domingo, 3 de agosto de 2014

Comentario sobre “La impotencia democrática”, de Ignacio Sánchez-Cuenca

Estoy muy de acuerdo con el diagnóstico del autor de este libro: los problemas de desgaste de nuestras instituciones democráticas, sobre todo de nuestros partidos políticos, se deben esencialmente a las dificultades que encuentra la democracia por operar en un contexto de soberanía nacional formal combinada con globalización de las transacciones financieras que dan un gran poder al capital. Los problemas institucionales o de corrupción que afectan a España no tienen soluciones simples, y mucho menos sin resolver la contradicción entre soberanía nacional y hegemonía de los mercados. Quienes aprovechan la crisis para proponer programas supuestmente “regeneracionistas” centrados en problemas que supuestamente nacen y mueren en España, se mueven por el oportunismo de aprovechar la grave crisis para hacer más aceptables programas (las “reformas estructurales”, o la recentralización como menciona Sánchez-Cuenca, pero yo añadiría con el mismo énfasis el independentismo catalán) que contribuirían poco a resolver el grave problema democrático planteado y que carecen de una debida contextualización internacional.
Sobre Europa y la regeneración democrática comparto el diagnóstico del libro de Ignacio Sánchez-Cuenca, que desnuda los argumentos de “regeneracionistas” como César Molinas. Nuestros problemas de crisis institucional no son debidos a la forma concreta de nuestras instituciones nacionales, sino fundamentalmente a la incapacidad de poder tomar decisiones democráticas en la actual configuración de la globalización y en particular de la zona euro. Estoy de acuerdo en el diagnóstico: la ciudadania se rebela contra nuestros partidos sobre todo por su impotencia ante las políticas de austeridad y su incapacidad por proporcionar alternativas diferenciadas.  Pero no estoy de acuerdo en el remedio que propone, nada menos que salir de la zona euro y hacer marcha atrás en la globalización.
Acertadamente, Sánchez-Cuenca va a parar al trilema de Rodrik (sólo se pueden combinar dos opciones entre soberanía nacional, democracia y globalización), aunque muestra su preferencia por una salida al mismo distinta a la que se acerca más a mis preferencias. Rodrik mismo se muestra partidario de volver a la soberanía nacional para salvar la democracia limitando la globalización, al igual que Sánchez-Cuenca. Pero Rodrik lo hacía mencionando, pero sin abordar a fondo, el experimento más serio por superar por la vía de limitar la soberanía nacional su trilema. Este experimento es la Unión Europea, y Sánchez-Cuenca sí aborda esta posibilidad a fondo y abiertamente, para considerarla básicamente un fracaso, en especial la zona euro.
Los ejemplos de países que pone como jurisdicciones donde la soberanía nacional es compatible con la democracia y el bienestar son en realidad reveladores. Canadá y Australia son democracias de alcance continental y estructura federal. Chile es un país con enormes desigualdades donde sus elites han creado grandes frenos institucionales a la igualdad gracias a la herencia de un perído dictatorial contra la que se ha rebelado recientemente gran parte de su juventud. Corea del Sur es un país donde las instituciones propias del capitalismo se han impuesto en gran parte por la combinación de la guerra fría y unos enormes sacrificios por parte de su población tras un período dictatorial. Y Turquía no para de llamar a la puerta de la Unión Europea. Como ejemplos de que el federalismo europeo es una mala idea, no son afortunados. Sánchez-Cuenca califica de ilusos a los partidarios de una federación mundial debido a las diferencias y desigualdades entre países, lo cual revela un realismo que es contradictorio con su preocupación por las desigualdades: ¿por qué no intentar reducirlas?. Descalificar por utópico el federalismo mundial no basta como argumento contra un federalismo democrático europeo que vaya dejando atrás el poder de los estados-nación. Piketty, Krugman, Stiglitz y Sen también creen que una zona euro como la actual, sin unión política ni fiscal ni bancaria, es disfuncional y conduce a agravar los problemas, pero la solución que proponen no es hacer marcha atrás, sino culminar mediante una unión política y fiscal democrática el sueño de quienes pensaron con acierto que la unidad europea era el mejor antídoto contra nuestros viejos fantasmas, la mejor forma de perfeccionar la democracia, y la mejor forma de contribuir a un mundo cohesionado y en paz.
El proyecto europeo es joven, y es lo único que tenemos para ser relevantes a la escala necesaria. Por supuesto hacer marcha atrás y consolidar la democracia en los viejos o nuevos estados-nación es una posibilidad, pero ahí están los fantasmas de la vieja Europa acechando. Sólo hay que ver lo que pasa en la Europa no cubierta por la UE (Ucrania, Yugoslavia) o en Oriente Medio, o lo que pasaba en Europa antes de la UE: la fragmentación es un grave riesgo para Europa, sería una vuelta atrás. ¿Cómo abordaremos volviendo  al estado-nación los problemas de la concentración creciente del capital a escala internacional, del cambio climatico, de la inestabilidad financiera...? No acabo de entender que sea más iluso avanzar en una federación europea que hacer marcha atrás en la globalización.
La crítica de Sánchez-Cuenca se centra en el Banco Central Europeo, aunque ésta es una institución que también se encuentra en estados-nación soberanos que mantienen su moneda como Estados Unidos, Inglaterra,Canadá, Israel, Chile y tantos otros. Por otra parte, deben existir instituciones que limiten el ejercicio permanente de la regla de la mayoría, como reconoce el propio Sánchez-Cuenca cuando explica que desconfía de la democracia directa, y como explicaba hace unos años en un artículo académico sobre la necesidad de instituciones que faciliten los compromisos inter-temporales. Los bancos centrales independientes han mostrado sus enormes limitaciones, pero a buen seguro que la solución a las mismas no se encuentra en volver a escondernos detrás del estado-nación. No debimos haber entrado en el euro tal como se creó, pero como el propio autor reconoce, salir de él nos enfrentaría a lo incierto y desconocido.
El remedio es democratizar la zona euro, entre otras razones para frenar la concentración creciente del capital que amenaza nuestra democracia; ese debería ser el gran proyecto del federalismo catalán, español y europeo del siglo XXI para regenerar la democracia.
El libro es un trabajo muy interesante y he aprendido con su lectura, tomando nota de referencias importantes que en muchos casos desconocía. En cualquier caso, Sánchez-Cuenca sitúa el debate en el escenario adecuado, en el trilema de Rodrik, y en la interacción entre los problemas de la democracia y del federalismo. Sería interesante ver qué piensa de las propuestas formuladas por Piketty en su libro “El capital del siglo XXI” y en sus artículos de prensa en el sentido de avanzar hacia un federalismo democrático europeo para hacer posibles las políticas redistributivas a la escala necesaria, ante la alternativa que este autor francés, al igual que Sánchez-Cuenca, cree nefasta, que es la de un “federalismo tecnocrático” europeo.

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