El discurso de investidura de Pedro Sánchez contenía el relato que tenía que haber ido en el texto del pacto con Junts. Dijo que los estados compuestos están entre las democracias más avanzadas del mundo, y estableció una continuidad entre la pluralidad de Europa y España. Santos Cerdán (el negociador con Junts), en una entrevista en El Diario, remató la narrativa añadiendo textualmente que la apuesta del PSOE era una España federal.
Esto dijo Sánchez concretamente: “creemos que esas realidades nacionales que sienten legítimamente estos ciudadanos y ciudadanas independentistas se verían mejor expresada (en una Unión Europea que, conforme pasan los años, avanza en su integración) a través de la estructura autonómica que tiene nuestro país, reconocida en nuestra Constitución…es nuestro país un Estado compuesto, un Estado descentralizado, como lo son, por cierto, otros muchos países, probablemente los más avanzados del mundo, con democracias consolidadas”. Y respecto a los cambios que se producirán en la UE a raíz de su próxima ampliación: “España, les puedo garantizar señorías que no va a ser mero testigo de esos procesos, vamos a estar entre los países que lo lideren. Vamos a defender los valores europeos. Vamos a impulsar el diálogo y el respeto a la pluralidad en el continente, como lo hace también dentro de sus fronteras”.
El discurso no les gustó a Nogueras y Puigdemont, claro. La democracia tiene que generar estabilidad (la que proporciona Europa y el estado de derecho), que es lo último que los indepes rigoristas quieren, aunque también ellos lo necesiten. Los hechos del pacto han ido en una dirección (aparte de su salvación personal, los secesionistas no han logrado ningún objetivo político, podría decirse que han firmado su rendición) y el relato hasta la investidura en otra dirección. Es hora de poner el relato al día.
Quienes se oponen a la amnistía tienen buenas razones, especialmente quienes lo hacen habiendo apoyado al Partido socialista. El sapo nos lo hemos tragado con un fuerte apoyo interno (facilitado por la reacción histérica de la derecha y confirmado en Cataluña con el sostén expreso de todos los líderes que ha tenido el PSC y que siguen en activo, incluido Narcís Serra, quien fuera VP con González) y no seguirá adelante sin el filtro del Tribunal Constitucional y de las normas europeas. Su aplicación no será inmediata y deberá supeditarse al estado de derecho y las decisiones de los jueces. Si es una oportunidad real para el reencuentro, o por lo menos es un abrazo que les desarma, lo confirmarán o lo desmentirán los hechos. No hago predicciones, pero creo que el éxito dependerá del relato, de quitarles de una vez a los nacionalistas, a todos, el monopolio de las palabras.
Lo que hicieron los secesionistas, desde sus posiciones de poder y privilegio, es perdonable pero no olvidable. El coste para Cataluña ha sido enorme en todos los sentidos. Su relato soberanista, casi carlista, es un salto hacia atrás en todos los sentidos.
Los procesistas catalanes han sido durante muchos años muy proclives al humor sesgado y rencoroso. Cuando a unos “humoristas” de TV3 se les afeó su xenofobia (versión hispanofobia) porque decían “Bona nit i Puta Espanya”, lo cambiaron por “Puta nit i bona Espanya”. Cuando a Ayuso se le afea que insulta llamando “hijo de puta” a su rival político, ella responde sonriendo que quiso decir “a mi me gusta la fruta”. Pues que gracia, oye, la misma que hace el “que te vote Txapote”, si no fuera porque nos recuerda la sangre de nuestros compañeros o sus padres asesinados por ETA. El proceso español es tan parecido al “procés” catalán (como explica Raimon Obiols aquí): proliferación de banderas, abuso de los espacios colectivos (grupos de wasap, estadios deportivos, calles), ataques a sedes socialistas (y a una librería), señalamiento al discrepante, agresiones a políticos y periodistas, odio y menosprecio… No, no han intentado derogar todavía la Constitución, pero han llamado a hacerlo, y han surgido ya militares dispuestos a cumplir… Porque estamos en la UE, esto no irá a ningún sitio, igual que el Procés. Y sí, si hace falta también les vamos a perdonar, pero tampoco lo vamos a olvidar.
Forman parte del “procés” europeo, y mundial. Ante eso, hay que llenar de contenido lo de “articular la España plural y diversa”. Pueden existir puntos de coincidencia con el nacionalismo más dialogante en algunos objetivos (la promoción de las lenguas co-oficiales, la España en red…), pero ninguno en los medios secesionistas.
Está bien la agenda del reencuentro, pero quedará como una mano ingenua tendida sin respuesta si no va acompañada de una narrativa y una estrategia de federalismo evolutivo de los hechos y las palabras. No es pedir la luna, porque la práctica ya existe (co-gobernanza, Next Generation, vacunas, liderazgo en Europa, corredor del Mediterráneo…).
Todo está muy escrito, las últimas veces en este libro de la Fundación Campalans y en este otro del Club Cortum y El Triangle. Lo he hecho muchas veces (me canso), pero destaco tres ideas-fuerza:
-España ya es federal, consigo misma y como parte de una Europa federalizante, pero como todos, el nuestro es un federalismo imperfecto. Esto es muy positivo: algunas federaciones (tiene razón Sánchez) están entre las democracias más avanzadas y estables del mundo, aunque tengan problemas.
-Hay que llevar el debate federal a las cuestiones sociales, de las cuales es un pre-requisito. No se puede combatir el fraude fiscal, desarrollar el Estado del Bienestar ni combatir el cambio climático sin estructuras federales. No hay que tener miedo de hablar de la cuestión federal (¿qué tal dejar de llamarle “eje nacional”?) con el argumento de que “no es hablar de los problemas de la gente”. Los problemas de la gente no se resolverán si no avanzamos en un marco institucional más cooperativo que facilite gobiernos de alta capacidad a todos los niveles.
-El federalismo español y el europeo son un continuo: responden a la misma lógica de hacer posible la cooperación en sociedades diversas y complejas. Los valores de Altiero Spinelli son los de Salvador de Madariaga, y los de Alfredo P. Rubalcaba, Ramón Jáuregui, Pasqual Maragall y sí (pero lo tienen que decir más), los de Salvador Illa y Pedro Sánchez.
Lo subscribo.
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