Hay ideas que suenan bien, pero que son un desastre si llegan a aplicarse. Se cumplen ahora 6 años del referéndum del Brexit, una mentira organizada que ilustra a la perfección que el soberanismo nacional, lejos de ser la quintaesencia de la democracia, es una forma de falsearla.
Pero desde la izquierda a menudo se es vulnerable a los atajos que propone la soberanía nacional, en un momento en que nos enfrentamos a grandes retos que van mucho más allá de las actuales fronteras. El líder político francés Melenchon, según un acertado Xavier Vidal-Folch, adopta actitudes de rechazo a la federalización de Europa. El presidente electo colombiano Petro en el pasado mostró su simpatía por el independentismo catalán (aunque es probable que ahora que necesita mostrar su rostro razonable y moderado, no volverá a cometer el mismo error). Incluso el célebre economista Piketty, que apoya un socialismo federalista, realiza contorsiones en su último libro y aboga por un soberanismo universalista que confusamente no descarta acciones unilaterales.
En España, la izquierda del PSOE compite y a veces coopera con el nacionalpopulismo catalán en el espacio soberanista, y abraza con éste proyectos que mezclan la idea de “recuperar control” con una retórica progresista, por ejemplo con su obsesión por crear operadores públicos en entornos competitivos o que gozan de una regulación razonable (que hay que centrarse en mejorar).
En el terreno económico el soberanismo catalán, en un contexto europeo y de agravamiento de problemas globales, ha demostrado el daño que puede causar, con fugas de empresas y pérdida de oportunidades de inversión, como ocurrió antes en Quebec. La reciente obsesión de parte del independentismo con las criptomonedas no es más que la última apuesta fracasada del separatismo económico y financiero. Tras devaluar las instituciones existentes hasta límites impensables, quedan lejos las proclamas de economistas bien pensantes que veían la independencia como una oportunidad para crear instituciones ejemplares.
El control de nuestros destinos y la dignidad no se consiguen con más nacionalismo ni saltándonos las reglas. La única salida de izquierdas factible al trilema de Rodrik es globalización con democracia, porque no podemos prescindir de la primera y no queremos prescindir de la segunda.
Hay alternativas a la vía muerta del soberanismo: federalismo, reformismo, multilateralismo, pero tienen que ser alternativas efectivas. Y tienen que ser defendidas con convicción como herramientas útiles que sirvan a las nuevas generaciones para afrontar con justicia la transición hacia un Planeta próspero y sostenible.
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