domingo, 8 de octubre de 2023

El coste humano de la obsesión por el demos

Un conocido sociólogo escribió recientemente (en un artículo titulado “Demos partido”) que “La democracia necesita que haya previamente un pueblo cuyos miembros aceptan tomar decisiones colectivamente. ¿Pero qué sucede si una parte del pueblo expresa su voluntad de no seguir perteneciendo al mismo?”

Ya sabemos que las ciencias sociales tienen más dificultades que las ciencias naturales en utilizar términos precisos, medibles con un termómetro, al estilo de las ciencias naturales. Sin duda, es lo que pasa con la palabra “pueblo” (también lo que pasa con la palabra “necesita”), igual que nación, populismo, socialismo o libertad. Si ya es difícil definir pueblo, más difícil hoy día es que haya “un” pueblo. De hecho, en nuestras sociedades, más bien parece predominar la diversidad, la ausencia o la fluidez de los pueblos, las naciones y las identidades. Eso lo sabía perfectamente Claudio Magris cuando escribió “El Danubio”, o lo sabía el embajador de Kenia en las Naciones Unidas, Martin Kimani, cuando, tras el ataque de Putin en Ucrania, explicó que ellos en África habían aprendido la lección de cooperar a través de las fronteras antes de querer redibujarlas siguiendo criterios étnicos: “En vez de formar naciones que mirasen cada vez más atrás en la historia con una nostalgia peligrosa, elegimos mirar hacia delante con una grandeza que ninguna de nuestras naciones y nuestros pueblos había conocido jamás”.

Recuerdo que otro columnista con mucho espacio en los medios, que pasó de colaborar con el PSC a elogiar a Artur Mas (no pasa nada, no fue el único), al principio del “procés” criticó a los socialistas catalanes por no tener claro cuál era su país. Es posible que sigamos sin tenerlo claro, y quizás por eso somos el partido que ha ganado más en Cataluña desde 1977, incluidas las tres últimas elecciones, autonómicas, municipales y generales. Quizás hemos ganado porque no tenemos claro cuál es nuestro país, igual que una gran parte, quizás la mayoría, de la ciudadanía catalana. Quizás la clave del éxito es que no estamos obsesionados con el “demos”.

En los últimos 32 años el número de “extranjeros” que viven oficialmente en Barcelona ha pasado del 1% a casi el 25%. Algunos que no son extranjeros tienen raíces en otros países y continentes, y con un poco de suerte, si seguimos siendo una ciudad abierta, cada vez habrá más, lo que nos enriquece en todos los sentidos. Tomando como ejemplo a los jóvenes jugadores del Barça: ¿Cuál es el demos de Yamine Lamal o Alejandro Balde? ¿A qué pueblo pertenece Ansu Fati, un jugador políglota internacional por España, de padres originarios de una excolonia portuguesa en África, que juega cedido en Inglaterra y que pasó del Sevilla al Barça siendo un niño? ¿Son fenómenos exclusivos del mundo del fútbol o marcarán tendencia? 

¿No sería mejor centrar nuestros esfuerzos, como pedía el embajador keniata, en relativizar las fronteras y así seguir construyendo una democracia multinivel donde nadie tenga el monopolio de la soberanía? En la Unión Europea ya estamos en ello, es cuestión de profundizar. Yo reconozco que me pongo nervioso cuando leo artículos sobre identidades e instituciones en España (no me gusta llamarle “cuestión territorial”, porque va mucho más allá) y no veo la palabra Europa.

Véase el coste humano y social de la obsesión por el demos en Israel/Palestina (¿es esa una cuestión "territorial" separada del drama social y humano que supone?): los últimos acontecimientos, iguales a los del pasado, vienen de esa obsesión, tan distinta de la posibilidad de hacer compatible un hogar para los judíos perseguidos, con la igualdad de derechos para judíos, árabes y cualquier otra persona, entre el Mediterráneo y el Jordán. Y véase el mismo coste antes en Irlanda del Norte, y antes y todavía ahora en lo que fue Yugoslavia y otras partes del Este de Europa. Hiela la sangre leer en la prensa en lengua inglesa sobre “Ethnic Armenians” o “Ethnic Serbians”, porque alguna vez también he llegado a leer sobre “Ethnic Catalans o “Ethnic Spanish”.

¿Cuál es el demos del escritor Jordi Soler, nacido y criado en la selva mexicana, hijo de padres catalanes exiliados (esos sí de verdad, tras la Guerra Civil), que hoy escribe en castellano desde Barcelona? No lo sé, y no creo que le guste la pregunta. Pero sí sé que escribió el que para mí es todavía hasta hoy el mejor artículo sobre el independentismo catalán. Fue en 2013 y se tituló “La independencia radical”, donde el territorio se iba dividiendo en grupitos cada vez más pequeños en busca de su propio demos, hasta que cada uno subía al tejado de su casa levantando su propia bandera. Igual que en las repúblicas ex yugoslavas empiezan a resquebrajarse los cascarones para que salgan nuevos polluelos nacionales en Kosovo o Bosnia-Herzegovina, salen demos descontentos en la España europea, y de ellos podría salir una Tabarnia, y de ella saldrían pueblos más catalanes que nadie, y de ahí alguien que no estaría cómodo con su nuevo demos…

Como dice el sabio humanista Jordi Llovet sobre Steiner hoy en el Quadern, el suplemento en catalán del diario El País: “es la humanidad lo que importa, hable la lengua que hable: la polis del tiempo de Pericles es hoy todo el mundo globalizado”


No hay comentarios:

Publicar un comentario