Los costes y beneficios de la secesión de una
región relativamente rica como Cataluña no pueden desvincularse de la
cuestión del federalismo europeo. Por federalismo europeo me refiero
aquí a la adopción de mecanismos de decisión comunes y democráticos (y
no tecnocráticos) aplicados a una selección de políticas, en la línea de
la propuesta de una cámara presupuestaria para los países de la zona euro de Thomas Piketty. Eso implicaría eliminar de facto las fronteras a los efectos de estas cuestiones.
Un artículo escrito por el economista Rodríguez Mora y sus coautores
ilustra el "efecto frontera" en el comercio internacional: si Cataluña
se separase y se crease una nueva frontera, los intercambios con el
resto de España descenderían a un nivel similar al de Portugal con
España. En este artículo se calcula que el coste de esta disminución del
comercio podría alcanzar el 9 % del PIB, que es más que el déficit
fiscal que Cataluña supuestamente dejaría de sufrir respecto al resto de
España. También encuentran que el efecto frontera es en general
considerable entre pares de países europeos, incluso en el contexto del
mercado único y la unión monetaria.
Los críticos con este planteamiento han argumentado que una reducción
de tal magnitud en el comercio entre Cataluña y el resto de España
necesitaría mucho tiempo, e incluso en el largo plazo es difícil
imaginar que los españoles perderían de tal modo la capacidad de
interactuar con los catalanes (que hablan español y que no tienen
ninguna razón personal para no comerciar con los españoles), y que
cualquier disminución se vería compensada por el aumento del comercio
con otros países, presumiblemente europeos.
Pero el comercio no es algo que simplemente sucede, sin ningún tipo de
condiciones institucionales previas. Si la reducción progresiva de los
intercambios con el resto de España se tiene que ver compensada por un
aumento del comercio con el resto de la UE, ello significa (a menos que
uno piense que el comercio carece de mecanismos que lo sustentan) que
las relaciones con el resto de la UE tendrán que reforzarse mediante
instituciones como las que facilitan la densidad del comercio que
Cataluña ha mantenido con el resto de España a lo largo de siglos. En
España, estas instituciones han incluido una lengua, aranceles comunes,
una moneda, un ejército, migraciones, una liga de fútbol, canales de TV,
grandes empresas comunes, canciones, chistes, amistades y proyectos
culturales comunes. Con Europa, no tienen por qué ser exactamente los
mismos mecanismos, pero serán necesarias algunas instituciones comunes
más allá de las ya existentes (y más allá de la Liga de Campeones), y
parece razonable esperar que la UE proporcione la plataforma de despegue
para ellas. Es plausible pensar que Cataluña puede aprovecharse
gratuitamente de algunas instituciones y disfrutar de sus beneficios sin
ser miembro de la UE, aunque algunos de los beneficios son difíciles de
disfrutar sin ser un Estado miembro (los programas de subvenciones, la
política de defensa de la competencia, el crédito bancario). Parece más
probable que, para gozar de los beneficios comerciales de un mercado más
integrado, a Cataluña se les pida que contribuya a sus costes,
suponiendo que todos los demás Estados miembro acepten al nuevo país
después de la secesión.
(El texto completo de este artículo puede leerse aquí, en Agenda Pública).
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