Es totalmente comprensible la indignación de gran parte de la ciudadanía ante los casos de falsificación de currículums de personajes políticos, sobre todo la decepción de jóvenes que hacen un esfuerzo por formarse, a quienes les cuesta encontrar un empleo bien pagado y después de años de formación siguen en precario. Sin embargo, en las crónicas y artículos de opinión de las últimas semanas sobre la polémica de la falsificación de CVs, he echado de menos una perspectiva un poco más matizada de la cuestión.
Falsificar el CV para prosperar en una carrera política es algo ridículo. Pero que en la política haya muchas personas sin un buen CV académico (también hay personas con uno excelente, y no falsificado) es algo bastante explicable. La política es trabajo-intensiva, no la puede hacer un robot mientras uno está estudiando en la biblioteca. Tener medios y tiempo para estudiar mientras uno dedica tiempo a la actividad política no es tan fácil para todo el mundo.
En Estados Unidos está en marcha una campaña bajo el lema “Run for something” (preséntate a algo), para fomentar vocaciones políticas progresistas entre la juventud. Supongo que nado contra corriente, pero en estos tiempos, me parece más importante y urgente despertar vocaciones políticas democráticas y progresistas que mejorar los CVs de las personas que se dedican a la política. Militar es arriesgado (Utoya, en un caso extremo) y no siempre es divertido (Oscar Wilde), pero vale la pena para quien milita y para la sociedad. La participación política es un bien público y por lo tanto está sometida al efecto del pasajero sin billete (la teoría de la selección adversa no es la única herramienta económica para entender los dilemas de la política): siempre tenemos a mano una excusa (¡es que está lleno de gente sin curriculum!) para dejar que sean otros quienes vayan a las imprescindibles reuniones de las que abominaba Oscar Wilde. Necesitamos más y mejores liderazgos políticos, y necesitamos gobiernos de alta capacidad (política, técnica, ética) a todos los niveles, y en una democracia estos salen de los partidos políticos. No hay atajos para el reto de mejorar los partidos políticos.
En política, los intereses de los ricos están sobrerrepresentados. Quien ha heredado recursos y tiene un colchón, lo tiene mucho más fácil, por muchas razones, para hacer llegar sus intereses a quienes toman decisiones, o para encaramarse directamente al puesto de mando. Es tan importante hoy como a principios del siglo XX, cuando la izquierda consiguió que la política se retribuyera, que accedan a la acción política personas de clase trabajadora.
Hay ejemplos de grandes CVs que o bien han fracasado estrepitosamente en política (un partido liderado por una persona con un Doctorado por una prestigiosa Universidad de Estados Unidos sacó menos del 1% en las últimas elecciones al Parlament de Catalunya); o bien objetivamente han causado bastante daño a sus sociedades, como Boris Johnson (formado en centros de élite británicos incluyendo Oxford, y retratado por su superficialidad charlatana junto a su camarilla por Simon Kuper en el libro “Chums”) con el Brexit. Un buen CV académico no es una panacea de nada en política.
Hay cosas (buenas y malas) que no se aprenden ni en las aulas ni en los libros. Entre las cosas buenas que yo solo he aprendido en la actividad política (pese a haber frecuentado muchas aulas y leído muchos libros) incluiría rutas geográficas y culturales de Cataluña para las que no estaba predestinado, diferentes formas de vivir, realidades de otros países, o perder el miedo a hablar y debatir sobre todo en público. He conocido gente buena y mala y gente normal. He aprendido también a equivocarme, a perder, a organizar, a fracasar (intentamos montar sin éxito un festival de ideas con Peter Gabriel y Pasqual Maragall en la Barcelona postolímpica), a producir un documental… Dicho esto, un buen uso de las aulas y los libros ayudan, quizás, a procesar todo esto un poco mejor.
El talento político es difícil de objetivar y medir, y por lo tanto de incentivar. Requiere paciencia, capacidad estratégica y táctica, liderazgo, sociabilidad, habilidad para tejer alianzas, virtudes ejecutivas, soportar duras críticas, gestionar el estrés, equilibrar múltiples objetivos… Por ello no es de extrañar que muchas personas con un gran talento político no tengan necesariamente un buen CV académico, aunque otras sí lo tienen (entre ellas, bastantes en los gobiernos de Pedro Sánchez desde 2018 y en el de Salvador Illa desde hace un año). En cualquier caso, el talento es un bien escaso, en política como en otras actividades.
Paseando una vez por Londres, un artista callejero le dijo al final de su actuación en Leicester Square a la niña a la que había convencido para participar voluntariamente en su espectáculo: “Follow your dreams, get an education”. Ese sería mi consejo: persigue tus sueños y no dejes de educarte.