domingo, 12 de noviembre de 2017

La izquierda orgullosa de su federalismo

Carlos Jiménez Villarejo, Marcos Delgado, Núria Gispert y Beatriz Silva son personas que han colaborado en distintas etapas de su vida con varias opciones de izquierdas, son personas de trayectorias y orígenes distintos, pero que siempre han destacado por su compromiso con los pobres y explotados, y a favor de los derechos humanos, la libertad y la convivencia.

En circunstancias normales, hubieran apoyado a distintos partidos de izquierdas, y en circunstancias excepcionales, por ejemplo si Podemos hubiera hecho bien las cosas, hoy estarían apoyando a una fuerza  que no fuera el Partido Socialista. En circunstancias normales, Ada Colau estaría apoyando la evolución hacia una España y una Europa federales, porque se daría cuenta de lo absurdo que es ser de izquierdas y no ser federalista en el siglo XXI. Y no estaría promoviendo supuestos procedimientos participativos para que una minoría de sus votantes, con la colaboración de algunos que no son sus votantes, dejen de lado un gobierno de coalición de izquierdas contra la voluntad de la mayoría de sus votantes y simpatizantes. En circunstancias normales, Iglesias y Domènech no cenarían en compañía de Oriol Junqueras con un empresario contratista de la administración y con conexiones inquietantes en Qatar y en otras partes, sino que estarían construyendo una alternativa viable de izquierdas en toda España que promoviera una Europa más unida y democrática. Es en lo que están el Partido Socialista, Izquierda Unida, el grupo de Gaspar Llamazares y Baltasar Garzón, Manuela Carmena, los sindicatos y la inmensa mayoría de los votantes de izquierdas de España, incluidos muchos de los fundadores de Podemos. Y en lugar de ver cómo caen en las encuestas por detrás de Ciudadanos, estarían contribuyendo a reforzar un proyecto federalista en España, como Villarejo les pidió educadamente en su momento. En circunstancias normales, los concejales y tenientes de Alcalde no socialistas de Ada Colau no irían a reunirse con un cada vez más frikie Carles Puigdemont, sino que estarían trabajando para que no se escapen las últimas posibilidades de que Barcelona gane la sede de la agencia del medicamento y no pierda el congreso mundial de telefonía móvil. En circunstancias normales, algunos (pocos por suerte) jóvenes alcaldes o ex-alcaldes tuiteros se darían cuenta de que es una lástima no poder compartir campaña electoral con Villarejo, Silva, Delgado y Gispert, así como con Carme Valls, Victoria Camps y tantos otros personajes con un sentido mucho más permanente y mucho menos tuitero de la ética y la moral. En circunstancias normales, algunos intelectuales y ex-consejeros (por suerte, muchos menos de los que fueron presionados para ello) no firmarían manifiestos para volver a la fase referéndum acordado como el de Escocia, como si no estuviéramos ahora iluminados por la experiencia del Brexit, sino que firmarían manifiestos reconociendo en público (como hacen en privado) que se equivocaron, y que el proceso independentista ha sido un desastre económico, político, social, jurídico y cultural. En circunstancias normales, no habría tenido que hacer Miquel Iceta una auténtica "candidatura de país".

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