jueves, 10 de agosto de 2017

"Pero si a mi me trataron muy bien..."

Los elogios de Vicente del Bosque y Julen Lopetegui a Angel M. Villar pese a las graves acusaciones de corrupción que pesan sobre quien ha sido durante 30 años presidente de la Federación Española de Fútbol, y colega del alma de Sepp Blatter y Michel Platini, sólo son un ejemplo más de una variante del síndrome de Estocolmo que impide a personas aparentemente inteligentes darse cuenta (o reconocer que se dan cuenta) de que están en manos de personajes o sistemas completamente deleznables. Otro ejemplo serían los elogios de otros deportistas al régimen de Qatar: “pues a mí y a mi familia nos trataron muy bien”. Da igual que al mismo tiempo los inmigrantes sean explotados, los derechos humanos más elementales violados, y las desigualdades (incluidas las de género) llevadas a un extremo insoportable. Es obvio que los corruptos y dictadores tratan bien a personajes famosos para lavar su imagen y desviar la atención de la gravedad de sus crímenes. Igual que cada individuo es responsable de su declaración de la renta aunque no la entienda, cada persona debería ser responsable de evaluar con un mínimo de objetividad el comportamiento público de las personas a su alrededor.

Otro ejemplo de esta actitud lamentable lo he conocido leyendo un libro sobre la historia de James Buchanan, el economista norteamericano y premio Nobel que hizo de la crítica a la intervención pública en la economía el eje de su carrera intelectual. Aunque Buchanan nunca presumió demasiado en público de haber asesorado a la dictadura chilena de Pinochet (si los milicos de ese régimen asesino encargaron a la Escuela de Chicago el diseño de políticas económicas, es menos conocido que el diseño de los amarres institucionales y constitucionales del “modelo” fue encargado a la Escuela de Virginia de Buchanan), en privado sí se mostró agradecido por el trato recibido. Por ejemplo (p. 161) escribió al ministro Sergio de Castro agradeciéndole “el buen almuerzo ofrecido en mi honor” y compartió lo mucho que había “disfrutado la totalidad de su visita en Chile”. La Sra. Buchanan, que le acompañaba, apreció “los bonitos regalos, las bellas flores, las joyas chilenas y el vino”. Mientras, los opositores eran torturados a miles y muchos de ellos desaparecían misteriosamente. Los detalles de todo ello quizás eran desconocidos por los Buchanan, pero lo que siendo gente culta no ignoraban es que los regímenes militares que gobiernan tras echar del poder a un gobierno democráticamente constituido suelen caracterizarse por el uso arbitrario de la violencia.

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