La primera diferencia es que
en Cataluña no hay un referendum legal convocado por acuerdo de los dos
gobiernos, cuestión vinculada a la existencia en España, a diferencia del Reino
Unido, de una Constitución escrita que es muy contundente sobre la cuestión de
la soberanía presuntamente entendida como la facultad para establecer
fronteras. En Cataluña, las cuestiones lingüísticas y de protesta ante lo que
se considera injusto sistema de financiación de los gobiernos sub-centrales
juega un papel importante, y no así en Escocia (que goza de un tratamiento de
financiación territorial beneficioso, según McCrone). Por otro lado, a diferencia de lo que ocurría en Cataluña hasta el estallido del caso
Pujol, en Escocia no ha jugado un papel relevante (no es ni abordado en el
exhaustivo tratamiento de McCrone) el argumento de que la independencia
permitiría construir instituciones de mayor calidad, probablemente por el alto
prestigio internacional del que gozan las instituciones británicas.
Aquí de momento a dos meses supuestamente de la “consulta” no
hay libro blanco sobre la independencia como lo hay en Escocia (un documento de
600 páginas donde se detalla con más o menos rigor qué se entiende por
independencia), y cuando lo haya si es que lo hay veremos si todos los partidos
que apoyan la independencia están de acuerdo con él. La campaña
pro-independentista de Escocia está mucho más cohesionada en este sentido que la
catalana.
La campaña pro-independentista en Cataluña
está dominada por una extraña coalición entre un gobierno de CiU
pretendidamentemente business friendly
definido por algunos como neoliberal (con el apoyo de algunos economistas
liberales fromados en Estados Unidos, pero sin el apoyo del empresariado en lo
que al proyecto independentista se refiere), y componentes importantes de la
izquierda radical. En medio, un grupo heterogéneo muy mayoritario en la Cataluña rural y personas que intentan incorporarse a una "nueva centralidad" que a veces empieza a parecer menos central, (aunque como veremos el 11S sigue teniendo mucha fuerza). Ambos grupos dominantes, pese a la tradición europeista de las
corrientes centrales del catalanismo, tienen componentes euroescépticos o
incluso eurofóbicos a los que hasta ahora se ha prestado poca atención. Los
unos, porque creen que las pequeñas naciones ricas pueden ser exitosas en un
contexto de globalización desregulada para lo que la UE podría ser un estorbo;
los otros porque creen que hay que conseguir la independencia “para cambiarlo todo”.
Hoy no está claro cual será el régimen monetario de la Cataluña independiente,
ni si habrá ejército, ni si será un régimen parlamentario, presidencial o
basado en la democracia directa (“queremos decididrlo todo”), ni si las
pensiones serán de capitalización o de reparto, ni si el Banco Central será
independiente del gobierno, ni qué pasará si por un período incierto de tiempo
no estamos ni en la Unión Europea, ni en el Tratado de Schengen, ni en la zona
euro.
El subjetivismo del "libro blanco" escocés,
denunciado sobriamente por McCrone, igual que los documentos del consejo de
"transición nacional" catalán (que de momento están muy lejos de ser un “libro
blanco”) y aspectos como la deriva partidista
de la televisión pública catalana, hacían pensar, ya antes de conocerse o
sospecharse sobre la fortuna de la familia Pujol y los silencios que la
permitieron, que las instituciones de calidad deben nacer de inputs que hoy
están relativamente ausentes, por lo menos en comparación con el resto de
España o el resto del Reino Unido.
La fortísima presión social, con claros componentes orwellianos, que incluyen la manipulación de la historia y del lenguaje, la ocupación abusiva del espacio público y la intimidación sobre todo en los pueblos, se ha centrado en personas que podían romper los partidos de izquierda, y ha acabado haciendo mella en colectivos y personas poseídos por valores poco firmes, como tristemente Avancem o la ex-militante del CDS Ada Colau ("estoy contra las fronteras pero votaría que sí a la independencia"). Por suerte, las biografías más ejemplares entre los sectores supuestamente más catalanistas del PSC se han alejado definitivamente de las estrategias rupturistas.
Parte del discurso del gobierno escocés es construir un país de centro-izquierda con
un potente estado del bienestar gracias a los recursos del petróleo del mar del
Norte, ante la supuesta deriva neo-liberal de Inglaterra. Por ejemplo, aunque
no sin contradicciones destacadas por un editorial del diario The Guardian,
el líder nacionalista Salmond habla de evitar la privatización del sistema nacional de salud, el NHS.
En Cataluña Mas sin embargo preside un gobierno de centro-derecha que está
privatizando en buena parte la sanidad pública. Y a diferencia de lo ocurrido
en Escocia desde que gobierna el SNP, los partidos mayoritarios hasta ahora en
Cataluña han apoyado las políticas económicas de los gobiernos españoles, tanto
cuando ha gobernado el PSOE como cuando ha gobernado el PP.
Felicidades. Una buena reflexión.
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