domingo, 13 de noviembre de 2016

Democracia evolutiva: guía de bolsillo para derrotar al "trumpismo de buen rollo"

Ayer tras la segunda mesa de debate de la fantástica II Convención Federalista organizada por la Fundación Ebert y la Fundación Campalans sugería a Joaquín Almunia, Enrique Barón y Christian Moos que plantearan alternativas al referéndum dicotómico, que plantearan formas de no esquivar el necesario requisito de persuadir a la opinión pública, de avanzar en un mejor federalismo con el consentimiento de la ciudadanía. Así en realidad se ha avanzado en muchos sitios, y por ello hoy la mayor parte de las personas que viven en democracia lo hacen en federaciones, que han avanzado lentamente, a veces incluso tras haber retrocedido. No estoy seguro de que mi pregunta se entendiera del todo, o por lo menos así me lo hizo llegar algún miembro del numeroso público asistente poco después. Así que me expando aquí, que para eso está Internet. Yo llevo tiempo siendo escéptico respecto a los referéndums dicotómicos, en especial los referéndums llamados "de autodeterminación". Y lo he sido desde bastante antes del referéndum del Brexit del pasado 23 de junio, tras el cual muchos de los antiguos defensores del plebiscito han matizado mucho su posición (no me refiero a la corriente dominante del independentismo catalán, que mantiene impasible el ademán) o han reconocido abiertamente que estaban equivocados. Sin embargo gracias a los referéndums (como recordó Almunia) en España pudimos avanzar en la transición, y gracias a un referéndum el pueblo chileno, por poner otro ejemplo, consiguió frenar la eternización de Pinochet en el poder. Por lo tanto no se trata probablemente de cerrar totalmente la puerta a la celebración de referéndums, sino de hacerlos encajar con mecanismos (propios de la democracia deliberativa y representativa) que favorezcan el diálogo, la transacción y la convivencia. Una buena fórmula son los referéndums de ratificación, que dan al pueblo la última palabra sobre algo que ha sido fruto de un gran acuerdo previo. Un acuerdo previo no es una panacea que asegure la victoria popular de lo acordado, como se ha visto en Colombia, pero parece que ahí por lo menos la predisposición de muchos al diálogo está haciendo que se reconduzcan las cosas. El error con Cataluña en 2010 fue que el Tribunal Constitucional actuó, recortando la decisión, cuando ya el pueblo de Catalunya se había pronunciado, lo que hace que hoy el marco vigente no haya sido totalmente apoyado, es decir, no tenga el consentimiento, de la mayoría de la ciudadanía, como recordó en la convención Joan Botella. Eso es en parte lo que hay que solucionar con un buen paquete de reforma federal, que idealmente debe incluir o ir acompañado de una reforma de la Constitución española y de los tratados europeos. Pero no se trata de pedir un sí o un no a grandes ideas o nociones, cuando luego no pueden llevarse a la práctica de una forma clara porque no dependen de la jurisdicción que convoca el referéndum (por ejemplo, el Brexit todavía no se sabe exactamente en qué consiste). Sino que se trata de realizar avances graduales, fruto de la adaptación evolutiva de las instituciones. No basta con pedir grandes mayorías, hay que pedir que se sepa qué se somete a votación, y este requisito normalmente se cumple cuando hay un acuerdo detallado previo cuyos detalles se conocen.
Ahora que los progresistas del mundo entero estamos sumidos en una gran preocupación por la victoria de Trump  y las buenas perspectivas de líderes como Le Pen, Wilders y otros, puede ser saludable darse cuenta de que en sociedades complejas nadie gana totalmente para siempre.  Nunca una sola forma de comportamiento humano prevalece, sino que vivimos en una situación de permanente polimorfismo, de permanente desequilibrio evolutivo donde las cosas van cambiando por la combinación de la acción colectiva, el azar y la aparición de mutaciones en forma de nuevas tecnologías u otras innovaciones como lenguajes o ideas. Esta noción evolutiva nos puede no sólo hacer recobrar un cierto optimismo, sino que nos brinda una guía para derrotar al "trumpismo de buen rollo", que en realidad es lo que más tienen en común los nacional-populismos en ascenso. Por tal entiendo los mensajes egoístas, de afirmación de lo propio y de rechazo de lo ajeno, pero con un envoltorio de respetabilidad, con una sonrisa en los labios, incluso con llamadas a la libertad y a la democracia. Hoy Marine Le Pen hablaba en la BBC de una Europa de "naciones libres", de recuperar la independencia y la soberanía. "¿Yo racista?" decía sintiéndose insultada por un presentador demasiado suave que ha recibido numerosas críticas e incluso una manifestación en las puertas de sus estudios (ya me gustaría tal reacción ciudadana cuando nuestros medios son tan condescendientes con nuestro "trumpismo de buen rollo" local). Todo sonrisa y buen rollo, dar la voz al pueblo y hablar en nombre de la democracia y la libertad. Esto hay que combatirlo con inteligencia, no buscando respuestas simétricas, como un populismo de izquierdas, o un nacionalismo de signo inverso. Por eso es importante construir puentes y no derribarlos, como han dicho Patxi López, Miquel Iceta y Elena Valenciano. Tienen toda la razón, y por eso espero que en las próximas horas y días veamos que quienes han exigido visión de estado para algunas cosas, también la tengan para anteponer la prioridad del diálogo ante el vuelo gallináceo de la política de partido. ¿Cómo sería hoy la democracia y la sociedad española sin la aportación de muchos catalanes? Peor, como lo sería una sociedad catalana que se cerrara a la influencia de nuestros genes hispanos. Puentes no sólo en España sino también puentes con las fuerzas de la civilización europea, como por ejemplo la Fundación Ebert de la socialdemocracia alemana. Combatir el nacional-populismo no se hace compitiendo para ver quien alza más la voz, sino combatiendo la ira y la desigualdad: con reformas fiscales profundas, que son imposibles sin reformas federales. Nos da esperanza el voto de la juventud, que ha votado masivamente contra el Brexit, contra Trump y por el federalismo en Canadá y Bélgica. No sabemos si triunfaremos, probablemente no a corto plazo, pero nunca quedaremos totalmente derrotados, y nos dejaremos la piel para que el espíritu solidario y federal tenga una sólida presencia en los genes de las próximas generaciones, y dé lugar a un fenotipo, si no monomórfico, sí dominante, caracterizado por la paz, la cooperación y el respeto.

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