En este contexto es en el que debería plantearse un debate
serio de reformas institucionales, como el que sugieren artículos recientes de
Habermas y Vives, entre otros. Si éste fuera el punto de referencia (es decir, la
propuesta de avanzar hacia una Europa unida sin fronteras, federal), debates
como el que se plantea sobre el encaje de Cataluña en España se verían desde
una perspectiva muy distinta. Pero como los sectores soberanistas han tenido el
acierto de plantear la “independencia” como punto de referencia del debate, y
esta independencia a mucha gente sensata, pero poco dispuesta a movilizarse, le
parece un disparate, ha terminado ocurriendo que a mucha de esta gente le
parezca aceptable, en comparación, algo tan difícil de casar con el
proyecto europeo como el “derecho a decidir”, en forma de una consulta etérea
donde sólo se sabe que en algún momento deberíamos votar si queremos o no un “estado
propio” supuestamente miembro de la Unión Europea, aunque los dirigentes de la
UE ya han dicho que, si Cataluña se independizara, quedaría fuera de la Unión.
Más bien al contrario, parece que la independencia de Cataluña sólo ocurrirá si
se desintegra la UE. Pero esto los soberanistas no lo dicen, porque la mayoría
de ellos alardea al mismo tiempo de europeísmo.
Tras la interpretación equivocada que hizo Artur Mas de la manifestación del 11S de 2012, convocó
con dos años de antelación unas elecciones autonómicas con el cálculo de
obtener una mayoría absoluta, y en cambio quedó en manos de ERC, un partido con
una clara agenda independentista. Con mucha menos épica, pero con importantes
apoyos y argumentos, apareció la “Crida Federalista i d’Esquerres” en Cataluña,
que fue seguida por un manifiesto de intelectuales españoles a favor del
federalismo, y por una propuesta de orientación federal del PSOE en la declaración
de Granada. En la actualidad, la “Crida” se encuentra en proceso de
constituirse en plataforma permanente.
Levantar la voz por un federalismo de orientación europea es
imprescindible, porque las derechas nacionalistas se alimentan mútuamente bajo el
supuesto implícito de que ciertos frenos automáticos acaban evitando males
mayores. Pero no hay ninguna garantía de que estos frenos automáticos sean
eficaces en un momento de populismos alimentados por una dura crisis económica,
y por fuerzas políticas, como CiU, ansiosas de liberarse de la crítica a los
recortes presupuestarios y a gravísimos casos de corrupción.
Ante ello, el federalismo no arrastra multitudes ni tiene
banderas con que engalanar edificios emblemáticos y balcones, pero se nutre de
una fértil tradición de las izquierdas catalanas y españolas y de la referencia
de grandes países exitosos en cuanto a su estructura institucional (Estados
Unidos, Canadá, Suiza, Alemania, Australia…). En un mundo de soberanías
compartidas y solapadas, de creciente globalización, el debate de ideas entre
federalismo e independentismo, en el seno de la UE, no tiene color. Quizás por
eso el independentismo catalán ha fracasado estrepitosamente en su búsqueda de
aliados, y por eso los delegados de la Generalitat en Bruselas y Madrid han
presentado su renuncia, porque no quieren morir de vergüenza defendiendo las
ideas de Mas (o de ERC) fuera de Cataluña.
En el mundo hay 4000 realidades nacionales sin estado, y en
Europa las culturas, nacionalidades, y lenguas se solapan a través de las
fronteras. El futuro económico de una Cataluña sin España y una España sin
Cataluña se presenta cuanto menos muy incierto, y supondría un riesgo económico
y geoestratégico que Europa y sus aliados no se van a permitir. Los
soberanistas plantean el debate económico como si la capacidad económica se
fuera a mantener y los catalanes pudieran disponer de una parte más grande del
pastel, pero la primera consecuencia de la independencia sería la pérdida de
aliados comerciales, la fuga de empresas, la probable salida de Europa, y por
tanto la incapacidad de mantener la actual de generación de recursos.
Las incógnitas de la independencia son conocidas y nadie las
aclara: forma de estado, defensa, seguridad social, validez del pasaporte para
entrar en otros países, futura integración en la UE (¿qué estados miembro
reconocerían a Cataluña y aceptarían su integración en la UE?). No se aclaran
porque no se pueden aclarar, y porque nadie tiene un proyecto serio de
independencia, porque no puede existir, al menos en la UE y la zona euro.
Ello no impide una campaña de exaltación nacionalista en
Cataluña, financiada por los poderes públicos y sus medios de comunicación afines.
Los federalistas queremos que las
cuestiones se decidan con procedimientos y maneras estrictamente democráticos.
Pero una consulta etérea donde haya que votar sí o no a algo parecido a la “independencia”
no es la única forma de decidir. También lo es un proceso deliberativo que
acaba proponiendo a la ciudadanía una propuesta que pueda unir a una gran parte
de la población (que tiene distintas sensibilidades respecto a la relación con
España, con una gran mayoría que en distintos grados comparte catalanidad y
españolidad), como por ejemplo una nueva constitución federal (que aclare
competencias, cree una cámara territorial y reconozca el multilingüismo), de
vocación regeneracionista y claramente orientada a la unión política europea.
Mientras tanto el clima social en Cataluña se ha enrarecido:
existe una fuerte presión social a favor del soberanismo, aunque no haya un
proyecto claro de cómo llevarlo a cabo en el contexto europeo; una creciente
intolerancia, con insultos y amenazas en las redes sociales o en las sedes de
partidos no independentistas; y falta de neutralidad/pluralidad de los medios
de comunicación. Pero como los “moais” de la Isla de Pascua (esas grandes
estatuas que eran el resultado de la competencia entre clanes) la campaña
soberanista mira hacia adentro pero no hacia afuera. España es plural y
Cataluña también es plural, y en este sentido la campaña soberanista se ha
revelado muy eficaz para dividir a la izquierda catalana (entre partidos y
dentro de sus partidos) entre partidarios y contrarios al soberanismo. Difícilmente
conseguirán la independencia de Cataluña, pero ya están consiguiendo la
división de la izquierda, porque probablemente de eso se trataba, por lo menos
para muchos dirigentes de CiU.
Pero si los federalistas consiguen conectar su mensaje
con el de una Europa sin fronteras, más federal que intergubernamental, eso
puede hacerles más convincentes e ir menos a la defensiva. Los dos sentidos de
federal (descentralización e integración) se unen en la idea de una España
federal (más y mejor descentralizada, más plural en su identidad) en una Europa más integrada sin
fronteras, y más democrática. Los poderes públicos deben tender a tener el
tamaño de los mercados, para regularlos y equilibrarlos. Rodrik dice que eso
puede implicar reducir el tamaño de los mercados. Pero en Europa es demasiado
tarde para eso, y además sería indeseable hacer marcha atrás, porque eso sería
un riesgo enorme para la paz, la prosperidad y el modelo social europeo. Sólo
hay un camino: hacia adelante, hacia el federalismo.
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