La historia de las relaciones entre nacionalismo y
socialismo o socialdemocracia es en este sentido muy ilustrativa. El socialismo
democrático fue una de las víctimas del estallido de los nacionalismos con la
primera guerra mundial, pero se recuperó con la paz internacional que siguió a
la segunda. Desde un punto de vista “positivo”, economistas como Bandiera o
Roemer han mostrado desde perspectivas teóricas y empíricas cómo las élites
juegan a agrandar las dimensiones no materiales para dividir a las mayorías
partidarias de una mayor igualdad. Desde un punto de vista “normativo”, ¿qué
criterio moral o de justicia social basado en ideas progresistas puede
justificar preocuparse por “los míos” y no por los otros o los de más allá? La
existencia de razones históricas (ya sea el Holocausto para los israelíes o la
construcción de un estado centralizado de matriz castellana heredado del
franquismo en el caso español, u otras cargas heredadas en otras realidades)
justifica unas cosas pero no otras. Encontrar el acento justo no es fácil, pero
es un imperativo moral, porque de ello depende nuestra libertad.
Existen hoy dos alternativas en esta parte del hemisferio
norte (y existen dilemas parecidos en otras latitudes): construir una Europa
unida sin fronteras dedicada a la prosperidad con equidad (donde todas las
identidades sean respetadas), más federal que inter-gubernamental, o favorecer
el nacionalismo y el populismo. Quienes desde posturas pretendidamente
progresistas erosionan la cohesión de las fuerzas partidarias de una mayor
igualdad y deciden cabalgar en la ola de los nuevos vendedores de milagros,
oscilan entre la ingenuidad y la inmoralidad, pasando por el oportunismo. No me
refiero a criticar a los partidos de la izquierda tradicional por su falta de
democracia interna y sus casos de corrupción, que eso está muy bien y es
imprescindible. Me refiero a, en lugar de hacer eso, dedicarse a ponerse detrás
de los movimientos populistas o identitarios cediendo a la presión social o
intentando ganar una fácil cuota mediática con la anti-política o con el
nacionalismo barato (de un lado o de otro). Los partidos de izquierdas deben
evolucionar hacia organizaciones más modernas y democráticas, pero me resisto a
que sean sustituidas por movimientos populistas e identitarios cuyo liderazgo
intelectual parece ejercido por las secciones de deportes de cadenas de
televisión sectarias (en Cataluña, en el Madrid de la TDTParty, en Serbia o en
la Padania). En juego está culminar con la unidad política europea el sueño de
paz y progreso de nuestros abuelos políticos, o deshacer el camino andado y
caer de nuevo en la división y el retroceso económico y social ante las grandes
potencias emergentes.
Es decisivo mantener la unidad civil y comunitaria de las
sociedades cruzadas por la diversidad identitaria (la mayoría en Europa y
quizás en el mundo). Sólo así prevalecerán los objetivos de libertad e
igualdad. Europa no avanzará a golpe de referéndums de autodeterminación de
cada una de sus partes. Vivimos en un mundo de soberanías compartidas y
solapadas donde hay que hacer compatible una creciente transferencia de
soberanía en el nivel europeo, con una democracia mejor (que no necesariamente
será una democracia más radical) y con el principio de subsidiariedad.
Es necesario en 2014 (centenario del inicio de la primera
Guerra Mundial, y por lo tanto del apogeo de los nacionalismos y de la división
de Europa) en las elecciones europeas reducir y no ampliar el peso del
nacionalismo y el populismo en el Parlamento europeo. Para ello hay que extender
el proyecto exitoso de la socialdemocracia más allá del Estado-nación (disolviéndolo
en una realidad sin fronteras legislativas y regulatorias y creando en lo que se refiere a nuestro
continente un Estado federal europeo), y adaptarlo a realidades más complejas,
con el triple objetivo de: 1) avanzar de forma coordinada hacia el crecimiento
económico y la prosperidad; 2) conseguir en un gran esfuerzo europeo cotas más
elevadas de igualdad en el ingreso y en el acceso al poder político y social,
mediante una fiscalidad elevada, justa y eficiente, y un estado del bienestar
modernizado; y 3) contribuir a proteger el medio ambiente y frenar el cambio
climático, poniendo un precio a las emisiones contaminantes y promoviendo bajo
el liderazgo de un sector público coordinado a nivel europeo y una gran empresa
privada comprometida éticamente con objetivos sociales una nueva revolución
industrial basada en las energías verdes.
Hacen falta partidos políticos, sindicatos y organizaciones
que construyan un relato común con personas provenientes de comunidades e
identidades distintas, huyendo como de la peste de partidos políticos u otras
organizaciones cortados por identidades lingüísticas, étnicas o culturales a la
belga o a la post-yugoslava. Deberíamos tener como objetivo construir partidos
políticos europeos que se rijan por reglas del juego europeas, donde la carrera
política de un alemán se juegue también en l’Hospitalet, o donde los casos de
corrupción del PP o de CiU sean investigados por un finlandés.
No basta con la razón, hay que construir una épica y
una emotividad de una Europa sin fronteras, pero primero hay que dejar de
reírles las gracias a quienes quieren dividir a las fuerzas de progreso. Y con
ello contribuyen a impedir que las fuerzas democráticas se regeneren para hacer
realidad los sueños de paz y libertad que han llegado hasta nosotros de la mano
de Stefan Zweig, George Orwell, Tony Judt o Claudio Magris entre muchos otros
(y no de Beppe Grillo o Pilar Rahola).
Molt bo altres cop. Crec que hi ha els elements que calen per al debat i l'anàlisi, i propostes clares. Espero que els destinataris ideals de l'article sàpiguen llegir-lo i valorar-lo.
ResponderEliminarHola,
ResponderEliminarMe ha gustado bastante. Escribí hace poco algo parecido que comparto con vosotros:
http://larepublicaheterodoxa.blogspot.com.es/2013/07/nacionalismo-no-nacionalismo-y.html
Saludos,
Molt, molt bo, Quico.
ResponderEliminarL'he compartit al meu mur de facebook.
Gràcies.
Ricard.