sábado, 19 de marzo de 2022

"Delirio Americano", de Carlos Granés: un libro extraordinario

Cuando Roberto Bolaño escribía sobre la literatura Nazi en América, uno pensaba que exageraba. Sin embargo, en el largo Siglo XX latinoamericano, que va según Carlos Granés desde la Guerra de Cuba hasta la muerte de Fidel Castro en 2016, no ha escaseado el flirteo de intelectuales y artistas con las peores tendencias del pensamiento político, incluyendo el nazismo.

“Delirio Americano” es un largo ensayo lleno de párrafos poderosos, que se convierte en algo difícil de soltar hasta que se llega a la página final. Uno no hubiera pronosticado que una indagación sobre la relación entre el arte y la política, de más de 500 páginas, sería uno de los libros a leerse de pe a pa fuera de los períodos vacacionales. Pero así ha sido, por lo menos para mí. Desde el esquema inicial representando gráficamente las distintas tendencias artísticas y políticas, hasta las últimas páginas sobre la muerte de un Fidel Castro que sale totalmente desmitificado, la riqueza de conocimientos que transmite el libro no deja de sorprender.

Y es que en el libro de Granés, uno no sólo se empapa de las peripecias de artistas de todo pelaje y las tendencias políticas en medio de las que vivieron y fueron protagonistas, sino que uno encuentra material de sobras que interpela a cualquiera preocupado por las derivas políticas del día de hoy. En un ejercicio de justificable presentismo, el autor explica gran parte de los “delirios” de políticos y artistas en América Latina hasta el día de hoy en el contexto de las tendencias nacionalpopulistas e identitarias que sacuden nuestras sociedades, y dañan a la democracia y el progreso económico por igual. Estas tendencias no serían algo especialmente reciente, sino que hundirían sus raíces en fenómenos que nacieron a finales del siglo XIX cronológico, y que han tenido fases democráticas y fases totalitarias, dependiendo de lo que permitían los condicionantes de cada momento.

Juan Gabriel Vásquez afirmó en un artículo en El País sobre el libro de Granés que “la exuberancia y la desmesura que son fértiles cuando se habla de literatura o de artes plásticas resultan nocivas —sí, delirantes— en el universo de la política”. Pero ese deambular entre la creación y la realidad política es lo que permite al autor compaginar un retrato del populismo, que supera incluso el de expertos como Federico Finchelsein o Jan-Werner Müller, que son los mejores que yo había leído hasta ahora.

Ese populismo identitario (con sus fuertes rasgos nacionalistas y soberanistas) que ha despreciado ya sea las formas o el espíritu de la democracia, según la época, ha tenido expresiones de izquierdas y de derechas, y de ambas a la vez. Granés sitúa el gran error del populismo de izquierdas latinoamericano en haberse alejado de la socialdemocracia europea. También podría decirse que la contingencia impidió tomar otras rutas, como la ruta de la integración que sí tomaron los vecinos del Norte, como explica Joshua Simon en un interesante ensayo. Quien sabe si otro gallo hubiera cantado, pero lo cierto es que no se pueden hacer experimentos con la historia, que sólo transcurre una vez.

El nacionalpopulismo español sale mencionado varias veces en el libro, y no por la vía fácil de circunscribirlo a VOX (una extrema derecha perfectamente transparente), sino por la más interesante de hablar de dos grandes creaciones populistas de la España reciente, Podemos (con sus referentes bolivarianos y peronistas) y el separatismo catalán. Este último aparece mencionado hasta en cuatro ocasiones, siendo comparado con varias dimensiones del nacionalpopulismo latinoamericano.

Si una paradoja tiene el libro es la de pensar que América Latina es algo especial, como si hubiera una maldición, y lamentarse por no poder disfrutar de algo entre el liberalismo y la socialdemocracia. Se podría decir que el mismo Granés cae en el error que denuncia, el de creer que la región tiene algo especial, cuando quizás se podrían escribir libros parecidos sobre la India, sobre Rusia o sobre el mundo entero. Y en todos ellos se podría al mismo tiempo dejar un poco más abierta la puerta a la esperanza. El autor del libro la abre muy poco, mencionando a creadores y políticos que han defendido la razón y la democracia, pero el tono es más de excepción, de voluntarismo esperanzado, que de constatación de que los mimbres para un futuro digno están en todas partes.

Hacían falta 517 páginas de erudición y brillantez para describir y definir con precisión algo tan complejo y eficaz, a la vez que improductivo, como el nacionalpopulismo, fruto de la evolución humana, y de ensayar y errar con creaciones y proyectos políticos de todo pelaje. Y esas 517 páginas las ha escrito Carlos Granés.


sábado, 12 de marzo de 2022

Todos los nacionalpopulismos son distintos, pero se parecen

Todos los nacionalpopulismos son distintos: no es lo mismo uno con capacidad nuclear, que otro que apenas sueña con instrumentalizar los Mossos d’Esquadra. No es lo mismo uno que es heredero nostálgico del franquismo, que otro que lidera un grupo étnico-religioso de cientos de millones de personas en la democracia más poblada del mundo. 

Pero, como ha escrito Salvador Enguix, ahora (movilizados por la atrocidad de los ataques y la huida de la población en Ucrania) se trata de poner coto a quienes sueñan con una ficción (en Rusia, España, Francia o Italia) que, "de hacerse realidad, destruiría el progreso y legitimaría la extensión" en el viejo y en otros continentes "de perfiles como el de Vladimir Putin".


Por eso (para no olvidar el tipo de sociedad que se impondría si triunfase el nacionalpopulismo armado), creo que puede ser útil recordar de vez en cuando qué tienen en común los distintos nacionalpopulismos:

HISTORIA. El pasado no es un espacio a analizar objetivamente y del que extraer conclusiones, sino un campo de batalla que se utiliza movilizando carros de combate, atribuyendo victorias y heroicidades, o derrotas injustas, a los “nuestros” y deshumanizando a los “otros”.

SOBERANÍA. Se trata de reclamar el poder absoluto en un territorio, como si no estuviéramos más interconectados que nunca, y nuestros problemas sociales no necesitaran de una actuación coordinada y cooperativa. Olvidar las interconexiones (entre otros motivos) lleva una y otra vez al nacionalpopulismo al fracaso económico, pensando que todos los problemas son un juego de suma cero en lugar de un juego de suma positiva. Y cuando se admite que el juego no es de suma cero, se piensa que la realidad es un simple juego de dos jugadores con estrategias binarias para cada jugador, donde el “otro” al final va a ceder ante el temor de “nuestras” (ya sea las de Putin o las más modestas de Ponsatí) capacidades.

LENGUA. Se justifican actuaciones para proteger de reales y supuestos ataques a quienes hablan un idioma en particular, como si la única identidad importante fuera la lingüística, asociando una lengua a una bandera y a un territorio, como si las lenguas no cruzaran fronteras, como si no hubiera personas plurilingües, o como si las personas no nos identificáramos con muchas otras dimensiones, a veces más importantes que el idioma. Se promueve la solidaridad etno-nacionalista (si no es la lengua, puede ser la religión, o la raza) por encima de la solidaridad de clase, o simplemente la solidaridad humana. El mundo se convertiría si fuera por ellos en una guerra de banderas, idiomas e himnos nacionales, o religiones y razas en busca de espacio vital. En nuestro continente, conocemos la alternativa a todo eso: es el sueño federalista europeo de Altiero Spinelli, al que nos acercamos crisis a crisis porque cada vez hay más gente que se da cuenta de la catástrofe a la que conduce el nacionalpopulismo.  Ser leal a ese ideal es hoy respetar el marco europeo, empezando por las leyes e instituciones perfectamente homologadas de sus estados-miembro, como España.

DEMOCRACIA. A diferencia del fascismo, del que hereda algunos rasgos, el nacionalpopulismo acepta las formas democráticas (es decir, acepta la derrota del fascismo), pero sólo se toma en serio la democracia en su vertiente electoral o plebiscitaria (sobre todo ésta), arrasando si hace falta con las reglas, las leyes, las normas internacionales y las convenciones. Y con la discusión razonada, la deliberación, la búsqueda de consensos. Como cuenta Carlos Granés en “Delirio Americano” (pág. 298) el populista ecuatoriano del siglo XX Velasco Ibarra, escribió en 1938 que “El político que ante un conflicto de hecho entre la ley y el vigor moral biológico del grupo viola la ley para salvar el grupo, no es un político arbitrario ni contradice al pensador, sino que es simplemente un político realista, cumplidor de su misión, valiente y humano”, y añade Granés que esto es “algo similar a lo que en 2017 dijo otro de su estirpe, el populista catalán Carles Puigdemont, para quien las leyes no podían estar por encima del sentimiento de las nuevas generaciones”. De modo parecido, se les llena la boca de la palabra libertad (o en el colmo del abuso, de “desnazificación”, cuando el objetivo es un presidente electo judío), pero ello no es incompatible con hacerle la vida imposible a las personas discrepantes (habitualmente caracterizadas como traidoras, "botiflers" en Cataluña, "quislings" en Escocia), ya sea a través de linchamientos en las redes sociales, “fatuas” o, en caso extremo, mediante polonio. Se proyectan liderazgos caudillistas, casi siempre masculinos, que se dice que van más allá de los partidos y otros intermediarios. El líder es más importante que las instituciones, el líder representa al pueblo, y está legitimado para tomar decisiones más allá de las reglas aceptadas, reconocidas y homologadas.

VICTIMISMO. Los “nuestros” son víctimas de los “otros” (porque el mundo se divide entre “ellos” y “nosotros”) y tenemos derecho a defendernos y a reaccionar, generándose una inevitable polarización social de estás conmigo o estás contra mí. El síndrome del "whataboutismo" es una consecuencia lógica de esta polarización identitaria. Como lo es que se genere una amplia capa protectora, que tapa la corrupción de "los nuestros". Esto puede generar dinámicas donde se pierde el sentido del ridículo, como aquel independentista catalán que gravó hace pocos días un vídeo ante un cuartel de la guardia civil en Girona explicando que Cataluña era víctima de una ocupación por parte de España, como Ucrania lo era por parte de la Rusia de Putin. Pequeños detalles sin importancia (como que España es un estado-miembro de la Unión Europea, a la que Ucrania quiere sumarse, o que Girona es una de las zonas del mundo donde se vive mejor, o que ahí el catalán es el primer idioma, protegido y oficial) no iban a impedir que este caballero hiciera exhibición de su ignorancia.


VERDAD. Ésta es algo relativo, que se puede manipular a gusto. Antes cuando se pillaba a alguien mintiendo, éste rectificaba o se callaba. Ahora, como dijo Obama en un célebre discurso en Sudáfrica, éste sigue mintiendo. Esto se puede aplicar al país de nacimiento del ex presidente de Estados Unidos, o a la supuesta aceptación inmediata de una Cataluña independiente en la UE. A la relativización de la verdad contribuyen medios de comunicación, incluso de titularidad pública, convertidos en burdos instrumentos de propaganda.

VIOLENCIA. Por todo lo anterior, el uso de la violencia puede llegar a estar justificado, para defender a los “nuestros”, al “pueblo”. Esta justificación puede ser abierta y dramática, como en el caso de ETA o de Putin, o puede ser implícita y sutil, como cuando se dice que “harían falta muertos” o que “hay que controlar el territorio”. Esta violencia por lo general se dirige a intentar trazar nuevas fronteras, para tener un espacio donde meter y supuestamente proteger a nuestro “pueblo” y desalojar a los demás, como ya se ha hecho trágicamente en la historia de Europa, por ejemplo y precisamente en Ucrania (donde ciudades como Lviv en la región de Galitzia llegaron a cambiar de estado en ocho ocasiones). Como nos recordó hace poco en un discurso brillante el embajador de Kenia en la ONU, es hora de que en lugar de crear nuevas fronteras (siempre discutibles y provisionales), nos dediquemos a cooperar por encima de las existentes.

Algunos se creen muy cultos porque gozan de posiciones de respetabilidad en sus sociedades, ya sea en Inglaterra, en la India, en Hungría o en Cataluña, y es verdad que aborrecen de la violencia, pero su trasfondo intelectual y moral es tan paleto como el del sátrapa que está invadiendo Ucrania. 


martes, 1 de marzo de 2022

Les paraules de Martin Kimani, Ambaixador de Kenia a l'ONU/ Las palabras de Martin Kimani, Embajador de Kenia en la ONU

UNA NOSTÀLGIA PERILLOSA (Traducció al català d'una selecció del discurs de Martin Kimani, Ambaixador de Kenia a l'ONU, en el debat sobre la invasió d'Ucraïna per l'exèrcit rus)

Kenya i quasi tots els països africans van néixer amb el final dels imperis. Les nostres fronteres no les vam dibuixar nosaltres. Van ser dibuixades en llunyanes metròpolis colonials, com Londres, París o Lisboa, sense cap atenció a les velles nacions que quedaven separades.

Avui, als dos costats de les fronteres de cada país africà hi viuen els nostres compatriotes, amb els quals compartim vincles històrics, culturals i lingüístics profunds. Si haguéssim triat en temps de la independència aconseguir estats sobre la base de l’homogeneïtat ètnica, racial o religiosa, encara avui, totes aquestes dècades després, estaríem lluitant en guerres sagnants. Pel contrari, vam acordar que acceptaríem les fronteres que vam heretar, però que treballaríem per la integració política, econòmica i legal de tot el Continent. En comptes de formar nacions que mirin cada vegada més enrere en la història amb una nostàlgia perillosa, vam triar mirar cap endavant cap a una grandesa que cap de les nostres nacions i els nostres pobles havia conegut mai.

Hem de completar la nostra recuperació de les brases dels imperis morts de manera que no ens llenci de nou cap a noves formes de dominació i opressió. Vam rebutjar l'irredemptisme i l'expansionisme de qualsevol mena, incloent factors ètnics, racials, religiosos o culturals. Els rebutgem avui de nou. 

UNA NOSTALGIA PELIGROSA (Traducción al castellano de una selección del discurso de Martin Kimani, Embajador de Kenia en la ONU, en el debate sobre la invasión de Ucrania por el ejército ruso)

Kenia y casi todos los países africanos nacieron con el fin de los imperios. Nuestras fronteras no las dibujamos nosotros. Fueron dibujadas en lejanas metrópolis coloniales, como Londres, París o Lisboa, sin ninguna atención a las viejas naciones que quedaban separadas. 

Hoy, a ambos lados de las fronteras de cada país africano viven nuestros compatriotas, con los que compartimos vínculos históricos, culturales y lingüísticos profundos. Si hubiéramos elegido en tiempos de la independencia conseguir estados basados en la homogeneidad étnica, racial o religiosa, todavía hoy, todas estas décadas después, estaríamos luchando en guerras sangrientas. Por el contrario, acordamos que aceptaríamos las fronteras que heredamos, pero que trabajaríamos por la integración política, económica y legal de todo el Continente. En vez de formar naciones que mirasen cada vez más atrás en la historia con una nostalgia peligrosa, elegimos mirar hacia delante hacia una grandeza que ninguna de nuestras naciones y nuestros pueblos había conocido jamás.

Tenemos que completar nuestra recuperación de las brasas de los imperios muertos de manera que no nos lancemos de nuevo hacia nuevas formas de dominación y opresión. Rechazamos en su momento el irredentismo y el expansionismo de cualquier tipo, incluyendo los factores étnicos, raciales, religiosos y culturales. Los rechazamos hoy de nuevo. 

Discurs en anglès/Discurso en inglés: