jueves, 12 de octubre de 2017

Del esperpento al diálogo en las instituciones democráticas

Lo grotesco sufre ante a luz. Por desgracia, es capaz de soportarla, como nos demuestra cada día Donald Trump. Lo vivido el pasado martes en el Parlament de Catalunya sobrepasa cualquier previsión en cuanto a la capacidad de unos líderes políticos por hacer el ridículo ante todo el mundo, sin aparentemente sonrojarse. Juan Marsé ha hablado con toda la razón de "un ridículo descomunal y sin precedentes ante el mundo que nos contempla asombrado". Ya es increíble que en una sociedad desarrollada con unos niveles de bienestar y libertad altísimos (aunque desigualmente distribuidos), cunda la sensación de que nuestro marco de convivencia se va a decidir a una hora concreta, y que todo puede pasar. El presidente del gobierno de una institución democrática, saltándose con un enorme presupuesto y gestionando cuantiosos recursos simbólicos la legalidad que nos hemos dado entre todos, y que está homologada y reconocida internacionalmente, piensa seguir creando la ficción de que se mueve dentro de una determinada ley (que se ha inventado saltándose toda legitimidad y todos los pesos y contrapesos). Amaga en un discurso en el Parlamento con declarar la "independencia" unilateral y, sin hacerlo, asegura que suspende temporalmente esta declaración (ante la presión de toda la humanidad) para, después, congregar a los grupos que le apoyan en una sala del edificio del Parlamento (pero no en la de Plenos, y no como acto parlamentario) para firmar un documento que declara lo que dice que ha suspendido, pero sin validez jurídica. No es fácil de entender, ni para sus propios seguidores, que empiezan a tener la mosca detrás de la oreja ante tanto engaño. Todo esto después de un largo proceso de ínfima calidad democrática, que arranca con una elecciones "plebiscitarias" donde el candidato principal no encabezaba la lista para no tener que rendir cuentas por su corrupción y sus recortes, pero que además cedió su lugar aún a otro que iba más escondido, que pactó declarar la independencia en 18 meses porque no hacía falta ningún referéndum, pese a lo cual cambió de opinión a los 20 meses y convocó uno unilateral con la fecha, la pregunta y el mecanismo de recuento decididos por una minoría, y contra las leyes e instituciones de garantías autonómicas, pese a lo cual la institución electoral creada en este marco desapareció unos días antes del referéndum ilegal, lo que no impidió su celebración e incluso la proclamación de unos "resultados" donde además supuestamente había votado un 42% de la población. Todo en nombre de la democracia. Vale. Esto lo ve todo el mundo (el New York Times llama a Puigdemont Fudgedemont, Charlie Hebdo se rié en la portada), como ven que uno de los grupos que apoya a este presidente dice que representa a los "independentistas sin fronteras" y los intelectuales de cámara dicen que la estampida empresarial y el pánico bancario (sólo frenado por la manguera del Banco Central Europeo) son culpa de Madrid, cómo no. En cambio, la revista The Economist acaba de resumir lo sucedido diciendo que "el sueño de la independencia se disuelve al entrar en contacto con la realidad".  Yo reconozco que el martes saqué más euros de la cuenta de mi cajero por lo que pudiera pasar en los días siguientes (por ejemplo los cajeros quedándose sin dinero por la profecía auto-cumplida de un pánico bancario), y como yo hubo muchas personas. No era raro ver colas en los cajeros. Donde quedan cajeros, porque en mi universidad han tenido que quitar dos ante los ataques vandálicos de las juventudes de uno de los partidos que apoyan la independencia, estos a los que se supone que los agentes económicos no deberían tener nada que temer. Muchos sacamos dinero sin recibir ninguna llamada de Madrid. La gente tenía miedo y angustia, que no han desaparecido del todo, provocados por Puigdemont, Junqueras y sus secuaces inconscientes y fanatizados. La primera misión de un gobernante democrático debería ser no generar miedo, pero así estamos. ¿Cómo se pasa de esto al diálogo constructivo que pide con razón mucha gente de buena voluntad? La única opción, para que no sea un engaño más y una ceremonia oportunista de la confusión (riesgos reales y objetivos basados en la experiencia) es hacerlo a través de las instituciones democráticas promoviendo las líneas de reforma que muchos venimos proponiendo desde hace tiempo, dejándolas abiertas para que se cierren fruto de un amplio acuerdo cuando éste esté maduro, como señala López Basaguren. La luz mundial ha dejado muy deteriorados a los líderes independentistas y su propia obnubilación les va a dificultar mucho sentarse en una mesa de diálogo con los demás protagonistas en los marcos que prevé la legalidad democrática. Preferirían reunirse en Túnez o Argelia, con un cura haciendo de mediador, como un grupo terrorista. Tienen que elegir: o regresan a la legalidad democrática y ayudan a los demócratas reformistas a luchar contra las inercias de los grupos más centralistas, pero que no se han salido de la ley (el gobierno español envía un cuidadoso escrito, Puigdemont responde de momento con un tuit), o adoptan comportamientos propios de grupos clandestinos (y entonces abandonan la ficción de que lo que hacen es europeo, legal y democrático).

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