Sobre Europa y la regeneración democrática
comparto el diagnóstico del libro de Ignacio Sánchez-Cuenca, que desnuda los
argumentos de “regeneracionistas” como César Molinas. Nuestros problemas de crisis institucional no son debidos a la
forma concreta de nuestras instituciones nacionales, sino fundamentalmente a la incapacidad de
poder tomar decisiones democráticas en la actual configuración de la globalización y en particular de la zona euro.
Estoy de acuerdo en el diagnóstico: la ciudadania se rebela contra nuestros
partidos sobre todo por su impotencia ante las políticas de austeridad y su incapacidad
por proporcionar alternativas diferenciadas.
Pero no estoy de acuerdo en el remedio que propone, nada menos que salir
de la zona euro y hacer marcha atrás en la globalización.
Acertadamente, Sánchez-Cuenca va a parar al trilema
de Rodrik (sólo se pueden combinar dos opciones entre soberanía nacional,
democracia y globalización), aunque muestra su preferencia por una salida al
mismo distinta a la que se acerca más a mis preferencias. Rodrik mismo se
muestra partidario de volver a la soberanía nacional para salvar la democracia
limitando la globalización, al igual que Sánchez-Cuenca. Pero Rodrik lo hacía
mencionando, pero sin abordar a fondo, el experimento más serio por superar por
la vía de limitar la soberanía nacional su trilema. Este experimento es la Unión
Europea, y Sánchez-Cuenca sí aborda esta posibilidad a fondo y abiertamente,
para considerarla básicamente un fracaso, en especial la zona euro.
Los ejemplos de países que pone como
jurisdicciones donde la soberanía nacional es compatible con la democracia y el
bienestar son en realidad reveladores. Canadá y Australia son democracias de
alcance continental y estructura federal. Chile es un país con enormes
desigualdades donde sus elites han creado grandes frenos institucionales a la
igualdad gracias a la herencia de un perído dictatorial contra la que se ha
rebelado recientemente gran parte de su juventud. Corea del Sur es un país
donde las instituciones propias del capitalismo se han impuesto en gran parte
por la combinación de la guerra fría y unos enormes sacrificios por parte de su
población tras un período dictatorial. Y Turquía no para de llamar a la puerta
de la Unión Europea. Como ejemplos de que el federalismo europeo es una mala
idea, no son afortunados. Sánchez-Cuenca califica de ilusos a los partidarios
de una federación mundial debido a las diferencias y desigualdades entre países, lo cual revela un realismo que es
contradictorio con su preocupación por las desigualdades: ¿por qué no intentar reducirlas?. Descalificar por
utópico el federalismo mundial no basta como argumento contra un federalismo
democrático europeo que vaya dejando atrás el poder de los estados-nación. Piketty,
Krugman, Stiglitz y Sen también creen que una zona euro como la actual, sin
unión política ni fiscal ni bancaria, es disfuncional y conduce a agravar los
problemas, pero la solución que proponen no es hacer marcha atrás, sino culminar
mediante una unión política y fiscal democrática el sueño de quienes pensaron con acierto que la unidad europea era el mejor
antídoto contra nuestros viejos fantasmas, la mejor forma de perfeccionar la
democracia, y la mejor forma de contribuir a un mundo cohesionado y en paz.
El proyecto europeo es joven, y es lo único
que tenemos para ser relevantes a la escala necesaria. Por supuesto hacer
marcha atrás y consolidar la democracia en los viejos o nuevos estados-nación
es una posibilidad, pero ahí están los fantasmas de la vieja Europa acechando.
Sólo hay que ver lo que pasa en la Europa no cubierta por la UE (Ucrania,
Yugoslavia) o en Oriente Medio, o lo que pasaba en Europa antes de la UE: la fragmentación es un grave riesgo para Europa, sería una vuelta atrás. ¿Cómo
abordaremos volviendo al estado-nación
los problemas de la concentración creciente del capital a escala internacional,
del cambio climatico, de la inestabilidad financiera...? No acabo de entender
que sea más iluso avanzar en una federación europea que hacer marcha atrás en
la globalización.
La crítica de Sánchez-Cuenca se centra en el
Banco Central Europeo, aunque ésta es una institución que también se encuentra
en estados-nación soberanos que mantienen su moneda como Estados Unidos,
Inglaterra,Canadá, Israel, Chile y tantos otros. Por otra parte, deben existir
instituciones que limiten el ejercicio permanente de la regla de la mayoría,
como reconoce el propio Sánchez-Cuenca cuando explica que desconfía de la
democracia directa, y como explicaba hace unos años en un artículo académico
sobre la necesidad de instituciones que faciliten los compromisos
inter-temporales. Los bancos centrales independientes han mostrado sus enormes
limitaciones, pero a buen seguro que la solución a las mismas no se encuentra
en volver a escondernos detrás del estado-nación. No debimos haber entrado en el euro tal como se creó, pero como el propio autor reconoce, salir de él nos enfrentaría a lo incierto y desconocido.
El remedio es democratizar la zona euro, entre
otras razones para frenar la concentración creciente del capital que amenaza
nuestra democracia; ese debería ser el gran proyecto del federalismo catalán, español y europeo del siglo XXI para regenerar la democracia.
El libro es un trabajo muy interesante y he aprendido con su lectura, tomando nota de referencias importantes que en muchos casos desconocía. En cualquier caso, Sánchez-Cuenca sitúa el
debate en el escenario adecuado, en el trilema de Rodrik, y en la interacción entre
los problemas de la democracia y del federalismo. Sería interesante ver qué
piensa de las propuestas formuladas por Piketty en su libro “El capital del siglo XXI” y en sus artículos de prensa en el sentido de avanzar
hacia un federalismo democrático europeo para hacer posibles las políticas
redistributivas a la escala necesaria, ante la alternativa que este autor
francés, al igual que Sánchez-Cuenca, cree nefasta, que es la de un “federalismo
tecnocrático” europeo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario