domingo, 2 de abril de 2023

Israel/Palestina y nosotros: mirar de frente a la realidad de un Estado (o Tony Judt tenía razón)

Un grupo de académicos de universidades estadounidenses con profundos conocimientos sobre el terreno, acaba de publicar un libro muy valioso sobre Israel/Palestina, “The One State Reality”. Sería deseable que se hablara de este libro no sólo en Estados Unidos e Israel, sino en todo el mundo, incluyendo Europa, España y Cataluña. La tesis principal del libro es que el foco retórico de la diplomacia en la “solución de dos Estados” ya no tiene una conexión sobre el terreno, donde se impone la “realidad de un Estado”, un territorio entre el Mar Mediterráneo y el Río Jordán donde el control soberano lo ejerce un solo Estado, sin que el conjunto de la población controlada tenga igualdad de derechos ni igual posibilidad de participar en sus decisiones. Lo que era conveniente suponer que era provisional hasta que dos Estados fueran realidad, se ha convertido en permanente, y sin ninguna perspectiva de que deje de serlo.

Aunque es fruto de trabajos y reflexiones anteriores, su publicación ha coincidido con el estallido de las protestas masivas contra las iniciativas del gobierno ultraderechista de Netanyahu para eliminar la independencia judicial. Existe la esperanza de que los manifestantes, en su inmensa mayoría judíos demócratas, vayan progresivamente uniendo fuerzas con crecientes sectores palestinos que se dan cuenta de que un Estado palestino ni está ni se le espera, pero que están dispuestos a luchar por la igualdad de derechos y por mejorar sus condiciones de vida en el día a día, cada vez más amenazados por los sectores ultras que dominan el gobierno de Netanyahu.

El malogrado historiador Tony Judt publicó un artículo en 2003 en The New York Review of Books donde ya alertaba sobre la falta de imaginación de la “solución de dos Estados”, a pesar de ser un concepto útil para conseguir una pacificación temporal. Judt abogaba por un Estado plural, binacional, con igualdad de derechos. La evolución en los últimos años ha dado la razón totalmente a Judt, y nadie sensato vislumbra ni el corto ni el medio plazo que sea viable, ni posible, ni ya deseable, un Estado soberano palestino sin continuidad territorial, separado de un poderosísimo y hostil Estado judío pegado a él, y totalmente dependiente de este.

En los últimos años han aparecido numerosas voces de judíos progresistas que abogan por un Estado binacional con igualdad de derechos para todas las personas entre el Mediterráneo y el Jordán, eliminando las distinciones existentes entre Israel y los territorios ocupados de Gaza y Cisjordania. Es el caso de Peter Beinart, editor de la revista Jewish Currents, y de Omri Boehm, autor del libro “The Haifa Republic”.

Los autores de “The One State Reality” llegan a la conclusión de que, a pesar de que Hamás y la Autoridad Palestina gestionan (con mucha precariedad) algunos bienes públicos locales, hay dos aspectos nucleares de la soberanía que están en manos del gobierno israelí en todo el territorio. Se trata del respeto a los derechos de propiedad y movilidad. Quien controla el derecho a la movilidad y el derecho a la propiedad controla la libertad de la ciudadanía. En la Unión Europea podemos ir de Cadiz a Helsinki sin que nadie nos pregunte quienes somos ni a donde vamos. Ese no es el caso dentro de Israel/Palestina, para la mayoría de la población palestina, que ve limitados sus movimientos por el ejército y amenazadas sus propiedades por las acciones de los colonos en los asentamientos, sobre las que ya alertaba Judt en 2003.

Desde hace años, cuando mencionaba el artículo de Judt a conocidos míos, recibía respuestas condescendientes del estilo de “esto -un estado federal binacional en Israel/Palestina- está muy bien pero es imposible”. Pero “the One State Reality” revela que lo auténticamente imposible (lo que merecería una respuesta condescendiente), pese a tener verbalmente a favor a todos los poderes del mundo, es la solución de los dos estados. Y que la realidad que ya tenemos es la de un Estado. En este momento es un estado que discrimina a gran parte de la población, y esa es la elección a la que se enfrentan quienes pueden participar en el sistema político israelí: o avanzar hacia un estado democrático con igualdad de derechos, hacia una democracia liberal para palestinos y judíos, o completar el retroceso hacia una etnocracia iliberal que somete o expulsa a millones de palestinos y que blinda a los sectores judíos más racistas en el poder.

Las actuales movilizaciones ponen a los sectores liberales y progresistas de Israel ante la necesidad de mirar a una realidad que quizás algunos preferirían no ver (y que con el proyecto de los dos estados conseguían dejar a un lado… ya se resolvería).

Como ha dicho David Grossman: “Los israelíes, en su mayoría, no son hoy capaces de reflexionar con claridad sobre la ocupación. Todavía no. Pero me consuela un poco pensar que es posible que unas cuestiones políticas y sociales que llevan años estancadas, como aguas pantanosas, empiecen ahora a moverse”

Uno de los autores de “The One State Reality”, Ian S. Lustick, ha escrito un artículo en Foreign Policy comparando lo que acabaron haciendo los Demócratas en Estados Unidos (asumir como propia la reivindicación de la población negra por los derechos civiles) con lo que él cree que deberían hacer las fuerzas democráticas israelíes (asumir como propia la reivindicación de igualdad de derechos para los palestinos). En América tardaron un siglo desde la Guerra Civil. En Israel/Palestina no pueden permitirse esperar tanto, porque los ultras tienen prisa por acabar con los derechos también de los demócratas judíos.

Es útil establecer una comparación con Irlanda del Norte, que consiguió una paz más duradera y prometedora (hace justo 25 años) al mismo tiempo que se negociaban los acuerdos de Oslo para Israel/Palestina que fueron mucho menos fructíferos: a nadie se le ocurrió proponer (aunque seguro que alguien lo pensó) seguir dividiendo a Irlanda con una Irlanda del Norte Católica y otra Protestante, con pueblos y barrios separados por muros consagrados en fronteras jurisdiccionales. Fue precisamente la libertad de movimientos dentro de Irlanda del Norte, y con la República de Irlanda, en el marco de la Unión Europea (que entonces incluia al Reino Unido), y la disolución de las fronteras en la práctica, lo que facilitó el acuerdo y disparó la prosperidad.

Lo que ocurre en Israel/Palestina nos interpela a los catalanes y españoles: buscar un estado para cada comunidad nacional o grupo étnico no conduce a la libertad necesariamente, sino que puede conducir a la parálisis y a la eternización del conflicto. Es además difícilmente viable cuando las comunidades culturales nos mezclamos en los mismos barrios y ciudades. Lo que conduce a la libertad es la unión en la diversidad y la igualdad de derechos bajo instituciones que protejan a toda la ciudadanía y que permitan compartir los escasos recursos disponibles (territorio, agua, inversiones, mercados…). 

Judt escribió esto en 2003:

“El problema de Israel, en definitiva, no es —como a veces se sugiere— que sea un “enclave” europeo en el mundo árabe; sino más bien que llegó demasiado tarde. Ha importado un proyecto separatista característico de finales del siglo XIX a un mundo que ha avanzado, un mundo de derechos individuales, fronteras abiertas y derecho internacional. La verdadera alternativa que enfrenta el Medio Oriente en los próximos años será entre un Gran Israel étnicamente limpio y un estado binacional único e integrado por judíos y árabes, israelíes y palestinos. La mayoría de los lectores de este ensayo viven en estados pluralistas que desde hace mucho tiempo se han vuelto multiétnicos y multiculturales. La civilización occidental actual es un mosaico de colores, religiones e idiomas, de cristianos, judíos, musulmanes, árabes, indios y muchos otros, como sabrá cualquier visitante de Londres, París o Ginebra”. Podríamos añadir a esta lista Nueva York, Bruselas, Berlín, Madrid y Barcelona…

Los autores de “The One State reality”, 20 años después, dan la razón a Judt. No es fácil romper los paradigmas diplomáticos, pero lean a Judt y a los académicos de “The One State Reality” y díganme en qué se equivocan. No son personajes marginales de la extrema izquierda. Son (o fue, en el caso de Judt) intelectuales de un enorme prestigio a quienes, a mi juicio, asiste la razón. Pero quizás me equivoque. Sáquenme de ahí con argumentos, si es así.


1 comentario:

  1. Gracias Quico per acercarnos esta lectura y por tu reflexión, con la que coincido, también desde una perspectiva estrictamente gremial. Para los politólogos, el objeto de estudio es la polis, la comunidad y su gobierno. Para la ciencia política –en general– la idea de que estableciendo una nueva frontera se solucionan los problemas de la comunidad, es una idea extraña. Extraña a la disciplina –resuena a otras ramas de conocimiento: derecho internacional, descolonización, teorías de la revolución…–, y extraña sobre todo a la experiencia. Desde nuestra perspectiva, Yugoslavia se desintegró por los intereses de una élite política que no tenía claro su futuro –y no para defender mejor los derechos políticos y la identidad de los pueblos que la componían–. Estudiamos, fríamente, los mecanismos que esas élites utilizan para movilizar a los ciudadanos, entre los cuales los factores identitarios son muy poderosos. Sabemos que la noción fundamental es la del poder, y que frente a él la promesa de un Estado propio en el Sáhara o en Palestina es básicamente una distracción, que hace que no se pidan cuentas a quien realmente tiene ese poder, y debe por tanto velar por la seguridad y el bienestar de todas las personas, de todos los ciudadanos: el Estado realmente existente, y sus instituciones.

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