La actual crisis económica, que se originó en los Estados Unidos, ha acabado siendo la crisis de Europa y del euro. En estos momentos es evidente que entre las víctimas de la crisis se encuentra el proyecto de unidad europea. Si analizamos el origen de dicho proyecto, en los años cincuenta del siglo XX, veremos que había dos motivos fundamentales para apostar por una integración económica de Europa Occidental. El primero era político: hacer imposible otra guerra entre las naciones europeas. La primera mitad de siglo XX fue testimonio de la inmensa capacidad de destrucción que podían llegar a generar las rivalidades nacionales. Sobre las ruinas de las ciudades destruidas, de los millones de cadáveres, de las miserias morales de la guerra, de un continente dividido, los políticos de Europa Occidental se confabularon para que eso no volviera a suceder nunca más. La manera más eficaz y políticamente más viable era desarrollar un mercado común, ya que las instituciones económicas compartidas generaban menos reticencias de los ciudadanos que las de carácter político. Además, había un segundo motivo, estrictamente económico, que justificaba el mercado común: la existencia de fuertes economías de escala en la producción de bienes industriales. Sólo con un gran mercado era viable la producción de coches, electrodomésticos o de muchos otros bienes. Si los países de la Europa Occidental querían seguir siendo potencias industriales, debían compartir un mercado único.
Analizado desde estos dos objetivos fundacionales, el proyecto de integración europea ha sido un éxito absoluto. Los países europeos occidentales han vivido una segunda mitad de siglo XX de prosperidad económica y de paz. En mi opinión, han sido precisamente los éxitos de las sucesivas fases de integración lo que les ha llevado al fatal último paso en falso: la unión monetaria. Ésta ha resultado un fracaso porque los países de la Eurozona no constituyen un área monetaria óptima, debido a que no tienen un mercado de trabajo plenamente integrado –los distintos idiomas son una fricción importante- ni disponen de transferencias fiscales potentes a nivel europeo. Creer que economías tan distintas podrían compartir la misma moneda, o que el hecho de tener una moneda única las homogeneizaría rápidamente, ha sido un inmenso error. La fuerte crisis económica internacional ha puesto en evidencia la disfuncionalidad de la zona euro, una integración monetaria sin integración real del mercado de trabajo ni integración política. Los países del Sur de Europa no han podido devaluar para ajustar sus economías, y los del Norte son reticentes a políticas expansivas que les ayuden a salir de la actual situación. Quizás esta crisis fuerce a una mayor integración fiscal y política, pero las identidades nacionales siguen siendo muy potentes en el Viejo Continente. Los europeos sólo querían ser buenos vecinos pero pueden acabar viéndose forzados a compartir un mismo hogar.
(publicado originalmente en la revista chilena "Capital")
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