Justo cuando todavía no hemos llegado al pico de la pandemia en Cataluña, el vice-presidente de la Generalitat Pere Aragonés (ERC), se ha dado el tiempo de escribir una columna de opinión bajo el título "Renda Bàsica: Ara és l'hora" ("Renta Básica: ahora es el momento") sugiriendo la creación de una Renta Básica Universal financiada por el Banco Central Europeo (BCE). Teniendo un superior jerárquico que ha decidido liderar el bando de las "fake news" y el oportunismo durante la pandemia, pero a la vez ser incapaz de plantarle cara por la presión de las bases radicalizadas, es comprensible humanamente que Pere Aragonés tenga deseos de subirse a un helicóptero y desaparecer por un tiempo. Por supuesto, no puede hacerlo literalmente, pero parece que ha decidido hacerlo conceptualmente, subiéndose a lo que en la jerga macroeconómica se conoce como helicóptero monetario ("helicopter money").
Sorprende de todos modos que una persona con tantas responsabilidades sobre un gran pedazo de Estado como es la Generalitat de Cataluña, haya encontrado tiempo precisamente en este momento para hacer labores de think tank, puesto que la propuesta que hace es propia de una de estas máquinas de pensamiento, al escapar totalmente a sus importantísimas competencias: crear una Renta Básica Universal financiada por el Banco Central Europeo. No he visto ningún alcalde o alcaldesa en los últimos días mutando en sesudo ideólogo cosmopolita. Están ocupados salvando vidas.
La sugerencia de Pere Aragonés combina dos ideas distintas, intentando aparentar que la combinación elimina las desventajas de ambas ideas y sólo se queda con las ventajas, lo que los anglo-parlantes llaman un "free lunch" (una comida gratis). Estas dos ideas son, en primer lugar, la idea de un ingreso mínimo incondicional (eso es una renta básica; aunque en el texto de Aragonés no está claro que sea del todo incondicional) para todos los individuos, aunque el artículo no específica la cuantía exacta. Y, en segundo lugar, la idea del helicóptero monetario, es decir, la transferencia directa de recursos por parte de la autoridad monetaria, en este caso el BCE, a personas, empresas, o gobiernos.
Pero ni una renta básica universal, en el caso de que se introdujese, tiene que financiarse idealmente mediante el helicóptero monetario (nunca utilizado en Europa); ni el mejor uso del helicóptero monetario, en caso de que fuese posible, tiene que ser una renta incondicional.
Cabe destacar la poca credibilidad de cualquier dirigente del actual gobierno de la Generalitat al hablar de transferencias directas a la ciudadanía, tras el fracaso de gestión y presupuestario del mecanismo de ingreso mínimo condicionado que existe en Cataluña, fracaso que ha sido denunciado no sólo por el diputado socialista Raúl Moreno, sino también por las entidades del sector. Como ha dicho Joan Coscubiela, "si la renta garantizada de ciudadanía estuviera en funcionamiento, ahora nos ahorraríamos tener que improvisar regulaciones farragosas y de compleja tramitación".
La Renta Básica Universal es una idea que tiene ventajas y desventajas, como se ha visto en todos los programas piloto que la han puesto en práctica. Lo ha explicado bien recientemente Borja Barragué en Agenda Pública. El Helicóptero monetario también tiene ventajas y desventajas teóricas, pero no se ha utilizado nunca todavía. Jordi Galí, tiene en un libro de urgencia interesante sobre Economía del Coronavirus un capítulo con un título muy parecido al de Aragonès, "Helicopter Money: The Time is Now" ("Helicóptero monetario: ahora es el momento"), donde argumenta que el uso del financiamiento monetario debería estar estrictamente restringido a la duración de las medidas de emergencia vinculadas a la crisis sanitaria. Este carácter específico, temporal y condicionado casa mal con la filosofía de la Renta Básica Universal, pero sería necesario para evitar graves problemas institucionales y de incentivos.
En las próximas semanas y meses, y seguramente años, va a ser esencial movilizar todos los mecanismos institucionales posibles para protegernos de una grave recesión económica. Se están produciendo ya negociaciones al más alto nivel para fijar los contenidos de estos mecanismos. Por supuesto, los líderes independentistas catalanes, con su estrategia de desestabilización de los últimos años, han perdido cualquier capacidad para influir sobre estas negociaciones. Tanto Mario Draghi como los economistas Zucman y Sáez priorizan movilizar todo el sistema financiero, mediante apoyos públicos, hacia las empresas vulnerables y sus personas trabajadoras, para mantener la infraestructura productiva y el empleo.
Garantizar un mínimo vital es fundamental, y en el Planeta existen los recursos para hacerlo. Existe un debate abierto sobre el grado de condicionalidad deseable de este mínimo vital, pero en los países desarrollados hay que construir sobre los sistemas de bienestar y de trabajo que tenemos en este momento. Proteger a los más débiles, y protegernos a todos nosotros, requerirá formas de organizarnos distintas, sin duda mucho más federales y con mayor intervención pública cooperativa que las que promueven los nacionalismos de distintas banderas. Como explican Van Parijs y Vandenborght en su magnífico libro sobre la renta básica (útil para quien esté en contra, a favor, o tenga como yo una postura matizada), la renta básica o cualquier forma de ingreso mínimo vital está sujeto a numerosas externalidades interjurisdiccionales, que exigen una política coordinada entre varias administraciones a nivel horizontal y vertical. En esto en algo hemos avanzado: entiendo que Aragonés ya se da cuenta de que ningún país o comunidad va a ser capaz de salir del agujero por sí solo. Es un paso intelectual importante viniendo de un político soberanista.
Pero intentar darse una pátina de "prosperidad compartida" puede resultar paradójico, tras haber dado su apoyo a la derecha nacionalista catalana (y en los últimos dos años y medio a su líder más xenofóbico), cuando la prosperidad que se puede compartir a gran escala es aquella que se basa en la cooperación supra-nacional y la superación de una vez por todas del mito de la soberanía nacional. Hay que elegir entre el social-federalismo de Piketty o el neoliberalismo soberanista de Sala i Martín. Y sobre todo en momentos de emergencia hay que dejarse de propuestas genéricas de cara a la galería, y trabajar cada cual con sus instrumentos para salvar las vidas que ahora están en peligro y los medios de vida que van a estarlo. Y si el gobierno de la Generalitat no quiere gobernar y se quiere dedicar a hacer de think tank, que deje paso a la oposición, que tiene aliados, planes, expertos y ganas de ponerse a trabajar desde ahora mismo para mitigar el enorme coste social de esta crisis, y preparar con diálogo y acuerdos, una recuperación que requerirá de mucho más que ideas imprecisas.
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