viernes, 22 de septiembre de 2017
Barcelona no es Caracas
Quizás estoy totalmente equivocado, pero creo que estoy menos preocupado y tengo menos miedo que algunas personas a mi alrededor. Espero no ser víctima de la paradoja del avestruz, de la que habla Josep Oliver en su último artículo en El Periódico. De todas formas mi tranquilidad es relativa, y se basa en la creencia de que nada fundamental va a ocurrir con nuestra vida cotidiana en el corto y medio plazo... mientras la Unión Europea siga en pie. Los intentos de escenificar un "Maidán" en las calles de Barcelona por parte de los dirigentes independentistas son voluntariosos, pero tienen sus limitaciones. Los turistas de momento lo ven como parte del paisaje, como se acostumbran a las procesiones de Semana Santa pese a sus rasgos peculiares. No deseo minimizar la importancia de las mobilizaciones, que muy astutamente se benefician del desprestigio de un gobierno español conservador e inmobilista. Ni tampoco quiero minimizar la gravedad de algunos episodios de intolerancia (hoy tenemos que decir, por ejemplo, YO TAMBIÉN SOY JOAN MANUEL SERRAT) y de violencia de baja intensidad que se han vivido, aunque no son nuevos, sino que de hecho muchos socialistas catalanes hemos crecido con ellos. Pero cuando el revolucionario (y paradójicamente a la vez empresario) líder de Omnium Cultural (una de las organizaciones independentistas) dice que "lo tenemos a tocar", no está muy claro a qué se refiere. Como aclaró el Financial Times, al margen del desenlace de un referéndum que es hoy día clandestino, una declaración o proclamación de la independencia, igual que declaraciones anteriores de soberanía, sólo tendría consecuencias meramente retóricas. Estamos en 2017, no en 1934. Algunos quieren apuntarse al cuanto peor mejor aunque sean sorprendentes compañeros de mobilizaciones de los nacionalistas, pero creo que no se dan cuenta de que Barcelona no es Caracas. Lo digo con todo respeto: todas las personas venezolanas que conozco son encantadoras y talentosas. Y también lo digo con prudencia: nunca he estado en Caracas. Lo más cerca que he estado es en Colombia, donde conocí a personas del país vecino, todas ellas de gran talento, que huían del caos político y económico. Barcelona es hoy una ciudad rica, llena de visitantes: la gente viene, no huye. También es una ciudad llena de problemas, pero otro tipo de problemas, ninguno de los cuales se resolverá ni con la independencia de Cataluña ni con la prolongación del proceso independentista, o mejor dicho, la prolongación del enfrentamiento de nacionalismos, lo más estéril del mundo. Lo que se vive en Cataluña es, con todos los matices y características propias, el capítulo español de la tensión entre la necesidad de construir una gobernanza global (y en particular una gobernanza federal europea) y las pulsiones nacionalistas, los miedos de unas clases medias que han dejado de encontrar en la religión y las grandes ideologías la solución a sus problemas. El remedio a esta tensión es una República Federal europea, pero el camino hacia ella va a ser largo y tortuoso. Como dice un artículo en el diario francés de izquierdas Libération, lo que ocurre en Cataluña es un desafío europeo, y es resultado de un nacionalismo obtuso y anacrónico. Lo que tenemos a tocar son las fiestas de la Mercè en Barcelona, y después el importante acto final de la campaña de micromecenazgo del documental "Federal", al que está todo el mundo invitado. Visca la Mercè!
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