domingo, 31 de octubre de 2021

Aprender de las organizaciones que perduran

Con ocasión del último Congreso de PSOE, el ex dirigente de Podemos Ramón Espinar escribió un tuit que decía que, pese a las discrepancias, había que aprender de las organizaciones que perduran, de su capacidad de cerrar heridas y remar en la misma dirección. Joan Coscubiela también hizo una comparación entre las organizaciones que funcionan por Telegram y las que tienen raíces sólidas basadas en lazos humanos estables.

Algunas organizaciones tratan de sobrevivir incluso cuando sufren graves escándalos, cambiando de nombre para parecer distintos, como es el caso de Facebook o de Convergencia (el partido político catalán). Sólo cambia de nombre quien tiene algo muy grave de lo que avergonzarse, pero veremos cómo les va.

Mi experiencia es que efectivamente en el Partido Socialista se tolera bien la discrepancia, por muy fuertes que sean a veces las discusiones. En el próximo verano se cumplirán 40 años de mi militancia socialista (y 40 años de tantas cosas) y nunca nadie me ha regañado por expresar mi opinión, ni cuando hice campaña contra la OTAN discrepando de la cúpula, ni cuando formé parte de grupos críticos, ni cuando apoyé a candidatos que a toro pasado puedo decir que eran los equivocados… Ahora habré estado dos años en la Ejecutiva del PSC, y la dejaré para volver a la base (mi sitio natural, dado que desde 1995 para mí la política es un hobby) en el Congreso de diciembre, tras haber dicho exactamente lo que se me pasaba por la cabeza en todas las reuniones que he podido. Y creo que mis compañeras y compañeros lo han agradecido, independientemente de si estaban de acuerdo con todo lo que decía. Las personas que se han ido del PSC dudo que puedan decir que alguien les ha echado, y han acabado siempre siendo más los que entraban que los que salían.

Además de la tolerancia por la discrepancia, las razones de la permanencia se hallan en la existencia de unas raíces (en el caso del PSC, muy bien explicadas en el libro de memorias de Raimon Obiols, “El mínim que es pot dir”), una implantación, una ideología reconocible a nivel internacional (que permite compensar los obvios errores con una reputación por políticas que a grandes rasgos han sido útiles en muchos países, incluido el nuestro).

Que una organización perdure no la convierte necesariamente en una organización deseable per se, claro, pero sí que habla de su capacidad de adaptación a los cambios, y de no depender de un liderazgo coyuntural. La Iglesia Católica y la Mafia italiana están entre las organizaciones más duraderas de la historia, y si tengo dudas sobre el balance de la primera, no las tengo sobre la segunda (ojalá no existiera). El Partido Conservador Británico creo que es el más antiguo del mundo, y el Nacionalista Vasco uno de los más antiguos de España. Quien quiera perdurar, debería estudiar estos casos, al margen de su mayor o menor cercanía ideológica.

El Barça y los grandes clubs de fútbol son otro ejemplo de resistencia al paso del tiempo. Los grandes clubs de cada país son los mismos década tras década, con pocas excepciones. Veremos si la incapacidad de las familias de la burguesía catalana por gestionar los ciclos del Barça puede más que la existencia de una comunidad de sentimientos y el atractivo de la ciudad condal para los grandes talentos del fútbol.

El problema no es cómo hacer que las organizaciones perduren, sino que perduren las buenas organizaciones, y que las malas se hundan lo antes posible.


domingo, 10 de octubre de 2021

El esquizo-fascismo en Cataluña

El historiador Timothy Snyder, en su libro “The Road to Unfreedom” (traducido por Galaxia Gutenberg como “El camino hacia la no libertad”) acuña el concepto de esquizo-fascismo para referirse a la tendencia de algunos sectores nacionalistas iliberales en Rusia a llamar fascista a cualquiera que no comulgue con sus ideas (o que “ataque” a la patria rusa), hasta el punto, explica Snyder, de que en el idioma ruso se considera prácticamente un error gramatical imaginar que un ruso pueda ser fascista: “para los esquizo-fascistas, el fascismo era una sustancia del mundo exterior disoluto que amenazaba el organismo virginal ruso”.

Por otra parte, el autor de la biografía intelectual de Albert O. Hirschman, Michele Alacevich, nos recuerda que en los años 1930, precisamente cuando el fascismo de verdad acechaba más amenazante que nunca, algunos comunistas empezaron a llamar a los socialdemócratas, el principal partido (al que pertenecía Hirschman) de oposición al Nazismo, “Socialfascistas”.

Podemos concluir que el recurso barato al insulto fascista no se ha inventado en Cataluña, sino que tiene una larga tradición, que combina altas dosis de intolerancia, una profunda ignorancia y una banalización inmoral del fascismo real.

Pero en los últimos días se han visto ejemplos en Cataluña de una tendencia que viene recrudeciéndose en los últimos años, coincidiendo con el éxtasis de la política de la identidad que se ha vivido en la última década. El ataque a un grupo de personas del grupo “S’Ha Acabat” en mi universidad, la UAB, que pretendían simplemente expresar sus opiniones (me da igual cuales sean) en la plaza principal del Campus, es un episodio más de esquizo-fascismo, de utilización de prácticas cercanas al fascismo al grito de “¡fascistas!”. La reacción del equipo de gobierno de mi universidad es un ejemplo vergonzoso de cómo perpetuar un ambiente donde se les ponen las cosas fáciles a los esquizo-fascistas, en lugar de combatirlos con la ley en la mano en nombre de la razón y la democracia. 

Otro ejemplo reciente ha sido un cartel del grupo Arran, las juventudes de la CUP, donde se puede leer con grandes letras “Independentismo es Antifascismo”. Es fácil interpretar el mensaje como que “quien no es como nosotros, es fascista”. Obviando que existen independentistas fascistas (con quienes la CUP no tiene inconveniente en investir gobiernos en el Parlament de Cataluña, mientras firma un cordón sanitario contra la socialdemocracia), y que los ha habido en el pasado (en algún caso homenajeados por un presidente de la Generalitat, también investido por la CUP). Y olvidando que existe no sólo una gran mayoría de personas que a la vez no son independentistas y que no son fascistas, sino que tienen una historia detrás de lucha arriesgada (entonces sí) contra el fascismo. Y por supuesto obviando que muchas familias catalanas que hoy abrazan el independentismo, apoyaron el fascismo español. Sus descendientes no tienen ninguna culpa, pero recordar el pasado de sus familias debería ser un acicate para ser ellos muy conscientes de lo que ha ocurrido en este país, y para ser muy respetuosos con quienes sí lucharon contra el fascismo.

A ello se suma un clima de creciente intolerancia lingüística (entre otras variantes de la intolerancia) por parte de minorías que ahora se creen muy poderosas, pero que ignoran o no quieren ver que las zonas urbanas de Cataluña son plurilingües, que el castellano es la lengua más hablada en Cataluña, y que ello no sólo no es incompatible con la promoción del catalán, sino que la convivencia lingüística ha sido durante los últimos 40 años una fuente de riqueza cultural y económica. Igual que el “America First” de Trump ha mutado en “Save America”, el “Fem un país lliure” parece haber mutado para más de uno en un “Catalunya pels catalans”.

La violencia de baja intensidad está enquistada en Cataluña, y sigue incluyendo, si no a diario sí semanalmente, amenazas y señalamientos en sedes de partidos políticos, redes sociales y otras plataformas. Vale la pena no pasar por alto estos episodios y denunciarlos como actos de intimidación e intolerancia, y no aguarlos en un contexto más amplio (“no hay que olvidar que los otros…” y bla bla bla). No hay excusa para no condenarlos. En democracia no hay provocaciones, existe la libertad de expresión para todo el mundo. Los actos de totalitarismo no deben olvidarse. No vaya a ser que la violencia un día deje de ser de baja intensidad, como ya ha ocurrido varias veces en nuestra historia.


domingo, 3 de octubre de 2021

Les tardors indepes ja no són el que eren

Les tardors indepes solen començar l'onze de setembre, una mica abans que la tardor oficial (ja se sap que els indepes això de les normes...). En els darrers anys, des de 2012 o 2014, la resta de la ciutadania de Catalunya vèiem l'arribada d'aquesta tardor política amb resignada aprensió. Els indepes estan tot l'any sense fer res (políticament) i desperten a la tardor per a la temporada de l'equivalent de les marxes orangistes. Aquestes són marxes dels fanàtics nacionalistes britànics a Irlanda del Nord, que passegen els seus símbols i la seva arrogància pels carrers compartits. Curiosament, els separatistes parlen dels que no ho som (que per sort som enormement diversos) com a "unionistes", que és com s'anomenen els protestants a Irlanda del Nord, però els que més s'assemblen als fanàtics unionistes són ells.

Recordo un amic meu que a principis de 2014 ja anticipava aterroritzat com seria la tardor d'aquell any, amb la consulta d'Artur Mas que havia de decidir el futur de Catalunya i desafiar el poder de l'estat, al mes de novembre. Després, a l'any següent, van arribar les eleccions plebiscitàries, també a la tardor, quan els catalans havíem de tornar a decidir el nostre futur. L'apoteosi va arribar el 2017, on tenim els èxtasis del 20-S, l'1-O, el 3-O, i la DUI interruptus (tot i que els indepes no volen recordar l'assalt a la democràcia del 6-7S), ... tot en una tardor on vam tornar a decidir el nostre futur, ara per tercera vegada, però pel que sembla no per sempre, perquè la CUP diu que vol tornar a fer un 1-O, tot i que el President de Junts al Parlament, un tal Batet, diu que ja som independents i només estem esperant el reconeixement internacional, que arribarà, tot és qüestió de paciència. Al 2019 vam tornar a tenir una tardor calenta, amb la sentència i els aldarulls de l'"apreteu" del senyor Torra. Al 2017 i al 2019 les aules de les facultats més mobilitzades de la UAB i altres universitats es van aturar diverses setmanes. A mi em sabia greu que molts estudinats prometedors perdessin setmanes de classe enredats per una persona tan allunyada de l'esperit universitari com Carles Puigdemont. El dia i hora en què es va fer pública la sentència, a mi em va tocar donar classe (d'introducció a l'economia a Ciència Política), i una bona part dels estudiants es va aixecar en el moment de fer-se pública per anar a manifestar-se a la Plaça Cívica, la plaça principal del Campus de Bellaterra de la UAB. Una noia que seia a les primeres files es va aixecar i molt educadament em va dir amb una cara de gran alegria que havia sortit la sentència, com si em comuniqués el neixement d'un germanet seu. No sembla que mentrestant hagués tingut temps de llegir la sentència, però semblava tan feliç com la "telebasurera" Rahola quan van detenir Puigdemont a Sardenya.

Però ara ha estat diferent. Al 2021 el procés ja no és el que era. El dijous passat va circul·lar el rumor que el dia següent, divendres 1-O, hi hauria vaga d'estudiants per commemorar els fets de 2017. Però la veritat és que els estudiants indepes a la UAB no van aconseguir aturar ni la Facultat d'Humanitats, hereva de la Facultat de Lletres, que havia arribat a ser un baluart d'Herri Batasuna a Catalunya als anys 1980.Vaig tornar a Barcelona ciutat després de fer classe, i una mani creuava la Diagonal, però eren quatre gats. La resta de manifestacions han estat molt poc concorregudes. Tot això es va apagant, i el caçador torna capcot cap a casa sense haver cobrat cap peça. Cap ni una. Autocrítica? Demanar perdó? Deixar-los de votar? Ca!!!

Almenys els altres potser ara podrem esperar la tardor amb pau i tranquil·litat, i gaudir-ne com una de les millors estacions de l'any.