domingo, 1 de mayo de 2016

Garicano sólo tiene razón en parte

El economista y político del partido Ciudadanos, Luis Garicano, escribe hoy un artículo sobre la corrupción en España, donde argumenta que este fenómeno es un problema fundamentalmente cultural, relacionado con las normas sociales. No podría estar más de acuerdo. Por ello, no creo que el problema se resuelva con una lista de recetas, sino con un cambio en las actitudes dominantes y los hábitos de interacción social. Pero la explicación de lo que considera Garicano que son la cultura y las normas sociales, así como las recetas que se desprenden de su visión, creo que son un tanto sesgadas y superficiales. En primer lugar, la interpretación de teoría de juegos que da a la cultura o las normas sociales no es la interpretación que dan los autores que han profundizado más en este terreno, como Samuel Bowles o el desaparecido Masahiko Aoki. Para estos autores, la cultura o las normas sociales son o bien preferencias en un sentido profundo o probabilidades asignadas de forma estable a que los demás utilizarán las estrategias que conducen a los equilibrios deseables. No es sólo, como parece argumentar Garicano, un punto focal o una forma rápida de coordinarse en un nuevo equilibrio. Las normas sociales para Bowles son el fruto endógeno de las instituciones de asignación de recursos; así, el mercado crea un tipo de sujetos y las comunidades cooperativas crean otro tipo. En segundo lugar, el ejemplo que da de teoría de juegos, por llamativo que sea, para justificar que las reformas deberían ser rápidas y simultáneas para facilitar la coordinación de todos los agentes en el buen equilibrio sin corrupción, tiene poco que ver con la realidad de este problema en España. El ejemplo es la reforma de la noche a la mañana en Suecia para pasar de conducir por la izquierda a hacerlo por la derecha. Este es un ejemplo de eficiencia pura, sin conflictos distributivos ni consideraciones morales, lo que sin duda debió facilitar mucho la coordinación. En España, las reformas que hacen falta para reducir la corrupción requieren cambios de comportamiento en la fiscalidad, la transparencia y gobierno de la empresa, la organización y comportamiento de los partidos políticos, todos ellos problemas que afectan a cuestiones de eficiencia, equidad y consideraciones morales. Además, el ejemplo del tráfico efectivamente es un caso en que hay que cambiar de golpe la conducta de todos los sujetos implicados, pero en el asunto de la corrupción en España ello no es necesario, como el propio Garicano parece reconocer en otro fragmento cuando dice que la policía es menos corrupta en España que en otros países. En España hay muchas instituciones que funcionan bien, no sólo la policía, sino también muchas escuelas, universidades, medios de comunicación, ONGs, incluso ayuntamientos y otras instituciones políticas. Hay que construir sobre ellas, no cambiarlo todo. Por si los sesgos del economista de Ciudadanos no quedaran claros, pone como ejemplos de coordinación en buenas prácticas a las empresas multinacionales (como si Enron no hubiera sido una multinacional, o como si ninguna empresa multinacional haya estado nunca implicada en escándalos de corrupción en determinados países), o a los medios de comunicación privados (como si la mejor empresa periodística del mundo no fuera la BBC, 100% pública). Finalmente, aboga por la creación de una agencia anti-corrupción totalmente independiente, como si las agencias independientes no pudieran ser eliminadas de un plumazo con un cambio legal (como les pasó a la CMT y la CNE en España). Si todo queremos arreglarlo con agencias independientes, dejaremos de preocuparnos por reformar los partidos políticos, que son los que crean las mayorías que redactan las leyes que tienen que crear las agencias independientes y las reformas para combatir la corrupción. La corrupción no se arregla con un big bang, sino con un trabajo constante por la ética, la igualdad de derechos, el espíritu crítico y la decencia.

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