sábado, 6 de mayo de 2017

La Francia de las luces o el oscurantismo nacionalista

Cuando yo era pequeño y con mis padres crucé la frontera entre España y Francia por primera vez, lo primero que hicimos fue entrar en un restaurante para comer. Me sorprendió el extraordinario silencio del establecimiento, tan distinto de los ruidosísimos lugares públicos en España, ya sean bares, restaurantes, trenes o autobuses. Aquello debía ser la civilización. Después he cruzado la ya inexistente frontera muchas veces, pues creo que ninguno de los españoles que vivimos cerca de Francia debemos desaprovechar la oportunidad de tener tan cerca un país donde la gente lleva décadas siendo más culta, libre, despierta y feliz, en palabras de Salvador Espriu. Aunque la vida me ha llevado más a cultivar la anglofilia que la francofilia, hay muchísimos franceses abiertos que no verían ninguna contradicción entre ambos conceptos, empezando por los miles de ellos que viven en Londres. El economista Jean Tirole, en su libro "Economía del bien común", recientemente traducido al castellano, escribe que el estado jacobino francés ya no es lo que era, puesto que su soberanía ha sido erosionada por la cesión de poder al nivel europeo (en la política monetaria o en la defensa de la competencia), por la descentralización, por la globalización y por las privatizaciones. El mismo Tirole lidera un centro universitario de nivel mundial, que se desarrolla preferentemente en lengua inglesa, en la ciudad de Toulouse, no tan lejos de Barcelona. Parte del apoyo que reciben las ideas más o menos disfrazadas de extrema derecha pueden ser una reacción de nostalgia y miedo ante estos cambios. Paul Krugman argumenta que hay que dejar de llamar populista a Marine Le Pen y hay que llamarla simplemente racista de extrema derecha, que es lo que es. En su debate con Macron de hace unos días, las palabras que más utilizó fueron nación, libertad, independencia y soberanía, las mismas que utilizan otros nacionalistas extremos en otras partes del mundo. Ante eso, su oponente, sin ser de izquierdas, pero sí declaradamente europeísta, ha conseguido recabar el apoyo de personas y grupos como Daniel Cohn-Bendit, Yannis Varoufakis, Greenpeace, además de veinticinco premios Nobel de economía, incluyendo al mismo Tirole, a Amartya Sen y a Joseph Stiglitz. En sus últimas palabras en el debate, interrumpidas por la mala educación incesante de su rival, Macron apeló a la Francia de las luces a derrotar al oscurantismo. La candidata del Frente Nacional acusó a su contrincante de querer una Europa federal y de ser el candidato más radical a favor de Europa. Una buena razón para votar a Macron. La extrema derecha, con el apoyo de Putin y de los enemigos de una Europa fuerte, unida y en paz, no dejará de operar hasta el último instante para conseguir que las fuerzas de la división prevalezcan en nuestro país hermano y vecino. Nadie decente debería desear su éxito. Libertad, igualdad, fraternidad.

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