lunes, 8 de marzo de 2021

Por qué fracasan los partidos políticos

Algunos economistas y científicos sociales se han preguntado por qué fracasan los países, y por qué fracasan las organizaciones. Claro, ni todos los países, ni todas las organizaciones fracasan, sino que lo que se preguntan estos autores es por qué algunos fracasan y otros no. Pero no conozco a nadie que se haya preguntado por qué fracasan los partidos políticos (o algunos de ellos), aunque espero que a raíz de este post mis amistades en la ciencia política corrijan mi ignorancia. Sí se han preguntado algunos por qué existen los partidos políticos. Por ejemplo, en Why Parties, John Aldrich concluye que los partidos políticos son necesarios como instituciones para mitigar los problemas de acción colectiva y elección social que afectan a los colectivos humanos. En su ausencia, los costes de transacción de la acción política serían enormes. Igual que la vida económica no se puede entender sin organizaciones e instituciones, o el deporte no se puede entender sin clubs y competiciones organizadas, la arena política no se puede entender sin partidos políticos.

Algunos partidos políticos no llegan ni a arrancar el vuelo, otros tienen una vida efímera, mientras que otros tienen una vida duradera, en algunos casos con un éxito relativamente sostenido en el tiempo, y en otros casos con altibajos. Dicen que el partido político más exitoso de la historia es el Partido Conservador británico.

En España hemos visto el rápido auge y caída de partidos como el CDS, UPyD, y ahora Ciudadanos. Veremos si Podemos se mantiene como un partido sólido. En Cataluña hemos visto como el PdeCAT, el partido de Artur Mas, el dirigente político que inició el “procés”, ha pasado a ser extraparlamentario.

En los dos libros del economista Acemoglu y el politólogo Robinson sobre el éxito y el fracaso de los países, Why Nations Fail y The Narrow Corridor, estos autores concluyen que es la salud de las instituciones de inclusión social y económica lo que frena el fracaso de las naciones, y en concreto el equilibrio entre un estado fuerte y una sociedad civil vigorosa. Pero incluso estos trabajos, fruto de años de investigación y llenos de referencias interesantes, han sido cuestionados en reseñas críticas bastante duras por otros economistas, publicadas o aceptadas en el Journal of Economic Literature. Me refiero a la crítica que Bentley MacLeod escribió de Why Nations Fail y la que Avinash Dixit ha escrito recientemente sobre The Narrow Corridor.

Igual que con las naciones (por ejemplo, cuáles tienen más muertes por COVID en términos relativos), podríamos concluir que quien sabe por qué fracasan las organizaciones y los partidos políticos (hay mucha incertidumbre y las dinámicas de la evolución son difíciles de predecir).

Luis Garicano y Luis Rayo publicaron en 2016 un interesante y muy útil artículo titulado Why Organizations Fail, resumiendo una abundante investigación teórica y basada en casos sobre esta cuestión. Según Garicano y Rayo, hay fallos organizativos que se pueden interpretar a la luz del modelo de incentivos con varias dimensiones, dando lugar a los riesgos siguientes:

-Poner demasiado peso en el corto plazo, dejando de lado riesgos (a veces catastróficos) en el medio y largo plazo.

-Poner demasiado énfasis en el trabajo individual, en detrimento del trabajo en equipo.

El problema no es que los incentivos no funcionen, sino que a veces funcionan demasiado y tienen efectos no deseados. Otros fallos organizativos incluyen los fallos de comunicación (mentalidad de rebaño) y las dificultades de adaptación al cambio por resistencias internas (como los que ilustra el libro y la película “Moneyball”). En las organizaciones, es muy importante una buena asignación de tareas: que cada persona esté en cada momento en el puesto adecuado para aprovechar bien los talentos y las ventajas comparativas y sacar ventaja de la especialización y a la vez la colaboración:

-Asignación vertical de tareas: “the most effective foot soldier is not very effective if he is fighting the wrong war” (el soldado raso más efectivo no lo es mucho si está en la guerra equivocada). Las personas más capacitadas deben estar en lo alto de la jerarquía.

-Asignación horizontal de tareas: asignación homogénea de tareas cuando se trata de explotar ideas existentes (para evitar el “O’Ring problem”, es decir, el fallo de un componente cuando la tecnología es multiplicativa); concentración de talento en las tareas más prometedoras cuando se trata de explorar nuevas ideas (tecnología aditiva).

Otra fuente de fallos organizativos es la falta de coordinación. La empresa u organización es una subeconomía donde las distintas tareas generan externalidades, que tienen que ser internalizadas mediante la coordinación, ya sea espontánea o mediante una unidad coordinadora.

Todas estas ideas son de aplicación a los partidos políticos, que no dejan de ser un tipo de organización. Una limitación del enfoque de Garicano y Rayo es que parecen poner mucha esperanza en un buen “diseño organizativo” dejando de lado un razonamiento más evolutivo (“ensayo y error”). En un contexto de incertidumbre, es muy difícil “calcular” ex ante lo que saldrá bien. Por eso algunos economistas académicos tienen dificultades para entender cuál es el perfil adecuado para tener éxito como dirigente político. Por poner dos ejemplos muy distintos, ningún economista académico hubiera elegido de poder hacerlo a Pepe Mujica o a Joe Biden, dos ejemplos de políticos de éxito. Los líderes políticos no son como los líderes académicos o los empresariales, entre otras razones porque la actividad política está mucho menos estandarizada y predominan lo que un economista teórico llamaría contratos incompletos: transacciones que se van a ver afectadas por contingencias muy difíciles de prever ex ante. Los partidos exitosos y duraderos necesitan tiempo y raíces, y eso no se prepara en un laboratorio. No sé si es por esto que la trayectoria política de algunos economistas académicos ha sido poco exitosa, como ilustran los casos de Andrés Velasco en Chile o de Michele Boldrin en Italia, por no herir susceptibilidades con ejemplos más cercanos. Achen y Bartels, dos politólogos que no se hacen grandes ilusiones sobre la racionalidad del sistema político, concluyen en Democracy for Realists que los políticos profesionales, esos que son tan denostados por el mundo académico y empresarial, son imprescindibles para encontrar soluciones a los difíciles y poliédricos problemas de nuestras democracias.


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