domingo, 8 de mayo de 2022

La hora del capuchino para todos (si no quieren llamarle federalismo)

El sabio belga Philippe Van Parijs (un federalista, y uno de los padres de la idea de la "renta básica universal"), en su libro "Belgium. Une utopie pour notre temps" (la mezcla de idiomas en el título no es un error... lean el libro), recurre a la metáfora del capuchino para referirse al diseño de un modelo federal de gobierno en su país: una parte de los recursos serían comunes a todas las jurisdicciones, sería la base, el café fuerte que ocupa la parte baja de la taza. Esta parte sería aportada de forma mutualizada por el conjunto de las jurisdicciones, a modo de un suelo común organizado en instituciones democráticas comunes. Y cada jurisdicción le puede añadir la parte más visible del capuchino a su gusto: cremas de distinto tipo, canela, cacao... en función de sus preferencias y necesidades.

La clave está en poner riesgos en común, para alcanzar una misma dignidad, a partir de la cual poder gozar del derecho a la diferencia sin diferencia de derechos. Se trata de hacer realidad en territorios cada vez más extensos (los estados, Europa, el mundo entero algún día) el principio igualitarista de "a cada cual según sus necesidades, de cada cual según sus capacidades", manteniendo a la vez el incentivo a diferenciarse, a experimentar, a innovar en el terreno social, político, económico.

Esta idea tan básica y tan poderosa a la vez, poco a poco va abandonando los márgenes del debate político, y se abre paso en los espacios más centrales y mayoritarios, aunque tiene poderosos enemigos. La última personalidad que ha defendido el federalismo ha sido Mario Draghi, primer ministro de Italia, uno de los países fundadores de la Europa unida, y ex-presidente del Banco Central Europeo. No estamos hablando de un personaje marginal, sino de uno de los agentes clave de la Europa del presente. Dijo en concreto que necesitamos un "federalismo ideal" y también un "federalismo pragmático, que abarque todas las áreas afectadas por las transformaciones que están ocurriendo" a raíz de las sucesivas crisis financiera, sanitaria, bélica y climática. No lo decía un oscuro, obseso y pesado profesor en Barcelona, lo decía Mario Draghi. y tras sus palabras no había el vacío, sino planes concretos para una mayor integración federal europea en seguridad, energía, deuda, inversiones, relaciones exteriores, etc.

Andrea Rizzi decía ayer en El Pais que "federalismo" es una palabra anatema para los nacional-populistas, pero añadía que "el vocablo toca un nervio muy profundo, y en algunos países hay europeístas convencidos que tienden a evitarla porque genera gran rechazo". Pues parece que a Draghi le da igual; quizás ha visto que la potencia de lo que representa la palabra vale más que cualquier reparo, y que las batallas de ideas no se ganan renunciando a los conceptos que las encarnan.

En España, cuando algunos soberanistas quieren minimizar el cambio que ha supuesto el estado autonómico, se refieren a este como el "Café para todos", como aquella versión reducida y jacobina del federalismo que no satisface sus aspiraciones. Esta noción homogeneizadora nunca ha sido real, pero en cualquier caso la metáfora de Van Parijs nos sugiere una noción más realista, y más adaptable a la extensión del federalismo no sólo a España, sino a toda la Unión Europea, y de forma progresiva a algunos aspectos de la gobernanza global, como la armonización del impuesto de sociedades y la lucha contra los paraísos fiscales.

Recientemente, no sólo ha sido Mario Draghi quien ha pronunciado la palabra prohibida. El gobierno de coalición alemán habla en su documento programático de dar pasos hacia una federación europea. El economista autor de los libros más exitosos mundialmente sobre ciencias sociales en los últimos años, Thomas Piketty, habla en todos sus best-sellers, de avanzar hacia un socialismo federalista y multicultural, muy alejado de los tonos soberanistas de algunos compatriotas suyos. En fin, editoriales y columnistas de medios ampliamente respetados, como El Pais en España o La Repubblica en Italia, no le tienen miedo a la palabra y abogan por la idea y la palabra federal como mejor antídoto contra el nacionalpopulismo.

Estamos luchando contra las sucesivas crisis de la pandemia y la guerra con co-gobernanza en España, con los fondos Next Generation, con deuda común, con un plan europeo público de vacunas gratuitas, y la guerra que federa a Europa (como decía recientemente Joaquim Coll) va a requerir planes comunes de defensa, de absorción de personas refugiadas, de racionamiento mancomunado de determinadas fuentes de energía, y de despliegue coordinado de nuevas fuentes.

No me hago ilusiones, no habrá un día de proclamación del federalismo que se celebrará en aniversarios y días festivos, porque el federalismo ya está entre nosotros y evoluciona de forma gradual. Y como toda buena idea, está sometida a los errores y debilidades de las personas y organizaciones que la defendemos.


Pero los que venimos de la tradición política de Jordi Solé-Tura, Ernest Lluch, Pasqual Maragall y Raimon Obiols (hoy bien representada por Josep Borrell al frente de la diplomacia europea, enlazando con la tradición del federalismo europeo de Altiero Spinelli y el Manifiesto de Ventotene), de una tradición cuya publicación orgánica hablaba ya en los años 1940 (y lo sigue haciendo) de "Federació, Democràcia i Socialisme" en su frontispicio, tenemos derecho a decir, ni que sea con la boca pequeña, que teníamos razón. Pero ni nos felicitarán, ni tenemos tiempo para celebrarlo.

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