domingo, 19 de noviembre de 2017

Mejorar la democracia implica derogar la ley de la turba

Es bien conocido el episodio de Barrabás en el Evangelio. Pilato le dijo a la turba cuando, siguiendo la tradición de liberar un preso a petición de la muchedumbre linchadora, le dio a elegir entre Jesús y Barrabás: "¿Qué haré entonces con Jesús, llamado el Cristo? Todos dijeron: ¡Sea crucificado! Y Pilato dijo: ¿Por qué? ¿Qué mal ha hecho? Pero ellos gritaban aún más, diciendo: ¡Sea crucificado! Y viendo Pilato que no conseguía nada, sino que más bien se estaba formando un tumulto, tomó agua y se lavó las manos delante de la multitud, diciendo: Soy inocente de la sangre de este justo; ¡allá vosotros! Y respondiendo a todo el pueblo, dijo: ¡Caiga su sangre sobre nosotros y sobre nuestros hijos! Entonces les soltó a Barrabás, pero a Jesús, después de hacerle azotar, le entregó para que fuera crucificado". El libro sobre populismo y fascismo de Federico Finchelstein explica que más o menos eso es el populismo, como sabe una Ada Pilatos indiferente a la necesidad de unir a los barceloneses tras un dramático atentado y tras la fuga de sedes empresariales, y como sabe el temeroso y mentalmente inestable Puigdemont, fantásticamente retratado hoy por Javier Cercas. A diferencia del fascismo (con el que comparte algunos rasgos, como el nacionalismo -diga lo que diga Juncker- y el caudillismo), el populismo no pretende derogar la democracia, sino aprovecharse de ella (por eso luchar contra él es tan difícil) y desvirtuarla. La respetabilidad de los reaccionarios modernos (así llama Timothy Garton-Ash a los nacional-populistas de la nueva extrema derecha, los mismos que igual que Puigdemont son apoyados por Assange y Putin) se basa entre otros aspectos en su presunto apoyo a la democracia en su forma plebiscitaria. Señal de que no leyeron el Financial Times durante los referéndums de Escocia y el Brexit, donde los editoriales y los columnistas más ecuánimes no pararon de advertir contra la "Mob Rule" que se desató en ambos, la ley de la turba que encontraba traidores ("quislings") por todas partes, los pesecés británicos -siempre hay alguno a mano. Jordi García-Petit ha explicado muy bien en un fantástico artículo, que por desgracia pocos leerán, la diferencia entre el poder de la masa y la democracia. Quienes como Rosa M. Sardá han seguido teniendo a mano su brújula moral (en palabras de Isabel Coixet, otra que se ha plantado) en tiempos de apogeo de la turba linchadora, no han querido refugiarse en manifiestos vergonzantes o en medias palabras para no quedar mal ante la masa religiosamente enfervorizada. Habrá que ir avanzando hacia una guía de buenas prácticas (como la que el economista Avinash Dixit receta para combatir con realismo contra la corrupción, otra forma de captura de la democracia) para luchar contra los reaccionarios modernos, pero sin duda uno de los aspectos a destacar será apoyar a todos aquellos que se han plantado ante la turba, y socializar su ejemplo.


1 comentario:

  1. Hay que enseñar más en España las obras de Ortega y Gasset, y de Julián Marías. Ellos nos muestran cómo actúan de la mano el fascismo y el comunismo contra la democracia liberal. Julián Marías nos advirtió desde los años 50 cómo los enemigos (extrema izquierda y extrema derecha) se unen para manipular a la ciudadanía y socavar la democracia liberal parlamentaria y la separación de poderes.

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