El ex primer ministro británico y ex ministro de Hacienda (Chancellor of the Exchequer) Gordon Brown (el hombre que, con su poder de convicción, frenó la creación de un estado escocés) es una de las personas más serias y respetables de la política internacional, aunque haya sido mejor expolítico que político. Por eso me parece un indicador de lo difíciles que están las cosas en Israel y Palestina, que él haya descrito como algo deseable lo que a punto estuvo de pasar (pero no pasó) en 2008: que casi se llegara a un acuerdo para la creación de dos estados, con el palestino compuesto por dos pedazos de tierra, Gaza y Cisjordania, conectados por un túnel o por una autopista por donde sólo pudieran circular los palestinos.
Pero esa es la lógica de la "solución" de los dos estados: dar carta de naturaleza a la transformación de bienes públicos en bienes de club que solo pueda utilizar una parte de la población: unas carreteras para los israelíes y otras para los palestinos, en un mismo territorio, conectando pedazos de tierra aislados unos de otros, rodeados de muros y checkpoints, a los que se daría categoría de fronteras reconocidas internacionalmente.
La solución de los dos estados es fruto de una resolución de las Naciones Unidas, es la legalidad internacional, y por eso merece respeto. Forma parte de un amplio consenso y es utilizado, en muchos casos de forma bienintencionada, como sinónimo de "proceso de paz". Sin embargo, adolece a mi modo de ver de dos problemas fundamentales, uno que podríamos llamar prescriptivo, y otro que podríamos llamar fáctico.
El problema prescriptivo consiste en la falta de consistencia ética y moral de una receta que condena a dos comunidades al enfrentamiento étnico, que lo da por bueno e irremediable. Esta crítica ya la hicieron en el pasado personalidades como Hannah Arendt, Edward Said o Tony Judt, que abogaban por un estado multiétnico, así como otras personalidades de la comunidad judía, que no creían que la noción de un "hogar para el pueblo judío" (un territorio donde aquellas personas judías que lo quisieran o necesitaran pudiesen encontrar refugio) debía convertirse necesariamente en un hogar exclusivo para el pueblo judío. Hoy para muchos judíos israelíes, un palestino es un monstruo, y para muchos palestinos, un judío israelí también es un monstruo. Dos estados con su inversión en identidad afirmada contra el vecino no mejoraría en mucho la realidad de sentimientos actual, que alimenta la violencia y la guerra sin parar.
El problema fáctico es que hoy, o ya antes de que Gaza se convirtiera en un problema humanitario de proporciones bíblicas, lo que debería ser el supuesto estado palestino es un queso gruyère sin continuidad (descrito brillante y tristemente en el libro "A Day in the Life of Abed Salama"), con incrustaciones en Cisjordania de asentamientos (piénsese en grandes condominios protegidos con la más avanzada tecnología) de judíos israelíes a los que les da absolutamente igual la realidad internacional, a la que chantajean utilizando la importancia estratégica de Israel para la seguridad y los intereses del mundo occidental.
¿Cuál es hoy la alternativa y quien la apoya? El objetivo humanitario de la comunidad internacional debería ser que árabes y judíos, y personas que no necesiten etiquetarse, puedan compartir ese pequeño territorio, sin que nadie tenga que irse, en igualdad de condiciones. Es difícil de argumentar que la igualdad de derechos y oportunidades se cumplirá por el mero hecho de existir dos estados, cuando el mismo Biden ya ha dicho que "estado" puede querer decir muchas cosas (se entiende que desde China hasta Costa Rica pasando por Puerto Rico), con lo que da a entender que a la actual realidad de muy precario autogobierno palestino se le añada algún recurso más, un mayor reconocimiento internacional, y se le llame estado... pero sin ejército, con pocos medios, y con el acceso restringido a las infraestructuras del hermano mayor de al lado. La alternativa es un solo estado democrático con igualdad de derechos civiles y políticos para todas las personas. Eso nunca lo aceptará seguramente una mayoría del actual estado de Israel, bajo el cálculo de que habría un gran "riesgo" para ellos de que la mayoría de ese estado único fuera palestino. Es el mismo temor a la expansión de la democracia que han tenido todas las oligarquías, y que se puede paliar reduciendo el tamaño de lo que está en juego: es decir, supeditando a grandes mayorías cualificadas, o sacando del juego de mayorías y minorías, aspectos que tengan que ver con la protección de la identidad judía, sus símbolos, y la lengua hebrea, y que tengan que ver con la protección de los intereses occidentales, a cambio del apoyo financiero de Europa y Estados Unidos. Esa es a grandes rasgos la alternativa que hoy defienden personalidades judías como Peter Beinart, editor de Jewish Currents, o árabes como Shibley Telhami, profesor de la Universidad de Maryland, o la organización multi-étnica Standing Together, perseguida por los fanáticos de ambas comunidades.
¿Se puede hacer realidad la alternativa? Es muy difícil, pero no está más lejos de la realidad actual (la "realidad de un estado" con poder real ejercido discriminatoriamente, el israelí) que la llamada "solución de los dos estados", considerada imposible de llevar a la práctica por numerosos observadores imparciales que conocen la realidad sobre el terreno. Se trataría de, sin cambiar las resoluciones de las Naciones Unidas pero relegándolas a un futuro indefinido, priorizar el respeto a los derechos humanos, pasando primero por un alto el fuego en Gaza, el freno a cualquier tentación de desplazamiento de población, la reconstrucción de la franja bajo cobertura internacional y el lento desarrollo de un escenario de convivencia y levantamiento de muros y checkpoints con ámbitos de poder separado en algunos casos, y compartido en otros, no muy distinto a largo plazo de lo que ocurre en Irlanda del Norte.
¿Y por qué no una especie de Unión Europea pasando primero por dos estados? Esa es la opción de algunos grupos pacifistas que no se atreven a denunciar la idea de los dos estados. Puede ser un óptimo de segundo grado (un "second best") si genera un consenso suficiente, pero si existe un consenso en que ese es el horizonte deseable (un futuro de libre movilidad e igualdad de derechos), sería mejor ahorrarnos la creación de fronteras para después derribarlas, porque mientras tanto se va a seguir invirtiendo en identidad divisiva y en tierra quemada.
La idea de que cada guerra tiene que solucionarse asignando un estado a cada grupo étnico es una idea indeseable e impracticable, que tiene al mundo en llamas desde la primera guerra mundial. El derecho a la autodeterminación entendido como derecho de cada grupo étnico a levantar fronteras es una mala forma de superar los procesos coloniales. Es posible eliminar la explotación sin crear nuevas explotaciones, y desarrollando instituciones que extraigan lo mejor, y no lo peor, que hay en el ser humano.
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