Ayer, preparando mi participación en el debate de presentación del número de la revista Política & Prosa sobre la burbuja del fútbol, releí por encima mi libro de hace un par de años, "Pan y Fútbol", y vi que hablaba de la política industrial del fútbol del presidente chino Xi, obsesionado en hacer de su país una gran potencia futbolística. Pocas horas antes mi busto parlante había aparecido brevemente en el telediario de TVE para afirmar que la victoria de España en el Mundial de Sudáfrica (de la que se cumplen 10 años), había sido la culminación de una "apuesta" de España por el deporte, y había permitido que el fútbol español superara la gran crisis económica y financiera global sin ningún rasguño. En realidad, emergió de la crisis más fuerte de lo que entró. Por supuesto, la "apuesta" reforzó un hecho que debe tener un fuerte componente aleatorio, que es la irrupción de la mejor generación de jugadores de fútbol de la historia, muchos de ellos del Barça. Los grandes éxitos del Barça y de la selección española tuvieron lugar precisamente durante los años de la crisis, entre la victoria en la Eurocopa con Luis Aragonés en 2008 y el inicio del declive tras la victoria en la siguiente Eurocopa en 2012. La actual crisis, la de la COVID-19, será distinta: difícilmente un gol de Iniesta va a impedir que el fútbol, esta vez sí, sufra las duras consecuencias de una crisis económica.
Entonces, preparando mi participación en el debate, me di cuenta de que si se podía aplicar el concepto de "política industrial" para el caso chino (en ese caso, una política industrial fracasada de momento), también se podía aplicar para el caso español. En efecto, desde los Juegos Olímpicos de Barcelona en 1992 se había producido una notable inversión de recursos públicos y privados en el deporte, dando lugar a los mejores años del deporte español, en baloncesto, tenis, ciclismo, fútbol y otros deportes. Se podría decir que este éxito refleja el desarrollo de España, y que ese era el lugar que "nos tocaba". Sin embargo, otros países con igual o superior nivel económico, no han tenido los éxitos deportivos de España. Una de las razones es que España "apostó" por ellos, es decir, se llevaron a cabo políticas de apoyo económico, como el Plan ADO, o como la Ley Beckham, un privilegio fiscal para los deportistas extranjeros que estuvo vigente por unos años desde 2004 y hasta que las autoridades europeas presionaron para que dejara de operar como instrumento de competencia fiscal. Pero la política industrial no se detuvo ahí, también se produjo la implicación del gobierno español y de gobiernos autonómicos en la promoción de proyectos televisivos dedicados al fútbol. En algunos casos, los mismos que proclamaban que "la mejor política industrial es la que no existe", se dedicaban a promover una clara política industrial de apoyo al deporte y su entramado mediático, y en concreto al fútbol y a sus "campeones nacionales".
Seguramente hace falta más perspectiva y reflexión para aprovechar todas las lecciones de esta política industrial, que no sólo ha permitido al Barça y al R. Madrid ganar grandes trofeos, sino también reforzar la Liga de fútbol, e incluso exportar talento y cultura futbolística, beneficiando a otras ligas y al conjunto del fútbol europeo (que quizás no tendrá más remedio que consolidarse en una superliga y redistribuir sus frutos si quiere superar la crisis actual).
Una lección es que en España esa política industrial "funcionó" y no en China, porque en España había ya unas semillas, una historia, una cultura, que no se pueden improvisar.
Una segunda lección es que "funcionar" no implica necesariamente que sea lo mejor para la sociedad. Los campeones nacionales ganaron y ahí siguen, ahora sí con algún rasguño, pero la sociedad experimentó un coste de oportunidad, porque los recursos se podían haber dedicado a proyectos con un mayor rendimiento social.
Una tercera lección que se me ocurre es que la política industrial puede tener efectos sobre dimensiones no explicitadas, o no deseadas inicialmente, como que sus ganancias las capturen unos pocos agentes (los futbolistas y sus agentes), o que sirvan para el desarrollo no sólo de clubs y ligas o federaciones, sino también de estructuras corruptas o dedicadas al fraude fiscal, o de estructuras de terceros países dedicadas al lavado de reputaciones poco presentables.
Finalmente, la principal lección quizás sea que, incluso cuando se proclama que no hay política industrial y no debería haberla, haberla hayla. Lo que hay que hacer es abrir debates transparentes sobre cuál es la mejor política industrial posible, y cómo se asignan los recursos escasos de una sociedad para cumplir con objetivos que beneficien al conjunto.
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