La
verdad es que la economía está fagocitando la política. En Europa hemos
visto saltar gobiernos y formarse otros “al dictado del mercado”. La
verdad es que el G20 no es el espacio político
multilateral que debería ser, pero ya va siendo hora de que empiece a
serlo, porque sencillamente no tenemos otro. Y los retos globales que
enfrentamos no admiten un “vuelva usted mañana”. Quizá suene a película
americana apocalíptica, pero la verdad es que
“mañana es demasiado tarde”. Demasiado tarde para las hambrunas, los
conflictos, las injusticias de todo orden.
La
verdad es que España no es Uganda en muchos sentidos. Cierto: Uganda
está creciendo a un ritmo del 5% del PIB, y nosotros llevamos dos
trimestres en decrecimiento, lo que técnicamente se
llama recesión. Por cierto, se llama así, recesión, tanto en España
como en Uganda. La verdad es que hay mucho eurocentrismo, y ya no hay
Norte y Sur, sino que hay muchos Sures en el Norte, y muchos Nortes en
el Sur. La distancia entre ricos y pobres crece
a un ritmo exponencial. Oxfam en Gran Bretaña despertaba a los
británicos el otro día con una noticia de pesadilla: la brecha entre
ricos y pobres en el país está llegando a los niveles de la era
victoriana. La verdad es que pensábamos que íbamos hacia adelante,
pero si alguien no pone remedio, caminamos para atrás.
La
verdad es que “el crecimiento económico” se ha convertido en el
objetivo, loable, todo hay que decir, de propios y extraños. Pero el
crecimiento, sin justa redistribución, genera riqueza
para pocos y es un mal futuro para muchos.
La
verdad es que la Eurozona, y el G20, quieren a toda costa sacarnos de
la crisis económica, y con Grecia, si es aún posible, cuando escribo
estas líneas. Fantástico. Sacarnos de la crisis
para llevarnos ¿adónde? Porque los escenarios que van vislumbrándose no
son nada halagüeños. La verdad es que los gobiernos, entre ellos el
español, se han apresurado a recortar sus presupuestos, a expensas de la
educación y la sanidad, a expensas de la cooperación
y la proyección internacional, para que el déficit no se desbocara,
pero esos mismos gobiernos no han mostrado la misma celeridad para
poner freno a la sangría de capitales que huyen de la frágil zona euro
hacia paraísos fiscales nada exóticos, bien instalados
en el corazón de Europa. La verdad es que los gobiernos han recuperado
su afán recaudatorio pero no su necesario afán de justicia. Y por lo
tanto mientras sube la presión fiscal sobre el contribuyente medio las
grandes fortunas siguen contando con subterfugios
legales – e inmorales- para evadir o eludir el fisco. Así que en este
caso no sólo acaban pagando justos por pecadores, sino que pagan incluso
pobres por ricos.
La
verdad es que nos han dicho hasta la saciedad que no había dinero. Y
ahora resulta que la comunidad internacional ha encontrado 100.000
millones de euros para apuntalar el sistema financiero
español. La ONU en cambio se las ve y se las desea para recaudar sólo
720 millones de dólares, que es lo que necesita para hacer frente este
año a la amenaza de hambruna en la región africana del Sahel, donde 18
millones de personas, si alguien no pone el
dinero sobre la mesa, van a acabar debatiéndose entre la vida y la
muerte.
La
verdad es que nos han insistido machaconamente en que hay que “calmar a
los mercados”, y vivir casi en perpetua histeria por culpa de las
calificaciones, la prima de riesgo y los índices
bursátiles. Y es verdad, hay que calmar a los mercados. ¿Habrá alguien
dispuesto a calmar también a los ciudadanos? Y no me refiero a los
“oficialmente” indignados, sino también a los demás, a los que no ocupan
plazas ni lanzan proclamas sino que bien arrebujados
en su sofá están muy pero que muy indignados. ¿Habrá alguien para
ponerse histérico, y con razón, por la subida constante e inexorable de
la temperatura global del planeta, que nos lleva a catástrofes
mediambientales y humanitarias en un horizonte no muy lejano?
La
verdad, insisto, es que nos han dicho una y otra vez que no había
dinero. Pero cuando se les presentan alternativas viables y realistas
para conseguir más ingresos extraordinarios sin castigar
al ciudadano de a pie, alternativas como la Tasa Robin o los impuestos
al transporte marítimo y aéreo internacional, asoman intereses
sectoriales que parecen pesar más que el interés general. ¿No era ese el
loable objetivo de la política: velar por el interés
general? Pero es verdad, también, lo hemos dicho al principio: la era
de la política parece estar llegando a su ocaso, a no ser que los
políticos de repente den un golpe de timón y se conviertan en
estadistas. A no ser que el G20 ocupe por fin el lugar que
le corresponda y deje de obsequiarnos con fotos de familia para pasar
por fin a la acción. Facta, non verba, que decían los romanos. Yo ya no
quiero ver la foto de rigor. No me hace ninguna gracia. Me entran ganas
de preguntarles: ¿Y ustedes de qué se ríen,
si puede saberse?
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