Como ha expresado
Manuel Cruz, el federalismo representa la forma política de la fraternidad. "El
federalismo encarna, materializa, institucionalizándolos, unos valores, esto
es, no se limita a apelar a ellos como horizonte último hacia el que tender, ni
siquiera como idea reguladora para tutelar nuestras acciones". Quien apela a la solidaridad para arañar un titular pero se pasa el resto del año boicoteando cualquier intento de institucionalizar la fraternidad (el federalismo) se pone en evidencia. El federalismo pretende centrar el debate en cómo mejorar el funcionamiento de los
mecanismos de representación política, ejercicio de las competencias de
intervención del estado en la economía y rendición de cuentas, en el horizonte
de una arquitectura institucional eficiente y equitativa que reconozca que la
ciudadanía en el siglo XXI está gobernada por distintas administraciones, en
nuestro caso desde los ayuntamientos hasta la Unión Europea. Y en algunas
cuestiones, por organismos de carácter global, de creciente peso. Además de un
gobierno multinivel, el federalismo tiene también como objetivo que estos
gobiernos tengan una serie de características y actúen de una determinada
manera. En primer lugar, estos gobiernos deben rendir cuentas directamente a la
ciudadanía en un marco coherente de pesos y contrapesos, a diferencia de lo que
ocurre en un sistema confederal, donde los gobiernos rinden cuentas a otros
gobiernos (como todavía ocurre excesivamente en la Unión Europea), y como
hubiera ocurrido en Estados Unidos sin la convención federalista promovida por
Madison y Hamilton que dió lugar a la Constitución. En
segundo lugar, los distintos gobiernos se reconocen mútuamente, cooperan y
practican el gobierno compartido en una serie de tareas donde se considera que
el input de varios gobiernos es necesario porque legitima el resultado o porque
es crucial para que las intervenciones públicas sean eficaces. En tercer lugar,
el conjunto promueve una cultura de lealtad y fraternidad, lo que tiene la virtud económica adicional de
hacer más sostenibles las reglas y las disposiciones legales ante las cuales
los agentes económicos y sociales articulan sus planes. El federalismo nos provee de las mejores ideas
para aportar un marco institucional que resuelva los grandes problemas sociales
y económicos del siglo XXI. Hoy la mayor parte de los ciudadanos que viven en
democracia en el mundo lo hacen ya en federaciones y lo harán aún más si
conseguimos acelerar (aunque siempre será un proceso inacabado como en los
Estados Unidos) el proceso para hacer de España y la Unión Europea auténticas
federaciones. El nuevo federalismo es
la mejor herramienta para resolver los problemas sociales. Es una falacia que hayan
dos ejes, uno “social” y otro “nacional”. Las propuestas que se hacen respecto
a las cuestiones federales afectan directamente a las cuestiones sociales. El
eje social de algunos sectores en España (y Cataluña) es consolidar con
mutaciones diversas una élite en el poder utilizando el relato nacional y la solidaridad puntual. Pero
hoy en día no se puede luchar contra las desigualdades, el fraude fiscal, el
cambio climático, la inestabilidad financiera, en el marco del estado nación.
No tiene ningún sentido ser agnóstico en la cuestión federal y decir que se es
de izquierdas o ser agnóstico en la cuestión social y decir que se es
independentista o decir que se es partidario de las esencias hispanas. Los
proyectos sociales y económicos requieren un marco institucional, no todo puede
combinar con todo (por ejemplo, el lema “independencia para cambiarlo todo” que
algunos sectores enarbolan desafía la lógica más elemental en el mundo de hoy).
Los responsables políticos tienen el deber de presentar proyectos donde
expliciten en qué marco institucional viable y realista harán posible sus
proyectos sociales, sean liberales, socialdemócratas o de izquierda radical,
para que podamos evaluar su viabilidad y sus implicaciones éticas. Los líderes
independentistas deberían explicar cómo piensan combatir la desigualdad y el
fraude fiscal de un estado independiente que inicialmente estaría desconectado
del resto y no sería reconocido, y que en el mejor de los casos se tendría que
someter a los grandes movimientos de capital. Quienes se aferran a una idea
primitiva de la soberanía nacional en un estado recentralizado deberían
explicar como es eso compatible con una población de identidades plurales que
consienta democráticamente las reglas, y con una moneda única transnacional. Una economía estable y próspera requiere
hoy instituciones estables y legitimadas, apoyadas por grandes mayorías que
pueden discrepar en las políticas concretas.
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