(La secuela de este post puede leerse en el artículo que publiqué en enero de 2022 en Agenda Pública, La "Esperanza Boric" desde una perspectiva europea)
He vuelto por cinco días a uno de mis países, Chile. Es difícil en 5 días, tras algunos años mirando de reojo lo que ocurría ahí, hacerse una idea cabal de lo que está aconteciendo, entre la primera y segunda vuelta de una elección presidencial decisiva. Pido disculpas por ello si mi análisis parece superficial o apresurado.
He participado en Santiago en un evento (el Foro de la Economía del Agua) sobre un tema (la regulación del agua) que se va a ver afectado por el resultado de la elección presidencial y donde se habló de la delicada intersección entre política y economía. No en vano, la regulación y los derechos de propiedad han sido un tema clave en el llamado “modelo chileno”.
Una interpretación de los resultados de la primera vuelta en Chile sería que el país vive inmerso en una tremenda ola populista. Tres populismos han copado los tres primeros puestos: el populismo plutocrático de Kast (un candidato que iba a ocupar un nicho de agitación cultural de extrema derecha y que de repente se ve con posibilidades de ser presidente); el populismo de izquierda de Boric (aunque no se parece físicamente, en términos españoles sería más cercano a Errejón que a Iglesias); y el populismo anti-política del sorprendente tercer clasificado, Parisi, un economista mediático de dudosa reputación que ni siquiera pisó el país durante la campaña porque tiene pendiente un litigio sobre el pago de pensión a sus hijos. El rol de este oscuro personaje subastando sus votos (y la “disciplina” de sus heterogéneos votantes) puede ser un aspecto clave de la segunda vuelta. El nombre de su formación por sí solo, "Partido de la Gente", lo debe catapultar a lo más alto de los indicadores sintéticos de populismo. Por la izquierda también hay un "Partido del Pueblo", en una sopa de siglas y letras que tiene poco que envidiar a la política italiana.
Sin embargo, los resultados no se pueden entender sin ponerlos en un contexto muy complejo, que arranca del estallido social de 2019, y prosigue con la salida que se le da al mismo en forma de elaboración de una nueva Constitución a través de una asamblea constituyente (formada mayoritariamente por personas alejadas de la vieja política, pero que el semanario The Economist intentó ridiculizar como “theater of wokeness”), que está realizando sus trabajos en paralelo a la elección de cargos contemplados en la constitución a reemplazar (no solo la presidencia, sino también congresistas y senadores de las cámaras tradicionales, mayoritariamente de los “viejos” partidos). La convivencia entre lo viejo que hace esfuerzos por adaptarse y lo nuevo pero inestable y experimental, aunque para muchos esperanzador, explica mucho de lo frágil que es cuanto acontece hoy en Chile.
La reputación exterior del modelo chileno y su supuesta solidez han sido cuestionadas a raíz del estallido social de 2019, que ha resaltado las enormes desigualdades sociales que esconde un esquema de protección a cualquier precio de los derechos de propiedad privada. Una oligarquía fuerte, desvergonzada e ideologizada, hoy podría estar recurriendo al populismo plutocrático, como lo hace el Partido Republicano (así se llama también el partido de Kast) de USA, porque sus posiciones reales y transparentes están lejos de las del votante mediano (el que decide las elecciones cuando hay dos candidaturas). Kast y la derecha necesitan hacer saltar la dimensión izquierda-derecha mediante batallas culturales (miedo a la inmigración, la inseguridad, etc.), y el marco de incertidumbre propiciado por el estallido social y la pandemia le han facilitado algo las cosas.
He hablado con personas (¡muchas gracias por su hospitalidad!) que no son una muestra representativa, pero que incluyen las 3 opciones de la segunda vuelta (votar por Boric, hacerlo por Kast o no decantarse por ninguno de los dos). Aunque las encuestas dan una exigua ventaja a Boric, todo puede ocurrir. El candidato izquierdista ha incorporado a economistas de centroizquierda, como Eduardo Engel (impulsor del Think Tank Espacio Público), para revisar su programa económico. La abstención (muy elevada en la primera vuelta), los oscuros movimientos de Parisi y la credibilidad del acercamiento de Boric al anteriormente demonizado centroizquierda, pueden ser claves.
Chile necesitará como cualquier sociedad un estado fuerte y capacitado en el mundo de la desigualdad y el cambio climático. También necesitará inversiones para precisamente mitigar y adaptarse a los cambios. La perfecta (y diría que justificadamente masiva e invasiva) organización de planificación estatal sanitaria en el aeropuerto con motivo del COVID-19 y durante la estancia de los visitantes extranjeros es un ejemplo de que puede hacerlo. La vieja retórica del estado mínimo centrado en la protección de los derechos de propiedad de la Escuela de Chicago, es disonante con la nueva realidad. Pero la alternativa tiene que basarse en un proyecto económico realista, que explore todas las posibilidades de crecer de forma inclusiva y respetando el medio ambiente.
En el largo vuelo de regreso he leído con emoción “Los dos funerales del Presidente Allende”, del democratacristiano Jorge Donoso Pacheco, quien fue encargado por el gobierno del entonces presidente Patricio Aylwin en 1990 de organizar el traslado a Santiago desde Viña del Mar de los restos mortales del presidente derrocado en 1973 por el golpe militar de Pinochet. La democracia cristiana se había opuesto a las políticas de la Unidad Popular, pero colaboró con el Partido Socialista heredero de Allende para devolver la democracia a Chile y para construir los primeros gobiernos tras la dictadura (pero todavía bajo la atenta mirada de “enclaves” que incluían al ex dictador armado como senador vitalicio). El “segundo funeral” de Allende fue un gran acto de reconciliación y de reparación con la memoria del ex presidente y sus compañeros de partido, muchos de ellos desaparecidos, torturados, asesinados o exiliados en la dictadura militar. Pese a ello, y pese a ser organizado ya por una presidencia democrática en un contexto de libertad, donde las violaciones de los derechos humanos de los años anteriores ya no eran un secreto, el acto fue criticado y boicoteado por la derecha que hoy representa y reivindica desvergonzadamente Kast.
El representante del PS en ese funeral, sin embargo, Jorge Arrate, pronunció unas palabras conciliadoras sobre Allende: “…los socialistas de Chile queremos hacer de su herencia democrática, libertaria y justiciera, un motivo de futuro y no una herida de sangre interminable. Queremos que su mensaje sea fuerza reconstructora, de progreso y justa convivencia; queremos que el recuerdo de su coraje y su nobleza sirva para cicatrizar las dolientes heridas de este Chile que amó con pasión y al que consagró su vida.”
Son comprensibles las dudas sobre el programa económico de Boric. Y mucho tendrá que trabajar para aterrizarlo en la realidad. No pueden surgir dudas sin embargo sobre la dimensión ética de impedir democráticamente que el candidato presidencial de la derecha más cercano a Pinochet y a la ultraderecha desde los años 1980, gane la segunda vuelta.
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