domingo, 20 de julio de 2014

Profesores y políticos: ¿regeneracionismo o despotismo ilustrado?

En las útlimas elecciones generales celebradas en Italia se presentó un partido (Fare per fermare il declino) liderado por un economista, Michele Boldrin, que presentaba un programa de reformas liberales supuestamente sacado de los libros de texto de economía convencionales. El partido sacó un 1% de los votos, y unos días antes de la votación incluso uno de los mejores economistas que lo habían apoyado, Luigi Zingales, se desmarcó del proyecto al descubrirse que uno de sus dirigentes había falseado su currículum al inventarse un máster que no tenía, lo que entraba en contradicción con dos de las promesas de la nueva fuerza política, la de decir siempre la verdad, y la de proponer siempre personal cualificado para los cargos políticos. Mientras Boldrin, caracterizado como turboliberal por la prensa italiana, se dedicaba a organizar su partido en Italia, por cierto, figuraba como director del think tank español Fedea, por lo que cobraba una nada desestimable suma de dinero. La lectura hoy del artículo de Fernández Villaverde y Garicano reclamando la existencia de un proyecto regeneracionista en España, del que sin demasiada modestia se consideran partícipes, me ha recordado la figura del citado economista italiano. La diferencia es que de momento Garicano y Fernández Villaverde no se atreven a dar el paso de presentarse a unas elecciones, quizás por temor a cosechar un resultado parecido al de los regeneracionistas italianos. Yo siempre he pensado, en cambio, y así está ocurriendo, que la regeneración de Italia sólo puede venir de su más que decente izquierda reformista. Los dos economistas españoles hablan en su artículo de varios libros regeneracionistas: de ellos ya he hablado del que escribió Molinas y del que escribió el propio Garicano. Seguro que los otros tres que mencionan son mejores que estos, espero leerlos en algún momento, y espero que a diferencia de los primeros, muestren alguna tensión igualitarista, de la que suelen carecer los textos de Garicano y Molinas. Nuestros regeneracionistas mencionan como sus ancestros ideológicos nada menos que a los redactores de la Constitución de Cádiz, a Costa y a Ortega; lástima que no tengan en cuenta a otras muchas personas en la historia de España que siempre vieron como algo inseparable la lucha por la democracia y por la igualdad, y que por ello fueron castigados con la muerte o con el exilio o la marginación. Quienes apoyan al partido dirigido por otro profesor, en este caso de Ciencias Políticas, Pablo Iglesias, sí se atrevieron a presentarse a las elecciones, y cosecharon cierto éxito. Yo no comulgo con las tesis de Podemos, pero por lo menos se atrevieron a someterse al escrutinio y a la prueba de las urnas, y ahora van a tener que defenderse ante quienes expongamos sus numerosas contradicciones. Otra cosa es que eso justifique que por ello a Pablo Iglesias le den un trato especial como profesor en su universidad, la Complutense de Madrid, como ví que se proponía su rector. Los profesores nos debemos ganar nuestros méritos en las aulas, en las publicaciones académicas, en las comisiones de acreditación y en las oposiciones. Los buenos profesores difícilmente son buenos políticos, y viceversa. Viví de cerca la época en que Pasqual Maragall intentó reconvertirse en profesor. Lo hacía muy mal. Volvió a la política. En un mundo ideal, nuestros mejores profesores nos gobernarían y nuestros mejores gobernantes serían nuestros profesores. En el mundo real, o por lo menos eso es lo que me pasa a mi, querer ser un buen profesor hace que no queramos pasar de ser unos ciudadanos politizados que escriben estupideces en un blog. Y si fuéramos buenos profesores o buenos políticos, o las dos cosas a la vez, alguno de los buenos políticos que a veces nos sondean amablemente pasarían de sus sondeos amables y nos arrastrarían por los pasillos hasta que dejáramos de ser lo que Tierno Galván llamaba "hombres de acción frustrados".

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