Si encerráramos en una habitación sin comida hasta que
lleguen a un acuerdo unánime a todos los partidos españoles con representación en el Congreso, el texto del acuerdo sería una Constitución europeísta federal avanzada. A la misma solución se llegaría por el procedimiento de Borda con los mismos protagonistas sin necesidad de que nadie pereciese, previa elaboración por un árbitro de una lista suficientemente extensa de propuestas. El riesgo de una reforma constitucional acordada sólo por
dos o tres partidos es que no tendría el mismo nivel de apoyo que la del 78 y que sería rechazada en colectivos clave, geográficos o generacionales (como el Brexit).
La cuestión es qué estrategia seguir para conseguir este consenso amplio hacia un federalismo avanzado. No se avanzará hacia un mejor federalismo defendiendo sus
principios con la boca pequeña, como si el federalismo fuera insuficiente o una simple tercera vía. La
opción federal es la mejor opción en España y Europa, y no para derrotar al
independentismo catalán o al centralismo del PP, sino para avanzar en la
economía global del siglo XXI ante los desafíos simultáneos del
nacional-populismo y la plutocracia. El federalismo es la gran alternativa al viejo estado-nación, es un proyecto ambicioso y radical, pero factible y pacífico. Hay que defender el federalismo con la
boca bien grande, apoyando a sus organizaciones (una de ellas acaba de
demostrar su madurez con una primera renovación profunda de su dirección),
leyendo sus libros y contribuyendo a sus documentales. Además, la dirección del PSC
debería poner a alguien del siglo XXI (aunque sea alguien mayor, pero con
lecturas recientes e internacionales) a escribir los textos que se deben
debatir en sus congresos. No basta con que los delegados sean del siglo XXI,
porque los textos iniciales marcan el debate para bien y para mal. En este sentido, el "referéndum a la canadiense" genera confusión porque, primero, contrariamente a lo que piensa
la prensa catalana, equivale a no hacer el referéndum (desde que existe la Ley de la Claridad, rechazada por los independentistas quebequeses, no ha habido referéndum), y, segundo, Canadá no es España porque
ellos no tienen Europa ni la zona euro; en todo caso debería haber una ley de claridad europea. Crear la expectativa de un ulterior referéndum no ayuda a llevar a los independentistas moderados a la mesa de negociación, como sería deseable. Una ley de claridad además no altera muchos aspectos negativos
de los referéndums de independencia: falsa claridad (son cuestiones complejas y
mal definidas), división de la sociedad, etc. La idea del referéndum de independencia está desacreditada
tras el Brexit. Que la mayoría de la clase política catalana no haya querido enterarse
no significa que la realidad no sea la que es. En un debate el viernes en la
UPEC sólo Miquel Iceta se acordó de que existía algo llamado Europa, aunque la
desconexión no de España sino del mundo del representante de la CUP y de la de ERC hacía que Xavi
Domènech, representante del Podemos catalán, pareciera un banquero central en
cuanto a sentido de la responsabilidad.
Si fracasa la reforma constitucional seguiremos con el mismo
marco legal indefinidamente. No hay otra alternativa real (mientras la UE y la zona euro sigan en pie). El objetivo de obligar al PP y a otros
centralistas a moverse para que una reforma constitucional sea por el máximo
consenso es totalmente loable. Pero para incentivar al PP y al soberanismo español a
reformar en profundidad la Constitución el espantajo del (inexistente) "referéndum a la canadiense"
es una mala idea, que en España (entre otras cosas, porque está en la zona euro
y tiene una Constitución escrita) genera confusión. La obligación de los
federalistas es empujar las decisiones colectivas en la dirección de la
concordia (un “nudge” colectivo más que individual). Hay que buscar otra
forma de presionar por una reforma con el máximo consenso (por cierto, una
vieja idea de los grandes economistas suecos Wicksell y Lindahl modernizada por
el economista catalán de UC Davis, Joaquim Silvestre): ¿les encerramos a pan y
agua?
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