Una vez mas quedan en ridículo quienes menosprecian al federalismo: que si es
demasiado tarde, que si no es suficiente, que si es algo del pasado… Pues hemos
ganado claramente, y hoy la mayoría de europeos (y Obama, entre otros líderes
mundiales) respira aliviada por ello. Quizás incluso Alex Salmond respire
aliviado, porque incluso él prefería al principio una mejor autonomía antes que
la independencia, y ahora no tendrá que gestionar un SÍ de perfiles muy
inciertos.
Dos aspectos esenciales
parecen haber inclinado fuertemente la balanza a favor de un NO más claro del
que preveían las últimas encuestas (pero no los mercados de predicciones,
siempre mucho más certeros): los argumentos económicos, y el liderazgo de veteranos
políticos laboristas como Gordon Brown.
Los argumentos económicos
del SÍ chocaron contra la evidencia y la opinión de los mejores economistas,
medios especializados y personalidades del mundo económico.
Aunque hoy se esconderán (algunos que ayer mismo ya preparaban el cava en un
estado de creciente excitación, hoy ya dicen que las situaciones son totalmente
distintas), esos argumentos son muy parecidos en su esencia a los que utilizan
los independentistas catalanes. La pretensión de que la independencia mejora la libertad y el bienestar es hoy un disparate bastante ampliamente reconocido.
Y han tenido que ser los
viejos líderes de la siempre denostada socialdemocracia quienes han tenido que
salir a la arena a sacar a David Cameron del lío en que se había metido.
Veteranos líderes laboristas (no precisamente los de la tercera vía de Blair) como
Aistair Darling, John Reid o Gordon Brown (éste con un discurso final decisivo),
parecen haber tenido mucho que ver con la clara victoria del no. Ahí está la
vieja socialdemocracia, al rescate del Reino
Unido y de Europa. No han ganado ni demagogos nacionalistas ensoberbecidos, ni
modelitos postmodernos arremangados de 1,90 metros amantes de la “nueva política”. Han
ganado los viejos, feos y aburridos, pero sólidos y creíbles, líderes del viejo
laborismo.
Los amantes de las
emociones fuertes y de la simplificación elogian el referéndum de secesión como
instrumento democrático. Por supuesto, es mucho mejor que las pistolas. Pero no
es el instrumento ideal: no conduce a una expresión fidedigna ni estable de las
preferencias colectivas y genera división. El referéndum de secesión sin más como instrumento democrático ha sido cuestionado por Lapuente/Penadés, Pau Marí-Klose, y Fradera/Álvarez Junco, entre otros.
Además, existen alternativas igual de democráticas y mucho mejores para la convivencia, como
someter al voto ciudadano grandes y detallados acuerdos previos, que es lo que en
España y Europa nos ha llevado a varias décadas de paz y libertad. Periódicos creíbles
de distintas ideologías como The Guardian
y el Financial Times han alertado en
los últimos días de claras tendencias intimidadoras e intolerantes en sectores
de la campaña del SÍ. Derivas parecidas cuentan quienes vivieron los referéndums de Quebec de 1980 y 1995. Por supuesto, las derivas pueden venir de los dos lados, porque a eso lleva la polarización y la simplificación en un terreno tan emotivo como el de las identidades.
Hay que votar, sí, pero
no al gusto de una minoría bien organizada, sino al servicio de la inmensa
mayoría que desea una convivencia mejor. Esta vez hemos ganado sin bajar del
autocar (porque no se preguntaba por el federalismo). La próxima quizás sería
mejor, para el bien de toda Europa y de la soberanía de sus ciudadanos, no
asomarse al precipicio, y seguir votando si la gente desea un ajuste y una
mejora permanentes de las estructuras federales que tenemos a medio construir.
Para empezar, dudo mucho que a la mayoría de los políticos británicos les haya quedado mucho apetito por celebrar en 2017 un referéndum sobre la permanencia del
Reino Unido en la UE, como también había prometido el siempre tan decidido
David Cameron. Pues mejor.
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