domingo, 30 de abril de 2017
Trabajador@s del mundo, federaos
El Día Internacional del Trabajo se llama internacional porque desde el principio del capitalismo y de los movimientos de emancipación obrera, la causa de la clase trabajadora se concibió como una causa que debía ir más allá del marco nacional. La solidaridad entre personas trabajadoras para construir un mundo mejor significaba que un obrero de Manchester se sentía más solidario de uno de Nápoles que de la burguesía de su país. Hoy debería significar que una persona trabajadora en Cataluña debería sentirse más solidaria respecto a los problemas del campo andaluz que respecto a los problemas de la familia Pujol. Por supuesto, la primera guerra mundial fue un duro golpe para esta noción, y tras el asesinato de Jean Jaurès en Francia se impusieron las visiones estrechamente nacionales entre muchos movimientos de emancipación obrera. El candidato francés Mélenchon parece ser heredero de la tradición que acabó con la vida de Jaurès, no porque sea un asesino, que no lo es, sino porque es incapaz de decidirse entre una candidata hiper-nacionalista y racista que coquetea con el negacionismo del Holocausto, Marine Le Pen, y un candidato europeísta, Macron, que no es socialista pero al que apoyan numerosas personalidades provenientes de la izquierda y el centro-izquierda, entre los cuales se encuentra el antiguo líder ecologista y del Mayo del 68 parisino, y actual exponente del federalismo de izquierdas, Daniel Cohn-Bendit. Mélenchon abraza el proteccionismo y el nacionalismo económico y político, como Donald Trump, y parece que no ha aprendido las lecciones de los últimos casi 40 años o incluso más atrás. En 1981 François Miterrand tuvo que dar un giro de 180 grados a su política de construir el socialismo en un solo país, como Zapatero en 2010 tuvo que plegarse a las realidades de un mundo donde un país puede ser víctima en cualquier instante de un ataque especulativo. Los países europeos hace tiempo que dejaron de ser soberanos. Hoy la lucha de la izquierda debe ser internacional o fracasará. Tras la segunda guerra mundial Altiero Spinelli fue expulsado del Partido Comunista Italiano tras redactar el Manifiesto de Ventotene, la biblia del federalismo europeo, porque fue considerado un pequeño burgués. Con el tiempo, los cultísimos dirigentes del comunismo italiano rectificaron e hicieron de Spinelli uno de los mejores eurodiputados que ha tenido el continente. Hoy los trabajadores y las trabajadoras se enfrentan a desafíos colosales, desde la robotización y la digitalización hasta la decreciente participación de las rentas salariales en la renta global. Recuperar poder adquisitivo y poder político para la clase trabajadora debe ser el gran objetivo de la izquierda, pero sólo se logrará si somos conscientes de en qué cancha se disputa el partido. Y la cancha en que se disputa el partido es global. La construcción de sistemas fiscales donde la presión fiscal no recaiga sólo sobre las personas trabajadoras, donde desaparezcan los paraísos fiscales, sólo se conseguirá con democracias ampliadas como por ejemplo con una Unión Europea más fuerte y federada. Las políticas fiscales ambiciosas que creen empleo y mejoren la productividad sólo tendrán el músculo suficiente si se cede soberanía al nivel europeo y esta soberanía se controla democráticamente. Mélenchon y todos los soberanistas de izquierdas le hacen el trabajo a quienes no creen en la solidaridad internacional de la clase trabajadora y quieren erosionarla todavía más. Los que creen que el federalismo es un tema meramente territorial no entienden que la causa de la clase trabajadora sólo triunfará si de una vez superamos el marco mental del estado-nación. Trabajadoras y trabajadores, luchemos por la emancipación y por la federación. Son lo mismo.
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