sábado, 12 de abril de 2014

Mentiras repetidas para frenar al federalismo

Los últimos días han sido positivos para el federalismo: victoria en el debate y máxima difusión en el Congreso de los Diputados de las ideas federales;  y victoria de los federalistas en Quebec, uno de los ejemplos en los que se mira el soberanismo catalán. Ambas victorias han cogido con el pie cambiado a quienes presentan a viejos o nuevos estados-nación como el instrumento idílico y casi único para solucionar nuestros problemas colectivos. Al día siguiente del debate en el Congreso los medios pro-soberanistas en Cataluña pusieron los titulares que ya tenían preparados, destacando la “negativa” a todo, y ocultando deliberadamente la puerta abierta a cambiar la constitución. Al cabo de unos días cambiaron el chip y planteaban la puerta abierta, que ya no podían ocultar, como un éxito de la delegación soberanista, y no como un éxito de los federalistas, padres de la idea del cambio constitucional.
Hasta ahora la opción federal se ninguneaba. La fuerza de las razones y los testigos federales (véase la enorme repercusión que sigue teniendo la reciente visita de Stéphane Dion, el líder del federalismo canadiense, con quien dialogo en inglés en este vídeo) hace imposible por más tiempo la opción de ignorarlas. Se impone por parte de los nacionalistas, o sea de los anti-federalistas, una estrategia alternativa: repetir hasta la saciedad una serie de mentiras para desacreditar el federalismo y tapar los puntos oscuros e inquietantes del soberanismo, para conseguir que las mentiras repetidas se conviertan en verdades en la mente de los ciudadanos, a pesar de que la realidad las desmienta categórica y tozudamente.
No me refiero al delirio de algunos excéntricos independentistas, que también los hay, sino al discurso habitual que cada día se repite en medios de comunicación abrumadoramente manipulados por un “proceso”  liderado insólitamente a medias por una asamblea con tintes insurreccionales y por un gobierno de derechas. Estas mentiras son (entre comillas y destacadas en negrita):
-“No hay federalistas” o son presentados como una visión marginal y “diferente”, que es como el otro día presentó TV3 al presidente de Federalistes d’Esquerres, el filósofo Manuel Cruz.  Negar la existencia de los federalistas suele hacerse desde Cataluña sobre todo respecto al resto de España, y es parte de la hispanofobia más o menos larvada que algunos apenas disimulan: los españoles son tan incivilizados que son incapaces de albergar ideas tan civilizadas como las del federalismo (“ya nos gustaría” parecen insinuar hipócritamente). Esto se sigue diciendo a pesar de que el líder del principal partido de izquierdas en España ha oficializado su propuesta federal en el Congreso, y que el principal diario de España, editado principalmente en Madrid, ha escrito varios editoriales (el último esta semana) apoyando el federalismo, amén de publicado innumerables artículos de opinión apoyando el federalismo.
-“El federalismo es algo del pasado”. Hay dos versiones de esta mentira: la que dice que el federalismo es algo de los años 1930 (lo dijo el otro día el portavoz del PP en el Congreso en una tertulia en TVE); y la que dice que “es demasiado tarde” para el federalismo, utilizada en Cataluña por algunos conversos al independentismo, que pretenden llevar el control del tiempo para las buenas ideas. Sin embargo difícilmente el federalismo es algo del pasado cuando sigue proporcionando los valores que sirven de inspiración a países tan poco fracasados como Canadá (o Suiza, o Alemania, o los Estados Unidos, o Australia), a proyectos como el de la Unión Europea, o a una gran democracia diversa (la mayor del mundo) como la India, que hoy no estaría celebrando unas elecciones masivas en paz si no fuera por su carácter federal, y en lugar de éste se guiara por los principios del “derecho a decidir”.
-“El soberanismo es transversal”, racional, que comparten los Fernández y las “chonis”, en palabras de un cada vez menos auto-contenido Jordi Pujol. Por el contrario, las cifras son tozudas: el soberanismo está muy lejos de distribuirse uniformemente entre la población catalana, y existe un riesgo creciente de división por comunidades. El soberanismo está concentrado en las comarcas externas al área metropolitana de Barcelona y es minoritario entre la mitad larga de ciudadanos de Cataluña que tiene el castellano como primer idioma.
-“El PP y el PSOE son lo mismo” en su oposición a la “voluntad del pueblo de Cataluña”. Por el contrario, da pereza recordar que el PSOE, con todos sus defectos, compartió la persecución franquista con los catalanistas. Que el PP nunca ha condenado el franquismo, y que fue este partido el que llevó el Estatut de Maragall al Tribunal Constitucional mientras el PSOE lo aprobaba en el Congreso. También hoy el PSOE propone una reforma federal de la Constitución, mientras que la propuesta del PP es, hasta el debate del otro día en el Congreso, recentralizar el estado de las autonomías.
-“En Cataluña no nos dejan votar”, como si la democracia hubiera sido suspendida en Cataluña. ¿Cuántas veces habremos votado desde 1976? ¿30? ¿40?  En Cataluña existen elecciones, libertad, se respetan los derechos humanos, ningún grupo étnico o cultural está marginado, y la principal calamidad que sufrimos es la que se deriva de la crisis económica y de las políticas nefastas de los gobiernos de derechas de España y Cataluña, tan parecidos en sus recetas socio-económicas. Lo que no se puede en Cataluña, ni en ningún país democrático, es votar cuándo y cómo se le ocurra a una mayoría coyuntural sobre algo que tiene que ver con nuestros derechos y que tiene un encaje legal muy problemático, por decirlo suavemente.
Los quebequenses han decidido, votando por supuesto, que no era demasiado tarde para el federalismo, que para lo que era demasiado tarde era para el soberanismo en sociedades plurales e interconectadas. Y también han decidido (votando) que han perdido el apetito por referéndums confusos y polarizadores. Claro que, para ganar a los soberanistas hay que ganarles, o sea, hay que dar la batalla ética y moral contra los nacionalismos y no bajar la cabeza delante de ellos, año tras año y durante décadas. Aquí y hoy hay que luchar para que las fuerzas federalistas, y no las del repliegue identitario o nacional, ganen en las europeas, y después en las municipales y en las generales y autonómicas cuando sean, que pueden ser cuando quieran quienes presiden los gobiernos respectivos (votamos cuando ellos quieren). Quien quiera una nueva arquitectura institucional deberá defenderlo en esta sucesión de elecciones, por supuesto al mismo tiempo que se deciden otras cosas, porque la arquitectura institucional no es una cuestión aislada, sino que influye y a la vez depende de otras cuestiones: hay que decidir sobre paquetes complementarios. Carece de sentido, por ejemplo, defender la independencia de un nuevo país en un referéndum y a la vez una presión fiscal elevada en unas elecciones, porque hoy en día una presión fiscal elevada sólo se puede conseguir con armonización fiscal e idealmente con un impuesto europeo progresivo sobre el capital, es decir, eliminando la independencia de los países existentes y no creando nuevas independencias.
Existen otras desventajas de un referéndum o consulta ex ante en comparación con el proceso electoral (conducente a un parlamento que puede proponer una reforma constitucional por amplio acuerdo ratificada ex post en referéndum): inestabilidad (imitación internacional y cascada potencial de secesiones internas), dificultad de interpretación de los resultados, polarización… No me extraña que en el Reino Unido liberales y laboristas estén en contra de que se celebre un referéndum sobre la permanencia del país en la UE en 2017, como proponen los conservadores bajo presión del independentista UKIP. Pero todavía no he escuchado a ningún soberanista catalán insinuar que los liberales o laboristas británicos sean poco demócratas o que ”no dejen votar” a sus conciudadanos. Por supuesto, si a través del proceso electoral la mayoría de los europeos decide hacer saltar por los aires el sueño de una Europa unida y opta por un continente basado en viejas naciones y etnocracias, habrá que dar ese sueño por finalizado. Pero el argumento es muy distinto al del “derecho a decidir” (sólo defendible si se entiende como que el pueblo tenga la última palabra tras un proceso deliberativo de aunar consensos, a diferencia de lo que ocurrió con la famosa sentencia del Estatut) de quien quiera cómo y cuando quiera, y se parece mucho más a la “obligación de co-decidir” con las reglas que entre todos nos hemos venido dando.
Por supuesto, si tiene que haber una consulta, para que ésta sea reconocida en sus resultados (ya sea en su naturaleza auscultativa o decisiva),  ésta tendrá que ser legal y acordada, y bajo una ley electoral, y con medios de comunicación públicos neutrales. Pero las dificultades anteriormente mencionadas ayudan a entender por qué es muy difícil  que se alcance un acuerdo, en España o en la inmensa mayoría de países democráticos, especialmente en la zona euro, para realizar una consulta legal que pregunte por la secesión. Por estas razones, yo soy federalista, pero no soy “consultista”. Sin embargo, no creo en un “federalismo auténtico”, y respeto a quienes se consideran federalistas y defienden algún tipo de consulta ex ante. Un proceso deliberativo y un debate respetuoso, estructurado y plural, sin empujones, con participación de partidos y sociedad civil, irán configurando los contornos legales y culturales del federalismo del siglo XXI. La propia sociedad, por ejemplo, irá decidiendo si sus símbolos comunes son la bandera española, la europea, los castellers, el himno de la Champions League o los chistes de Jaimito, o una mezcla de todos ellos junto con otros ingredientes.
Cuando entramos en detalles sobre cómo queremos organizar el mundo del siglo XXI  la gente termina dando la razón a los federalistas, porque en el fondo todos somos federalistas sin reconocerlo, igual que hablamos en prosa sin saberlo. Ni que sea porque la independencia de Cataluña nos dejaría fuera de la Unión Europea (UE). En Escocia mi conjetura es que ocurrirá lo mismo tanto si gana el sí como si gana el no: una autonomía reforzada sin creación de un nuevo estado miembro de la UE (a no ser que el Reino Unido decida salirse de la UE en 2017). Si gana el no será porque los grandes partidos políticos británicos ofrecen una unión con características federales. Si gana el sí, porque la “independencia” que ofrecen los nacionalistas escoceses es poco independiente: mantenimiento de la corona británica, la libra esterlina (y el gobernador, por cierto un federalista canadiense, del Banco de Inglaterra ya ha avisado que unión monetaria implica unión fiscal), la BBC… El único debate no ficticio en realidad es sobre los detalles del federalismo que queremos. El mundo será federal o no será. Y los detalles los decidiremos en las elecciones, y en los períodos entre elecciones con un mejor funcionamiento de nuestras democracias, que se consigue cuando los gritos nacionalistas dejan de sacar lo peor que el ser humano lleva dentro.

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