Quiero recomendar dos libros sobre Palestina escritos por dos especialistas españolas, la periodista Beatriz Lecumberri (“Palestina, la tierra estrecha”, Editorial Big Sur) y la catedrática Luz Gómez (“Palestina: Heredar el futuro”, Libros de la Catarata). Son dos personas que saben bien de lo que hablan, lo han estudiado, y conocen a numerosos testigos y protagonistas. Para los demás, es muy fácil opinar desde nuestro sofá en la otra punta del Mediterráneo, por mucho que sigamos con horror las imágenes y noticias que nos llegan desde ahí. Leed por favor estos dos libros.
Ambas autoras escriben en El País, Beatriz Lecumberri como reportera (estos días desde Jerusalén) y Luz Gómez como articulista de opinión. El libro de la primera es una colección de testigos de Gaza, Cisjordania y Jerusalén. El de la segunda, es un ensayo histórico-cultural sobre los intentos crueles y hasta ahora fracasados de erradicar la identidad palestina. Ambas transmiten una profunda solidaridad por la causa palestina. A diferencia de personas que por nuestra lejanía debemos expresar nuestras opiniones sobre el tema con humildad y modestia, su contundencia está totalmente justificada por su conocimiento.
Aunque no es una cuestión fundamental en ninguno de los dos libros, ambas autoras muestran su escepticismo con la “solución de los dos estados”, Lecumberri al principio de su volumen y Gómez al final. Estos días se ve como un avance que más y más países “reconozcan” el Estado de Palestina, y sin duda muchos de quienes lo apoyan lo hacen con la buena voluntad de defender una causa en momentos muy difíciles. Otros se preguntan de qué sirve eso sobre el terreno, donde se vive una “realidad de un solo estado” (el de Israel).
Quienes pensamos que erigir estados-nación sobre la base de una etnia o una religión (construyendo carreteras solo para judíos o solo para árabes) debería ser una cosa del pasado (y lo piensan numerosos israelíes y palestinos de hoy y de ayer, organizados o no, y muchos judíos que viven o vivieron fuera de Israel, como Tony Judt o Hannah Arendt), y quienes de buena voluntad defienden una solución de dos estados, quizás tengamos un punto de encuentro en la misma Palestina árabe y judía que proyectó las Naciones Unidas como proyecto confederal, que defiende el filósofo universalista Omri Boehm (autor de un libro precioso sobre la mestiza “República de Haifa”), o que defendía recientemente un manifiesto de intelectuales entre los que se hallaba el economista Thomas Piketty.
Tanto la solución a largo plazo como el motor de las urgencias a cortísimo plazo debe pasar por el derecho a la igualdad de todas las personas que viven en lo que es hoy territorio controlado por Israel. Esta igualdad de dignidad, de derechos (a la vivienda, a la propiedad, a la movilidad, al voto a los responsables reales de su control, a la vida), de ingresos, de riqueza, de oportunidades, hoy es flagrante que no se produce. Algunos tenemos dudas de que esta igualdad se consiga, ni a corto, ni a medio, ni a largo plazo, mediante dos estados (con medios muy desiguales) lado a lado en un espacio muy reducido. Como ha explicado de forma elocuente la experta Dahlia Scheindlin, el conflicto palestino-israelí es un conflicto entre quienes tienen y quienes no tienen, unos viviendo escandalosamente cerca de los otros.
Y si estamos de acuerdo en que a largo plazo, en cualquier caso, entre esos dos estados, debería haber, como en la Unión Europea, igualdad de derechos y libertad de movimientos, quizás nos podríamos ahorrar la fase intermedia de convertir a unos muros de valla y hormigón, controlados por check points militarizados, en fronteras internacionalmente reconocidas. No perpetuando la situación actual, sino transitando sin perder tiempo, con toda la ayuda internacional que haga falta, hacia una forma política que reconozca todas las identidades (y que honre de verdad la memoria del Holocausto: que nunca jamás le vuelva a ocurrir lo mismo A NADIE) y que deje de practicar el apartheid y la violencia contra una parte de la población que controla.
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