viernes, 5 de febrero de 2021

Cataluña necesita grandes empresas

La confluencia de las dos almas del independentismo (la comunitarista y la neoliberal) en ocasiones tiene consecuencias letales para la economía catalana. Ambas almas cruzan las fronteras de los partidos, y a veces aparecen flashes de ellas en la misma persona, especialmente en algunos exponentes de JxCAT. El alma comunitarista pretende resolver el trilema de Rodrik (entre globalización, soberanía nacional y democracia, hay que elegir dos), rechazando la globalización. El alma neoliberal lo resuelve rechazando la democracia, no explícitamente por supuesto, pero sí como consecuencia de priorizar la atracción de factores de producción, acercando para ello el modelo al de un paraíso fiscal si hace falta, como denuncia Piketty en su libro “Capital e Ideología”, que tiene un capítulo titulado “La Trampa de la Identidad”, donde habla de Cataluña. En 2017, a los comunitaristas les importó poco que las astucias de los neoliberales (confiados en que el capital iba a aplaudir sus bromas con el estado de derecho) terminaran con miles de empresas enviando su sede social fuera de Cataluña, entre ellas algunas de las principales empresas catalanas, como Banco Sabadell, Bancaixa o Planeta.

En la actual campaña electoral, la CUP dice que los fondos Next Generation EU no deben implicar a ninguna gran empresa, y la candidata Borràs de JxCAT dice que prohibirá la contratación con empresas del Ibex-35. Todo ello en el marco de una gran confusión y en medio de contradicciones, porque en los planes que el gobierno catalán ha presentado, en plena campaña electoral y sin concertar con agentes sociales y ayuntamientos, para los fondos Next Generation EU, sí aparecen proyectos que implican a empresas del Ibex-35.

El PIB per cápita de la Unión Europea (medida en los 27 países tras la salida del Reino Unido) superó al de Cataluña en 2019. En concreto, el de la UE fue de 31.160 euros, mientras que el de Cataluña fue de 31.119 euros por habitante. Según Javier G. Jorrín, El valor añadido del sector manufacturero desde 2016 a 2019 creció algo menos de un 4%, cifra que está muy lejos de la media nacional, del 7%, y de otras regiones líderes en la industria. Por ejemplo, la producción de la industria manufacturera navarra creció casi un 15% en este periodo, la madrileña, un 9,5% y la vasca, un 7%. Hemos perdido, en 10 años, el 2% de población ocupada en el sector industrial debido al cierre o traslado de empresas a consecuencia de la falta de apoyo económico y de políticas de impulso a la industria de los gobiernos independentistas. En 2010, la población ocupada en el sector industrial era 19'3%, hoy el 17'5%. Más de 6.000 trabajadores perdieron su empleo en despidos colectivos el 2019, cifra que casi multiplica por tres los afectados el año anterior. El número de trabajadores afectados por algún expediente (extinción, suspensión o reducción de jornada) se eleva hasta los 10.059 en 2019, casi el doble que en 2018 (5.631). El sector industrial de la automoción es uno de los más afectados. La Inversión extranjera de 2020 (1.684M € a falta del último trimestre) ha caído a los niveles de 2012, la más baja de la última década con 2.729M €. Estas cifras son del Idescat, la oficina oficial de estadística de la Generalitat. Por supuesto, es difícil establecer causalidad, pero las tendencias son preocupantes.

Cataluña necesita empresas pequeñas, medianas y grandes. Necesita empresas públicas, privadas y cooperativas. Como se explica en el e-book “La Economía” con el que cada vez se enseña más economía en nuestras facultades, si un marciano viniera a la Tierra, no vería un enorme mercado manchado por pequeños puntos llamados empresas, sino que vería unas grandes, pequeñas y medianas manchas llamadas empresas conectadas por unos vínculos de mercado entre ellas, y con los consumidores. Las empresas son una parte fundamental de nuestra economía y de nuestra sociedad, es donde conviven personas trabajadoras, desarrollan cuando pueden sus proyectos de vida y construyen una identidad y una auto-estima. Las sedes de grandes empresas, además, suelen implicar una externalidad positiva para el territorio que las acoge, que incluye pero va más allá de la recaudación impositiva.

La gran empresa está en cambio, precisamente por la globalización y por la irrupción de las nuevas tecnologías, que flexibilizan la cadena de valor y que diluyen las fronteras de la organización. Y en algunos casos, por desgracia demasiado poco frecuentes de momento en nuestro país, está también en proceso de realizar una cierta autocrítica, por su contribución a “males públicos” cono la desigualdad o la degradación medioambiental. La solución obviamente no es la fobia a las empresas, sino el debate público y el impulso a nuevas ideas que permitan que nuestras empresas contribuyan a una sociedad mejor.

En conjunto la distribución de empresas por tamaños en España es un lastre para la productividad de la economía; los datos por países y para España muestran claramente que la productividad media crece con el tamaño y en España la proporción de empresas con 50 o menos trabajadores es considerablemente más alta que en los países de más productividad como Alemania, Francia y el conjunto de países del norte de Europa.

Ahora bien, no se puede decir que haciendo a la empresa grande por alguna vía administrativa se va a mejorar la productividad. La causalidad probablemente va de la productividad al tamaño, y no al revés. Pero sería un error frenar en un territorio proyectos de empresas que han llegado a ser grandes, cuando precisamente hay un déficit de grandes empresas. Para articular políticas de concertación empresas-gobiernos, las empresas grandes que lo son por su demostrada eficiencia serán en general un buen socio, especialmente cuando se trata de articular planes en un período relativamente corto de tiempo y con urgencia.

Los administradores públicos deberían facilitar las cosas a empresas que estén dispuestas a aportar proyectos que beneficien a la gente que vive en el territorio, y que respeten la concertación social y la labor sindical. Y a cualquier empresa que sea capaz también de impulsar proyectos interterritoriales.

No nos hagamos más daño.

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