domingo, 12 de marzo de 2023

Nuestros populistas no lo son tanto...

Mientras escribo estas líneas escucho hablar en la CNN sobre las crisis políticas paralelas en México e Israel a propósito de la erosión, por parte de la actual mayoría en el poder (presidencial o legislativo), de las instituciones democráticas. En ambos casos, hasta hace poco, se infravaloraba la posibilidad de que AMLO o Netanyahu realmente quisieran o pudieran erosionar la democracia de una forma parecida a lo que intentaron, con suerte diversa, Trump, Bolsonaro, Orban o Erdogan. Está por ver si las instituciones democráticas resistirán en todos estos casos, como está por ver en la India, el Perú, Colombia, etc. En Brasil y Estados Unidos de momento han resistido, pero penden de un hilo en Hungría y Turquía, se han hundido en Nicaragua, y en ningún sitio están totalmente a salvo. Sería tan ingenuo pensar que la democracia no tiene futuro, como pensar que este está asegurado.

Todos estos casos presentan patologías con grados de gravedad distintos, y con especificidades que deben estudiarse caso por caso. 

Personajes como Netanyahu, Berlusconi, o AMLO han sido infravalorados por sectores de las élites políticas e intelectuales en cuanto al riesgo que suponían para las instituciones democráticas, y lo han sido tanto dentro de sus países cuanto a nivel internacional. Normalmente, personas que mantienen una cierta simpatía con los componentes sociales o económicos de los programas de estos líderes (tan distintos entre sí), hacían la vista gorda respecto a sus métodos políticos e instrumentos discursivos, ciertamente inquietantes. Cuando estos sectores de las élites reaccionan, suele ser demasiado tarde.

A veces hay que ir más allá de lo obvio. Vox y la parte de Podemos de Pablo Iglesias son lo fácil. Sería en cierta forma tranquilizador decir que ahí está el populismo español. Pero las cosas no son tan fáciles. Todos los líderes políticos tienen algo de populista, pero es importante jerarquizar la gravedad de cada caso, y una obligación señalar a tiempo aquellos casos más alarmantes. Es inexcusable hacer un ejercicio de discernimiento ético e intelectual, hacer el esfuerzo de emitir un juicio basado en hechos, y no meramente ejercicios de equidistancia o de su defecto simétrico de partidismo ciego, y ser capaces de señalar y criticar estos casos. Porque el coste social y económico del populismo es una realidad, que acaban pagando los sectores populares y el conjunto de la sociedad.

Dentro del movimiento secesionista catalán, se han dado tendencias fuertemente populistas, que como otros populismos cuestionaban las instituciones de la división de poderes, vulneraban los derechos de las minorías parlamentarias, proponían opciones referendarias divisivas, dividían maniqueamente entre un pueblo uniforme y virtuoso y los que quedaban fuera, se buscaban chivos expiatorios y traidores internos, ocultaban los costes económicos de sus planes… En Cataluña no se alertó, en general, suficientemente a tiempo de estas derivas, aunque las instituciones del estado de derecho (y la solidez de nuestra pertenencia a la Unión Europea) evitaron lo peor. También fuera de Cataluña, y de España, se ha sido poco consciente de esta deriva populista. Aún hoy son una minoría las élites que lo denuncian o que hacen algo de autocrítica, y no escasean los populistas de cuello blanco que intentan desviar la atención sobre las razones del fracaso político y económico del proyecto independentista. El otro día en una entrevista, un exitoso catedrático de Economía que apoyó el intento secesionista, se resistía a sumarse a la autocrítica de Mas Colell, y tras criticar en otra esquina de la misma entrevista el Brexit, se explayaba sobre lo obviamente democrático que era el “procés”, decía que la independencia era cuestión de tiempo, y expresaba su decepción con los “políticos”, sin entrar a reevaluar los cálculos económicos que hacía allá por 2015 a la luz de lo que ha pasado después en cuanto a pérdida de sedes de empresas y pérdida de inversiones.

Otros se pasan de frenada, como ha ocurrido con grupos de intelectuales que en España han criticado a Pedro Sánchez llamando «a la sociedad española ante el desafío constitucional» y advierten de que la democracia en España, como en cualquier país, «nunca es irreversible». Quizás a este grupo le hubiera gustado que las calles se llenaran durante semanas de manifestantes como en México o Israel, pero ya se habrán dado cuenta de que la gente no es idiota. Como si estuviera en peligro la democracia en España y el estado de derecho. Ello coincidía paradójicamente con actualizaciones de los ránkings de democracia en el mundo, donde España mejoraba posiciones. Algo precisamente que suelen ignorar algunos secesionistas catalanes que aducen que España es una democracia defectuosa. 

Cada uno es libre (especialmente en España, según los ránkings) de expresar su opinión, y lo lógico es que no todos estemos de acuerdo en esta materia, pero un mayor esfuerzo de ecuanimidad, o de argumentación coherente, y a tiempo, creo que debería ser exigible.

 

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