jueves, 14 de agosto de 2025

El talento político y el Currículum

Es totalmente comprensible la indignación de gran parte de la ciudadanía ante los casos de falsificación de currículums de personajes políticos, sobre todo la decepción de jóvenes que hacen un esfuerzo por formarse, a quienes les cuesta encontrar un empleo bien pagado y después de años de formación siguen en precario. Sin embargo, en las crónicas y artículos de opinión de las últimas semanas sobre la polémica de la falsificación de CVs, he echado de menos una perspectiva un poco más matizada de la cuestión.

Falsificar el CV para prosperar en una carrera política es algo ridículo. Pero que en la política haya muchas personas sin un buen CV académico (también hay personas con uno excelente, y no falsificado) es algo bastante explicable. La política es trabajo-intensiva, no la puede hacer un robot mientras uno está estudiando en la biblioteca. Tener medios y tiempo para estudiar mientras uno dedica tiempo a la actividad política no es tan fácil para todo el mundo.

En Estados Unidos está en marcha una campaña bajo el lema “Run for something” (preséntate a algo), para fomentar vocaciones políticas progresistas entre la juventud. Supongo que nado contra corriente, pero en estos tiempos, me parece más importante y urgente despertar vocaciones políticas democráticas y progresistas que mejorar los CVs de las personas que se dedican a la política. Militar es arriesgado (Utoya, en un caso extremo) y no siempre es divertido (Oscar Wilde), pero vale la pena para quien milita y para la sociedad. La participación política es un bien público y por lo tanto está sometida al efecto del pasajero sin billete (la teoría de la selección adversa no es la única herramienta económica para entender los dilemas de la política): siempre tenemos a mano una excusa (¡es que está lleno de gente sin curriculum!) para dejar que sean otros quienes vayan a las imprescindibles reuniones de las que abominaba Oscar Wilde. Necesitamos más y mejores liderazgos políticos, y necesitamos gobiernos de alta capacidad (política, técnica, ética) a todos los niveles, y en una democracia estos salen de los partidos políticos. No hay atajos para el reto de mejorar los partidos políticos.

En política, los intereses de los ricos están sobrerrepresentados. Quien ha heredado recursos y tiene un colchón, lo tiene mucho más fácil, por muchas razones, para hacer llegar sus intereses a quienes toman decisiones, o para encaramarse directamente al puesto de mando. Es tan importante hoy como a principios del siglo XX, cuando la izquierda consiguió que la política se retribuyera, que accedan a la acción política personas de clase trabajadora.

Hay ejemplos de grandes CVs que o bien han fracasado estrepitosamente en política (un partido liderado por una persona con un Doctorado por una prestigiosa Universidad de Estados Unidos sacó menos del 1% en las últimas elecciones al Parlament de Catalunya); o bien objetivamente han causado bastante daño a sus sociedades, como Boris Johnson (formado en centros de élite británicos incluyendo Oxford, y retratado por su superficialidad charlatana junto a su camarilla por Simon Kuper en el libro “Chums”) con el Brexit. Un buen CV académico no es una panacea de nada en política.

Hay cosas (buenas y malas) que no se aprenden ni en las aulas ni en los libros. Entre las cosas buenas que yo solo he aprendido en la actividad política (pese a haber frecuentado muchas aulas y leído muchos libros) incluiría rutas geográficas y culturales de Cataluña para las que no estaba predestinado, diferentes formas de vivir, realidades de otros países, o perder el miedo a hablar y debatir sobre todo en público. He conocido gente buena y mala y gente normal. He aprendido también a equivocarme, a perder, a organizar, a fracasar (intentamos montar sin éxito un festival de ideas con Peter Gabriel y Pasqual Maragall en la Barcelona postolímpica), a producir un documental… Dicho esto, un buen uso de las aulas y los libros ayudan, quizás, a procesar todo esto un poco mejor.

El talento político es difícil de objetivar y medir, y por lo tanto de incentivar. Requiere paciencia, capacidad estratégica y táctica, liderazgo, sociabilidad, habilidad para tejer alianzas, virtudes ejecutivas, soportar duras críticas, gestionar el estrés, equilibrar múltiples objetivos… Por ello no es de extrañar que muchas personas con un gran talento político no tengan necesariamente un buen CV académico, aunque otras sí lo tienen (entre ellas, bastantes en los gobiernos de Pedro Sánchez desde 2018 y en el de Salvador Illa desde hace un año). En cualquier caso, el talento es un bien escaso, en política como en otras actividades. 

Paseando una vez por Londres, un artista callejero le dijo al final de su actuación en Leicester Square a la niña a la que había convencido para participar voluntariamente en su espectáculo: “Follow your dreams, get an education”. Ese sería mi consejo: persigue tus sueños y no dejes de educarte.


lunes, 11 de agosto de 2025

Palestina vista desde aquí

Quiero recomendar dos libros sobre Palestina escritos por dos especialistas españolas, la periodista Beatriz Lecumberri (“Palestina, la tierra estrecha”, Editorial Big Sur) y la catedrática Luz Gómez (“Palestina: Heredar el futuro”, Libros de la Catarata). Son dos personas que saben bien de lo que hablan, lo han estudiado, y conocen a numerosos testigos y protagonistas. Para los demás, es muy fácil opinar desde nuestro sofá en la otra punta del Mediterráneo, por mucho que sigamos con horror las imágenes y noticias que nos llegan desde ahí. Leed por favor estos dos libros.

Ambas autoras escriben en El País, Beatriz Lecumberri como reportera (estos días desde Jerusalén) y Luz Gómez como articulista de opinión. El libro de la primera es una colección de testigos de Gaza, Cisjordania y Jerusalén. El de la segunda, es un ensayo histórico-cultural sobre los intentos crueles y hasta ahora fracasados de erradicar la identidad palestina. Ambas transmiten una profunda solidaridad por la causa palestina. A diferencia de personas que por nuestra lejanía debemos expresar nuestras opiniones sobre el tema con humildad y modestia, su contundencia está totalmente justificada por su conocimiento.

Aunque no es una cuestión fundamental en ninguno de los dos libros, ambas autoras muestran su escepticismo con la “solución de los dos estados”, Lecumberri al principio de su volumen y Gómez al final. Estos días se ve como un avance que más y más países “reconozcan” el Estado de Palestina, y sin duda muchos de quienes lo apoyan lo hacen con la buena voluntad de defender una causa en momentos muy difíciles. Otros se preguntan de qué sirve eso sobre el terreno, donde se vive una “realidad de un solo estado” (el de Israel).

Quienes pensamos que erigir estados-nación sobre la base de una etnia o una religión (construyendo carreteras solo para judíos o solo para árabes) debería ser una cosa del pasado (y lo piensan numerosos israelíes y palestinos de hoy y de ayer, organizados o no, y muchos judíos que viven o vivieron fuera de Israel, como Tony Judt o Hannah Arendt), y quienes de buena voluntad defienden una solución de dos estados, quizás tengamos un punto de encuentro en la misma Palestina árabe y judía que proyectó las Naciones Unidas como proyecto confederal, que defiende el filósofo universalista Omri Boehm (autor de un libro precioso sobre la mestiza “República de Haifa”), o que defendía recientemente un manifiesto de intelectuales entre los que se hallaba el economista Thomas Piketty.

Tanto la solución a largo plazo como el motor de las urgencias a cortísimo plazo debe pasar por el derecho a la igualdad de todas las personas que viven en lo que es hoy territorio controlado por Israel. Esta igualdad de dignidad, de derechos (a la vivienda, a la propiedad, a la movilidad, al voto a los responsables reales de su control, a la vida), de ingresos, de riqueza, de oportunidades, hoy es flagrante que no se produce. Algunos tenemos dudas de que esta igualdad se consiga, ni a corto, ni a medio, ni a largo plazo, mediante dos estados (con medios muy desiguales) lado a lado en un espacio muy reducido. Como ha explicado de forma elocuente la experta Dahlia Scheindlin, el conflicto palestino-israelí es un conflicto entre quienes tienen y quienes no tienen, unos viviendo escandalosamente cerca de los otros.

Y si estamos de acuerdo en que a largo plazo, en cualquier caso, entre esos dos estados, debería haber, como en la Unión Europea, igualdad de derechos y libertad de movimientos, quizás nos podríamos ahorrar la fase intermedia de convertir a unos muros de valla y hormigón, controlados por check points militarizados, en fronteras internacionalmente reconocidas. No perpetuando la situación actual, sino transitando sin perder tiempo, con toda la ayuda internacional que haga falta, hacia una forma política que reconozca todas las identidades (y que honre de verdad la memoria del Holocausto: que nunca jamás le vuelva a ocurrir lo mismo A NADIE) y que deje de practicar el apartheid y la violencia contra una parte de la población que controla.