como de grandes catástrofes no anunciadas, un gran foco se coloca encima de los gobernantes y sus mecanismos institucionales, y nos permite aprender más sobre su calidad humana y política (en democracia, también hay que solidarizarse con ellos por la gran presión a la que están sometidos). Es legítimo el debate sobre qué tipo de reformas políticas e institucionales minimizarían las descoordinaciones, que ponen en riesgo la vida de las personas, aunque sea verdad que la prioridad ahora sea socorrer a la víctimas, detener a todos los responsables y esclarecer los hechos. Es legítimo el debate democrático sobre qué tipo de reformas políticas, no sólo en Cataluña y España, sino en toda Europa y el mundo, pueden hacer posible que la naturaleza de la Rambla (su libertad y su solidaridad) y su grito (no tengo miedo) se expandan de forma institucionalizada. La Rambla y el mundo que emerge de ella son de todas y todos. Y más temprano que tarde (lo están haciendo ya) volverán a andar sobre ella hombres y mujeres libres de todos los orígenes para construir una sociedad mejor.
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