lunes, 9 de agosto de 2021

No llores por mí, Leo Messi

Cuando el actual Presidente del Barça presentó su candidatura, y durante la campaña electoral que tuvo lugar el pasado invierno (cuando dijo que él arreglaría lo de Messi con un asado), Laporta tenía todos los datos sobre la ruina financiera del Barça, y conocía las reglas salariales de la Liga de fútbol. Las supuestas pérdidas “sobrevenidas” eran perfectamente previsibles. Los contratos vigentes, la pandemia, la previsión de ingresos y gastos… todo estaba encima de la mesa en invierno (por eso pidió una auditoría en profundidad, que no se pide si las cosas van bien, y pidió un crédito urgente a un banco de inversiones). Desde que Laporta se presentó no ha pasado nada nuevo que alterara las previsiones, ni para mejor ni para peor. El periodista del Financial Times Simon Kuper terminó de escribir entonces un libro, que se publica esta semana (y del cual ha salido ya un extracto demoledor en su diario, resumido en un hilo de Twitter), explicando que el FC Barcelona era el equipo que había gastado más en fichajes en los últimos años y el que pagaba sueldos más altos. También hay que decir que es una lástima que ese libro no lo escribiera alguien del entorno local, que tampoco quería ver la realidad (salvo honrosas excepciones) que crecía desde hacía años como una bola de nieve.

Es verdad que la gestión anterior fue desastrosa, pero lo fue presionada por el entorno, que nunca criticó la constante cesión a las pretensiones de las vacas sagradas (alguna, con dedicación a tiempo parcial al fútbol), ni ninguno de los fichajes, todos tan “ilusionantes”. Quizás era inevitable por las presiones existentes y por lo bueno que es el jugador, pero el Barça se convirtió en FC Messi, y eso no es ajeno a una plantilla que fue envejeciendo y cobrando más al mismo tiempo (como expliqué en un artículo en Política & Prosa), mientras se iniciaba el declive deportivo sin que una estructura coherente de gestión deportiva y financiera (que son inseparables) pusiera orden, ni antes ni después de las últimas elecciones.

La explicación de que las dos partes, Messi y Barça, llegaron a un pacto, y que fue la Liga quien lo paró, es una curiosa interpretación de que los contratos deben hacerse en el marco de las normas vigentes, perfectamente conocidas ex ante. Por ejemplo, sería como echarle la culpa al primer cónyuge si el matrimonio con una segunda persona no puede celebrarse porque el primero todavía está vigente. Esta costumbre de tratar las normas (aceptadas inicialmente) como algo que nos podemos saltar a poco que nos pongamos a ello, forma parte de un ethos, extendido en ciertas capas de las élites catalanas (y otras, claro, todas ellas tan enfrentadas en algunas cosas y tan parecidas en otras) de que lo normal es moverse en un alambre entre lo legal y lo ilegal, entre Andorra (o Qatar o Miami) y la Agencia Tributaria por ejemplo.

Bartomeu, Laporta y gran parte del entorno, incluida la oposición, han practicado un ejercicio de negación de la evidencia, ante el cual lo único que les frena son precisamente las normas e instituciones vigentes, por imperfectas y mejorables que sean. Se han creado durante mucho tiempo expectativas irreales. La economía de las superestrellas (la capacidad de unos poquísimos por pedir mucho porque hay un público global que les demanda, como explico en el libro "Pan y Fútbol") genera unos desequilibrios conocidos a los que hay que hacer frente, y el Barça (esperemos que hasta la última rueda de prensa de Laporta, que se comportó como un gran comunicador que se quitaba un peso de encima pero un pésimo gestor que sin embargo y a su manera, parecía ver la luz) no ha sabido hacerle frente, ante el populismo extremo del mundo del deporte. La Junta actual ha perdido unos meses preciosos pretendiendo retener a Messi (o haciéndolo ver), en lugar de empezar a preparar el post-Messi desde la campaña electoral. Claro que entonces Laporta no hubiera ganado las elecciones. La temporada actual estaba planificada con Messi, pero será sin Messi. Sería un milagro ganar algo este año. 

Pero en el futuro el Barça puede volver a ganar títulos, como lo hizo cuando se fueron Cruyff, Maradona o Ronaldo (como expliqué en una breve entrevista en la emisora de radio RAC1). Tres jóvenes del equipo han ganado medallas olímpicas y están con otros en una renacida selección española. Otros todavía más jóvenes parecen tener un gran talento. El Barça ha sobrevivido a debacles financieras producidas por generaciones anteriores de la burguesía catalana. De momento, la generación del power point (Laporta, Rosell, Bartomeu) ha presidido la era de un Barça que heredó (Messi, Xavi e Iniesta ya estaban), pero ha sido incapaz de frenar su declive y de emprender la tantas veces anunciada y necesaria remodelación del estadio, aprovechando el patrimonio futbolístico y económico que tenía entre las manos. Pero como dijo el propio Laporta, la institución está por encima de todos ellos, y vendrán nuevas generaciones de futbolistas porque hay capacidad de generar ingresos,  porque lo que hasta ahora ha hecho exitosos a los grandes clubs ha sido el sentimiento de adhesión de miles y millones de aficionados, que ahí siguen (seguimos) estando.

Lo que amenaza un futuro del Barça con títulos no es tanto la ausencia de Messi (que como dijo Laporta se iba a producir como muy tarde en dos años), sino la amenaza de clubs propiedad de magnates cuya fortuna es ajena a las normas de las sociedades democráticas. Dos de estos clubs ya jugaron la final de la Champions última. Ante ello y ante la crisis del COVID la respuesta no puede ser otra que la mutualización de los riesgos. Y lo que ocurre es que hay diferentes planes en marcha para hacerlo, cada uno con una distribución distinta de las ventajas que genere. Una opción es reflotar las ligas nacionales con operaciones como la de Tebas con un fondo de capital que inyecta dinero a cambio de una parte de las ganancias del futuro. Otra opción es la Superliga de Laporta y Florentino. Puede haber otras opciones, pero la solución final solo vendrá de un gran acuerdo que permita repartir de forma más o menos estable las ganancias potenciales del futbol en el futuro. 

Messi nos ha hecho felices por momentos (más que Cruyff, Maradona, Romario, Ronaldo). Gracias. También le hemos pagado bien, y por suerte tenemos una Agencia Tributaria que ha hecho que lo que generó haya revertido en el conjunto de la sociedad. Pero vendrán otros, de hecho algunos quizás ya estén aquí, que nos harán felices a ratos (nuestra felicidad tampoco depende solo de ellos), ganarán dinero, y parte se la haremos devolver en impuestos. El Barça, y no digamos la economía catalana, sobrevivirán. Y si no lo hacen, será por otras razones, pero no porque no esté Messi. 


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