Hace unos días, la activista e intelectual palestina Hanan Ashrawi nos preguntaba si podríamos comer, beber y celebrar en estas fechas, sin pensar en la infancia de Gaza y todas las personas reiteradamente desplazadas de sus casas destruidas. No podemos escondernos ante lo que personas mucho más informadas y moderadas que yo, han llamado genocidio y limpieza étnica: el intento sistemático de eliminar o desplazar de un país a una parte de la población.
Hay que hacer el esfuerzo de imaginarse lo que sería que la mayoría de habitantes de Barcelona tuviera que dejar su hogar y deambular hacia ninguna parte para no regresar nunca, sin comida, sin higiene, dependiendo de una ayuda humanitaria que apenas puede llegar porque los ataques no se detienen. Todo ello como castigo a las acciones injustificables de un grupo terrorista, del cual las niñas y niños y cientos de miles de civiles no tienen ninguna responsabilidad.
En Gaza se concentran los crímenes y errores del nacionalismo, las consecuencias de no haber tomado otras rutas cuando estas eran posibles. Mientras tanto, el apartheid de facto de Cisjordania no se detiene, sino que se agrava. Nos imaginamos que el drama diario que se narra en el fantástico libro “Un día en la vida de Abed Salama”, es ahora todavía mucho peor. Los colonos de Cisjordania, ya cientos de miles de ellos, no se van a ir, y cuentan con el apoyo del ejército y del gobierno israelí, integrado entre otros por exponentes del peor fanatismo religioso y fascista.
La solución de los dos estados se sigue esgrimiendo como sinónimo de algún proceso de paz y diálogo entre israelíes y palestinos. Pero esa solución concreta está hoy más lejos que el 7 de octubre. La realidad es la de un solo estado, al que hay que exigirle lo mismo que se exige a cualquier estado: el respeto a los derechos humanos y a la dignidad humana. Los activistas pacifistas más lúcidos, sin renunciar a lo que se considera sinónimo de “paz”, ya hablan de solución de los dos estados 2.0: como la Unión Europea, Israel y Palestina deben aspirar a vivir uno junto al otro, con libertad de movimientos y cooperación. Van a tener que compartirlo casi todo, empezando por la capital. Pero dentro de la Unión europea no hay muros, ni fronteras, y hay un Parlamento común, y un Banco Central, y todas las personas trabajadoras tienen los mismos derechos. Se puede ir desde Cádiz a Helsinki sin que nadie te pida ni un papel. Y no se puede hacer lo mismo de Ramala a Jerusalén, apenas separados por unos pocos kilómetros.
¿Seguro que el futuro es convertir el infernal muro actual en una frontera reconocida internacionalmente? En el nuevo libro de Levitsky y Ziblatt (“La tiranía de la minoría”, continuación de “Cómo mueren las democracias”) se lamentan de las dificultades en Estados Unidos de construir una democracia multi-racial. No se entendería que lo que deseamos para los países occidentales no lo deseáramos para otros. ¿Por qué condenar a los demás a vivir en etnocracias cerradas? ¿Seguro que eso lleva a la paz?
Qué se puede hacer (o qué se puede exigir que se haga): frenar la guerra de Gaza y reconstruir la franja bajo la supervisión de una fuerza internacional, apoyar a los pacifistas y a los grupos multi-raciales, presionar por la caída de Netanyahu y contra las violaciones de los derechos humanos, trabajar por la solución 2.0 a medio y largo plazo…
A los miembros del gobierno de Netanyahu, empezando por él mismo, hay que tratarlos como se trató al final al gobierno del apartheid en Sudáfrica. Y si se puede, explorar la posibilidad de unir el Medio Oriente con apoyo europeo y de Estados Unidos a medida que se cumplan avances en los derechos humanos, mientras se erosiona la influencia de Hamas y el gobierno iraní (lo que no se consigue generándoles apoyos mediante el bombardeo sistemático).
Los israelíes tienen que aceptar que tienen que compartir el pequeño pedazo de territorio en el que viven. Los palestinos tienen que aceptar que no alcanzarán una tierra para ellos del Mediterráneo al Jordán, aunque sea comprensible que algunos vean con desconfianza el apaciguamiento con quienes ellos asocian a sus hostigadores diarios.
Sí hay alternativas a limitarse a hacer proclamas por la desprestigiada solución de los dos estados. No podemos resignarnos a tratar las instituciones existentes como las únicas posibles, cuando disponemos de la tecnología, los conocimientos y los recursos, para explorar combinaciones que nos pueden llevar a salir del infierno actual. No se trata de dividir la tierra (y la Tierra), se trata de compartirla.
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